Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

'Saturday night fever'

La otra tarde, sesteando, tuve una pesadilla. Era la hora del telediario y se me apareció en pantalla la presidenta de Argentina, bailando sobre el escenario. Un hombre, por pecados que haya cometido, no merece la tortura de esa visión. Intenté apartarla de mí, como los protomártires cristianos la tentación. Con el esfuerzo la imagen era horrísona e insistente estuve a punto de caerme del sofá y romperme la crisma. Entonces me di cuenta de que estaba despierto, de que no soñaba, de que Cristina Kirchner como el dinosaurio de Monterroso todavía estaba ahí. Bailando sin cesar y con el dedo índice hacia arriba, como el cursi de Artur Mas dos semanas atrás. Apagué la televisión y las sombras de Platón desaparecieron de mi vista. Pero quedaba su eco, en mi mente, que no sólo es imaginativa sino que a ciertas horas es impresionable. Ahuyenté ese eco como pude; es decir, al modo kantiano: dándome un paseo meditativo. Qué digo, paseo, una larga caminata. Pero la imagen aquella no se borraba de mi mente hasta que me pregunté también filosóficamente qué era lo que estaba pasando. Llegué a la conclusión de que el mundo de la política se estaba convirtiendo en una discoteca.

El primero fue Iceta, convenientemente cantado por mí en un artículo dominical hará tres semanas. Estuvo espléndido y estuvo original en su medio, cosa que se aprecia mucho. Pero la naturaleza del hombre es imitativa y mimética y la de quienes tienen, o aspiran, al poder al tipo de poder que sea lo es aún más. Se apropian de lo que pertenece a los otros frases, expresiones, ideas y lo que haga falta con un descaro paralelo a su falta de imaginación. Y encima al minuto se creen que es suyo y que los originales son ellos. La repercusión del baile de Iceta que seguro le hizo dejar de perder algún que otro diputado fue total. Esta es una de las consecuencias de la globalización. Iceta bailando, dio la vuelta al mundo, se convirtió en lo que llaman un fenómeno viral y al buen hombre, asesores y programas de televisión lo invitaban a bailar una y otra y otra y otra vez. Confío en que a estas alturas se esté desintoxicando de sí mismo mientras sus copias se desmelenan.

La primera copia fue la de Artur Mas, seguida por la candidatura en pleno de Junts pel sí. Me abstendré de comentarios, que después se malinterpretan, pero el espectáculo fue patético. Y hace poco se ha sumado al baile Soraya Sáenz de Santamaría, que me han contado yo no lo vi estuvo a la altura de Iceta y sin nada que envidiarle (y los que me lo dijeron no eran votantes del PP). El fenómeno bailongo se extendió esta semana hasta nuestro Parlament, donde encabezados por la presidenta del Govern, no del Parlament un grupo de diputados del Pacte se marcó una conga para festejar la abolición de la llamada ley de símbolos, que ni fue ley, ni fue nada, y los símbolos mejor no tocarlos, o dejarlos sólo en manos de los poetas, que son quienes realmente conocen su carga abisal. Lo de la conga también me lo han contado porque en ese momento yo estaba en la mezquita de Córdoba y esto no es ningún símbolo, sino pura y extasiada realidad. Desconozco si alguien más ha bailado o le queda por bailar, pero la visión de Cristina Kirchner, el pasado jueves, fue tremenda y la gota que colmó el vaso. No sé si debería pedir algún tipo de indemnización.

¿Qué está ocurriendo para que todos bailen? Se me ocurre que caben varias teorías. La primera es la del fin del mundo o el milenarismo que no cesa. Parece que cuando todo es un desastre, la gente se entrega a fuerzas telúricas y danza y bebe y se droga y en fin, lo que ustedes imaginan, hasta quedar extenuados y rendirse a la muerte, tan anestesiados como embrutecidos. Ha ocurrido siempre: desde la caída de Babilonia hasta el hundimiento del búnker de Hitler, pasando por los zaristas mientras Lenin atravesaba Europa en un vagón de tren sellado, acompañado de una señora de negro con guadaña. Aunque la verdad no imagino a ninguno de los danzarines citados, en ese trance y menos aún pensando que esto se acaba.

La segunda teoría es el regreso a tiempos totémicos, invocando a los dioses de la lluvia o del trueno, mientras toda la tribu danza alrededor del fuego y el hechicero en este caso los distintos hechiceros con sus siglas correspondientes agitan las maracas y soplan polvos estupefacientes sobre las cabezas del pueblo. Aquí ya no sabría qué decir, porque algo de eso no de estupefacientes, pero sí de cultos regresivos en la política ha estallado tanto en nuestro panorama como en el panorama del mundo en general. Y quizá el baile y la simulación de la alegría, sea un intento de espantar al Gran Fantasma, que pulular, pulula sobre nuestras cabezas como no lo había hecho en décadas.

La tercera teoría es que se han acabado las palabras y es el lenguaje del cuerpo, con tanto ir al gimnasio y cuidarse en las comidas, quien manda ahora en solitario. Los bailes serían una consecuencia de eso y la manera de hacerse entender de forma tan primaria como los tamtanes. De la batucada al zumba y vuelta a empezar. También es una teoría peligrosa porque las palabras el discurso de la razón son el envoltorio de la democracia y uno de sus pilares y en cambio lo gestual y teatral propende hacia otros sistemas políticos menos considerados con el ciudadano. Así que ya no sé qué pensar y quizá todo sea tan sencillo como reír por no llorar. Pero no me hagan mucho caso, que todavía no estoy repuesto de la impresión.

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