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Camilo José Cela Conde

Deber profesional

Cada vez que leo una noticia de guerras o de catástrofes pienso en los reporteros que han ido hasta allí a dar fe del drama, personas que se ven obligadas a asistir a la tragedia con indiferencia absoluta, sin hacer lo que les pide el cuerpo „dejarlo todo de lado y ponerse a ayudar a las víctimas„ porque su deber es otro: el de filmar o contar lo que sucede como si no fuese con ellos, como si el dolor ajeno se redujese a un fenómeno del que hay que dar testimonio.

Entendería muy bien a quien, abandonando el cuaderno o la cámara, olvidara su profesión para convertirse en persona que se rebela ante el sufrimiento y quiere contribuir, aunque sea de forma mínima, a evitarlo. De ahí que me resultase tremendo el leer el comportamiento de Petra Laszlo, la periodista que zancadilleó, haciendo caer al suelo, a un pobre hombre que huía de la guerra siria intentando cruzar la frontera entre Serbia y Hungría. Como otro compañero dejó constancia gráfica de lo sucedido las intenciones de la señora Laszlo quedaron clarísimas. Intentaba evitar, sin más, que los prófugos encontrasen refugio. Cuesta trabajo que exista alguien con semejante sentido de lo que es el deber moral a la hora de decidirse por cruzar la acera y trasladarse desde la profesión de periodista a la condición previa y simple de ser humano.

Después del suceso Petra Laszlo se enfrenta con un rechazo generalizado en las redes sociales; asegura que hay grupos que le desean la muerte. Las amenazas en Facebook no son muy creíbles pero peor resulta que la comisión especial que se encarga de tratar su caso haya decidido llevarla ante los tribunales pidiendo una pena de cárcel de siete años. Según se ve, que uno sea un desalmado no es delito pero se le acusa de vandalismo.

La reportera en horas bajas ha acudido a la prensa para presentarse como víctima de este asunto, asegurando que se plantea emigrar a Rusia con su marido y sus hijos para huir del acoso. De acuerdo con sus propias palabras, ha perdido el empleo porque la cadena de televisión N1, nada sospechosa de piedad por los refugiados, la ha puesto en la calle. También se queja Laszlo de que, según le dice su abogado, aunque la pena por vandalismo es de tres años, no de siete, le puede caer cerca de año y medio en libertad condicional. Pero lo más pintoresco es que pretenda querellarse con el hombre a quien zancadilleó, Osama Abduhl Mohsen, porque según Petra Laszlo ha cambiado su declaración inicial en la que decía que era la policía quien le había atropellado. Se ve que ni siquiera quien viene de una guerra puede creerse que sea una reportera quien le haga el placaje. Pero las imágenes y los testimonios existen porque, en ese momento preciso, los periodistas que cubrían la noticia de los refugiados entrando en masa en Hungría prefirieron seguir haciendo su trabajo y dieron cuenta de lo sucedido. Es la primera vez que entiendo por qué, en ocasiones, la profesión es más importante que el deber humanitario.

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