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Joaquín Rábago

Desazón universitaria

Parece una tendencia general: la burocratización y especialización creciente de las universidades. Su conversión en escuelas de especialistas con progresivo olvido de su función crítica. La universidad parece buscar hoy sobre todo la producción de expertos capaces de resolver los problemas tal y como los define el mundo de la empresa. Y, sin embargo, el primer paso del pensamiento no es resolver problemas, sino hacernos preguntas sobre qué constituye un problema, cómo está formulado y qué consecuencias pueden tener las respuestas que le demos. En unas páginas de debate sobre la universidad actual en el semanario alemán Die Zeit, varios profesores critican otros fenómenos negativos de la actual universidad como una presión competitiva que perciben como malsana o la precariedad de tantos docentes.

Los responsables del sistema educativo parecen olvidarse allí gradualmente del modelo de universidad que creó el gran Wilhelm von Humboldt, ese centro de unidad del saber, para emular cada vez más al modelo importado de universidad anglosajona, que tanto les fascina. En un mundo globalizado, la universidad tiene que amoldarse para sobrevivir a los estándares internacionales, pero, en lugar de aprovechar sólo lo mejor de ese modelo y olvidarse del resto, sucumbe cada vez más al control burocrático y a la rentabilidad económica como único criterio.

Todo ello en detrimento del espíritu crítico, de la preciada libertad académica que distinguió siempre al viejo modelo de universidad alemana. Se quejan algunos profesores germanos del valor que se da últimamente sólo a lo que es fácil de cuantificar como el número de publicaciones o de contactos internacionales, la capacidad de trabajar en equipos interdisciplinares; critican que se prime el activismo sobre la reflexión y que se dé cada vez menos importancia a la responsabilidad individual.

Se quejan otros de que pasan la mayor parte del tiempo preparando o corrigiendo exámenes, rellenando formularios o presentando simples propuestas de proyectos porque cuantas más se presenten, con independencia de su calidad, más dinero se consigue. Otras críticas se refieren a la dependencia creciente respecto del mundo de la empresa, y así un profesor de Derecho se pregunta cómo es posible que la Universidad de Colonia abra sus puertas a una importante compañía de seguros y le permita inaugurar una cátedra de protección de inversiones.

¿Es casual, se pregunta el docente, el hecho de que el titular de esa cátedra minimice los peligros que entrañan para la sociedad los acuerdos multilaterales de libre comercio e inversiones cuando la aseguradora que financia tales estudios será uno de los principales beneficiaros del tratado transatlántico? ¿Y cómo es también posible, agrega el mismo profesor, que la Universidad de Bonn permita que una cátedra dedicada a estudiar la relación entre la política y el derecho internacional, financiada por los ministerios alemanes de Exteriores y Defensa, lleve el nombre de Henry Kissinger, el político estadounidense asociado a violaciones de los derechos humanos y a golpes de Estado como el del chileno Augusto Pinochet?

El Derecho, al igual que la economía y otras ciencias, tienen que estar al servicio de la sociedad, de los ciudadanos, y no someterse, como vemos que ocurre cada vez más en tantas universidades, a los intereses del capital o de las grandes corporaciones. Como escribió en su día el francés François Rabelais: "La ciencia sin conciencia lleva sólo a la ruina del alma".

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