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JOrge Dezcallar

Rusos en Siria

Desde hace años Rusia tiene en el puerto de Tartus, Siria, su única base naval en el Mediterráneo, tras la sucesiva caída o cambio de bando de anteriores aliados como Libia y Egipto. Esa sola razón justificaría su interés por mantener al corrupto régimen familiar y alauíta de los Assad, una de esas dinastías tan frecuentes en las dictaduras y cuyo epítome es la de los Kim en Corea del Norte, que ya conoce su tercera generación. Rusia defiende la continuidad de Bachar al Assad en cualquier arreglo para encontrar una salida negociada a la guerra civil de aquel país. Frente a esa postura, tanto Europa como los Estados Unidos piensan que Bachar, con las manos manchadas por la sangre de tantos inocentes, es más un obstáculo que una baza aunque últimamente las posturas se vayan matizando y gane terreno la tesis de aceptarle temporalmente como mal menor durante un proceso de transición más o menos prolongado, pues es algo que parece inevitable y a la vez tranquilizaría a las minorías, como la cristiana, aterrorizadas ante la posibilidad de que los islamistas radicales de Al Qaeda (el Frente Al Nusra) o del propio Estado Islámico acaben tomando el poder en Damasco.

Pero no hay que engañarse porque el interés ruso va mucho más allá del puerto de Tartus y de hecho ya ha desembarcado en Latakia, el feudo alauíta por antonomasia, donde está construyendo una base junto a un aeropuerto militar, que también está fortificando. Desde allí sus aviones bombardean posiciones no solo del Estado Islámico o de Al Nusra, sino también de la oposición laica que desunida y desorganizada „pero con apoyo americano, europeo, turco y de algunos países del Golfo„ está enfrentándose al régimen de Damasco. Para ello, Moscú ha concluido una alianza de circunstancias con Iraq, Irán y el propio Assad. Sus aviones han violado en varias ocasiones el espacio aéreo turco (país miembro de la OTAN) y se dice que algunos de los misiles disparados sobre Siria desde barcos en el Mar Caspio „a 1.500 kms de distancia„ habrían caído en zonas deshabitadas de Irán, país que junto a Iraq deben sobrevolar en su trayectoria. En estas condiciones, el riesgo de que un error desate un conflicto mayor es evidente y quizás por eso y por su inoperancia efectiva, Washington acaba de cancelar un proyecto de 500 millones de dólares para organizar una milicia opuesta a Bachar y se limitará a partir de ahora a dar armas a fuerzas opositoras ya existentes..

Que Rusia puede verse arrastrada a trasladar cada vez más tropas a Siria es un riesgo evidente que en inglés se llama muy gráficamente mission creeping: los instructores necesitan depósitos de armas, los aviones precisan bases y depósitos de combustible, las operaciones precisan inteligencia sobre el terreno que guíe a los aviones y a los misiles... Pero Moscú no olvida lo que le ocurrió en Afganistán ni lo que allí les ha ocurrido también a los americanos (quince años de guerra y los talibanes han tomado temporalmente la estratégica ciudad de Kunduz obligando a Obama a mantener sus tropas más allá del fin de su mandato presidencial, en contra de sus deseos y de sus promesas) y procurará no dejarse arrastrar más allá de lo que le dicten sus propios intereses.

Y su interés principal no es Siria sino recuperar en el mundo el papel de gran potencia que perdió al desaparecer la Unión Soviética, como ha recordado la bielorrusa Svetlana Alexiévich, reciente premio Nobel de Literatura, que cree que Rusia regresa la época soviética. No cabe duda de que sabe de lo que habla, pues no otra es la raíz última del nacionalismo que encarna Putin, que tantos réditos le da en la política doméstica, y que le condujo hace un año a invadir y anexionar la península de Crimea y a desestabilizar toda la zona oriental de Ucrania, de habla rusa y religión ortodoxa. El mensaje de Moscú está impregnado de irredentismo nacionalista y quiere decirle al mundo que para lograr la paz en Europa y en Oriente Próximo hay que contar necesariamente con Rusia y que para ello la política de sanciones que le impusimos tras sus desmanes en Europa Central no es precisamente la más indicada.

La última intervención armada soviética en Oriente Medio (Afganistán es otra cosa) tuvo lugar en apoyo de Nasser contra Israel en 1967. Hoy Rusia vuelve por sus fueros y su intervención en Siria ha pillado completamente desprevenidos a los americanos, que no tienen una política clara hacia Siria sino una política titubeante tanto en cuanto a los objetivos (Assad sí o no) como frente a los medios (a quiénes apoyar/armar y cómo). De Europa mejor no hablar, sufrimos más que nadie las consecuencias de la guerra de Siria en forma de decenas de millares de refugiados que ponen al aire nuestra descoordinación y nuestras vergüenzas mientras nos limitamos a ser meros espectadores de las ocurrencias ajenas para ponerle fin, sin que por ninguna parte aparezca un proyecto diplomático europeo de arreglo para este conflicto, para el que luego habría que tratar de obtener el apoyo de americanos y rusos. Pero eso es soñar despierto pues Europa carece actualmente de liderazgo, de política exterior, de política de defensa y de la solidez económica y social para proyectarse hacia el exterior en defensa de sus intereses. El caso de Siria es solo uno más y así nos va.

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