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Columnata abierta

La hipotermia del PP

La hipotermia en altura produce efectos alucinantes. Entre ellos hay uno que llama la atención por su naturaleza contradictoria. Mientras el cuerpo está huyendo de la vida a toda velocidad, en ocasiones el alpinista experimenta una euforia inexplicable. Hay testimonios de personas que han visto a compañeros de escalada desnudándose por la sensación de calor, a cuarenta grados bajo cero y con vientos superiores a los cien kilómetros por hora. El edema cerebral provoca además ese óbito dulce, plácido, del que se abandona al sueño pensando que sólo va a descansar un rato, que se levantará después y comenzará a descender tranquilamente, ya con más fuerzas. Desde el campo base todo el mundo sabe que si no intenta moverse está muerto. Es algo evidente para todos menos para el afectado. El PP de Balears es ese montañero aislado en la zona de la muerte, al que no le llega el oxígeno al cerebro y no es capaz de discernir la gravedad de lo que le está pasando. Todos ven lo que está sucediendo en el partido hegemónico del centro derecha hasta ahora, menos sus dirigentes y cargos electos.

El castigo al PP en las pasadas elecciones municipales y autonómicas fue de tal envergadura que parecía existir un consenso tácito en la opinión pública para conceder cien días de gracia a la oposición antes de juzgar su labor, como si fuera el gobierno. Tardaron algo más de un mes para echar a José Ramón Bauzá, en un espectáculo lamentable provocado en primer lugar por el expresidente. Real o no, la impresión generalizada es que Bauzá retrasaba interesadamente su dimisión, que mentía al partido, y que en el mejor de los casos lo hacía para controlar su sucesión. Todo ello suponía una asunción muy limitada de su responsabilidad en el fracaso electoral, y desató un serie de maniobras deleznables contra él. La exhibición pública de la deslealtad es un cuadro que espanta a cualquier persona de bien, y deja malparados a todos los actores del vodevil.

Llegó el verano, y con él los pambolis, los sopars a la fresca y la cenas conspiratorias. Nada nuevo en el panorama de cualquier partido que acaba de sufrir un descalabro electoral de proporciones himaláyicas. Hacía falta reunirse ante un buen fuego, hablar de lo que había sucedido, hidratarse y volver a alimentarse después del desastre. Y en éstas estaban cuando se acabó agosto y el común de los mortales volvió al trabajo. Menos el PP de Balears, que continuó con sus disputas internas como si no tuviese ninguna otra obligación ni mandato de sus electores, delegando sus funciones de oposición en Podemos, Ciudadanos y los medios de comunicación. Pero lo que sucedió la semana pasada en el Parlament supuso un salto cualitativo, y colocó al PP en posiciones tácticas cercanas a las de Bildu, o a las de la CUP. Todos las escenificaciones grotescas a las que nos tiene acostumbrados una parte de la izquierda en sus intervenciones parlamentarias, todas sus camisetas, sus numeritos, sus sandalias, sus carteles y sus expresiones tabernarias, palidecen ante el insulto propinado al sistema democrático por los parlamentarios del PP de Balears. Ausentarse en bloque de una votación es una medida de extrema gravedad, que por tanto sólo se justifica por un motivo de extrema gravedad que debe afectar al funcionamiento del propio sistema parlamentario, y no al de un grupo en particular.

Fue un gesto cobarde e indigno, y de consecuencias mucho más graves desde el punto de vista de la responsabilidad pública que la visualización de su división interna. Es una demostración irrefutable de la falta de liderazgo político, por supuesto, pero eso no es ni de lejos lo más grave. Evidencia un desprecio por la institución y una banalización de la actividad parlamentaria inédita hasta ahora en partidos que no se declaran antisistema. La fotografía de una oposición en bloque eludiendo su obligación por un problema de discrepancias internas es más de lo que un votante mínimamente crítico puede llegar a soportar. Apelar al mantenimiento de la disciplina de voto para justificar la espantada es una ignominia, porque los veinte diputados populares acataron disciplinadamente la decisión batasuna de abandonar el salón de plenos en el momento de la votación. Es normal que la izquierda bailara la conga al salir del hemiciclo, celebrando el hecho inédito de que un gobierno consiga la dimisión en bloque del principal partido de la oposición.

Los resultados catastróficos de los últimos comicios demuestran que el mito de la paciencia ilimitada del votante del PP, su heroica capacidad para acercarse a las urnas con la nariz tapada, no existe. En las actuales circunstancias, la apelación alucinante al voto útil del centro derecha como si fuera un dogma de fe, equivale a quitarse el plumífero a ocho mil metros de altitud porque se tiene calor.

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