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Matías Vallés

Al Azar

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Sobresueldos en Podemos

Un magistrado tuvo que recordarle a Aznar que no existe diferencia apreciable entre los "sobresueldos" y los "gastos de representación" que el expresidente invocaba para camuflar sus pluses. Bárcenas declaró ante el juez Ruz que era justo pagarle a Rajoy un suplemento para sus trajes y zapatos. Bauzá diseñó un código ético que no valía el papel en que estaba escrito, y que fue incumplido sistemáticamente por todos los jerarcas del PP, así en el nepotismo como en los gastos suntuarios. Lo anterior ya lo sabían ustedes, la noticia es la incorporación de Podemos como prolongador orgulloso en Mallorca de estas políticas de casta.

En una comparecencia pública que batió el record de mentiras por minuto cuadrado, Alberto Jarabo intentó disimular los dos sobresueldos que cobra Xelo Huertas. También disfrazó un plus para ropa y zapatos de cuestión de Estado, y demostró que su código ético es indigno de tal nombre y empeora al de Bauzá. Prácticamente ningún cargo de Podemos cobra el triple salario mínimo de que presumen falazmente en su página web. Según el líder del partido antiguamente de izquierdas, los sobresueldos pretenden que "todos se puedan dedicar a la política". Ya sé que la frase les suena, porque era la favorita de Bauzá para justificar su farmacia.

Jarabo trufó sus mentiras de ataques intimidatorios, al periódico que se ha atrevido a publicar que Xelo Huertas será una fuente inagotable de problemas para Podemos. No nos pondremos tan pomposos como los exizquierdistas, para declarar que "insultaron gravemente" a este diario. Ahora bien, con los precedentes de Matas o Bauzá, el medio acredita cierta pericia para detectar a los politicastros que acaban ahogados en su propia soberbia. Ya que Podemos pierde todas las batallas, conviene plantearle si tiene un problema con la libertad, o solo con el dinero. Bajarse el salario en teoría para subírselo en la práctica es un subterfugio para confirmar que solo son repugnantes los sobresueldos cobrados en otros partidos. Obcecados en perseguir al espectro del insignificante Fernández Terrés y en amordazar periodistas, demuestran que son moralistas, pero no tontos.

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