El día 1 de octubre fue el día mundial de las personas mayores. También fue el cumpleaños de mi amiga Antònia Maria. Este año ha cumplido ochenta años. Sus amigas de la universidad le regalaron ochenta rosas rojas que ella recibió con la alegría que la caracteriza y su risa juvenil y contagiosa. Hace mucho tiempo que nos conocemos, casi tantos como tiene la Universitat Oberta per a Majors (UOM) a la que ella acudió como alumna. Me fije en ella desde el primer momento. Iba a todos los sitios con su marido. También a las clases de la universidad. En aquel momento él la necesitaba seguramente más que nunca. Ella respondía estando a su lado, pendiente, atenta, haciéndole sentir que todo seguía igual que siempre, aunque algo se hubiera perdido, irremediablemente, en el camino de su autonomía.

Los días que han venido después en esas casi dos décadas, han sido para ambas, un devenir de cambios, algunos han traído alegrías y risas, otros algunas penas y pérdidas. Ambas las conocemos, o las intuimos. Respetamos los silencios. Compartimos las alegrías y las historias que nos unen. También algunas amigas comunes que estudiaron en la UOM en la misma promoción. De algunas compañeras de Antònia María sólo hablamos de situaciones que sucedieron en el pasado porque ya no tienen presente. No las olvidamos. Forman parte de las cosas tangibles que tenemos ahora y que no teníamos antes: la UOM, la coral, el teatro, la asociación de alumnos y exalumnos. También de las intangibles, la pasión por el conocimiento y la cultura, los recuerdos, los afectos, los mapas de dos viajeras en el tiempo real y mental. Una narrativa compartida entre dos personas no de la misma generación de edad, pero sí de complicidad y recuerdos en un contexto, el de la universidad. Nuestro referente en la construcción de conectividad, de red social, que, como sabemos, es un factor determinante del bienestar, especialmente en la vejez.

El día 1 de octubre, día de las personas mayores es, como el cumpleaños de mi amiga, una celebración. No debe ser sólo una excusa para recordar los datos sociodemográficos sobre el envejecimiento en el mundo y las proyecciones de futuro. Los datos, sí, deben servir para ayudarnos a interpretar lo que tenemos, a proyectar lo que vendrá y a visualizar y prever los retos y las oportunidades que deberíamos alcanzar. Los datos sobre el envejecimiento deben marcar las políticas para el conjunto de la población, sí, he dicho conjunto, y para la adaptación y redistribución de los recursos. Las ciudades tendrán que adaptarse de manera específica a estos nuevos perfiles de población y a los que vendrán.

La ciudad como centro, como lugar de vida de una parte muy importante del conjunto de la población y especialmente de las personas mayores según el estudio realizado por Naciones Unidas, World Population Prospects: The 2015 Revision, debe ser un objetivo estratégico de las sociedades envejecidas. La ciudad como espacio de transformación para acoger a una sociedad de todas las edades, necesita, pues, reinventarse. El punto de partida del estudio citado es que las sociedades que envejecen no son un problema. Son el resultado del desarrollo socioeconómico y pueden aportar oportunidades para el crecimiento, el desarrollo tecnológico y la convivencia entre generaciones.

La perspectiva de la edad permite reorientar nuestra forma de vivir, nuestra forma de envejecer y reorganizar nuestro futuro en una forma más adecuada para estos nuevos tiempos. Efectivamente, la realidad del envejecimiento y de las personas mayores debe servir para orientar la forma en la que diseñamos y planificamos la comunidad en la que vivimos y en la que también queremos vivir cuando seamos mayores, desde una perspectiva que tenga en cuenta a todos los grupos de edad.

(*) Catedrática de Universidad en UIB