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El nacionalismo es la guerra

"El nacionalismo es la guerra". El presidente francés, Mitterrand, pronunció la frase en el Parlamento europeo el 22 de noviembre de 1989, días después de la caída del muro de Berlín, en una comparecencia conjunta con el canciller Kohl en defensa de la reunificación de Alemania y en la misma sede del legislativo comunitario. Y, como es conocido, el actual presidente de Francia, Hollande, la repitió este miércoles en otra comparecencia conjunta, esta vez con Merkel, y también en el hemiciclo de Estrasburgo. Ahora, con la reunificación culminada desde hace un cuarto de siglo, el gran reto europeo es la inmigración: Europa tiene que ser ante todo tierra de asilo, y no fortaleza hostil tras los muros de la intolerancia. En este contexto, los enemigos del pueblo son los populismos ultranacionalistas que, como el Frente Nacional francés y ciertos movimientos reaccionarios de los últimos Estados llegados a la UE por el este, pretenden tácitamente la pureza de la raza y abominan del mestizaje que ha impreso ya carácter en esta Europa polícroma del patriotismo constitucional. El nacionalismo, que generó los grandes conflictos del siglo XX, no es un riesgo periclitado. Y aterra asistir a sus rebrotes florecientes, a sus afirmaciones de pretendida superioridad cultural, a sus tentativas de enclaustrar a los ciudadanos tras los muros de la verdad revelada, privándoles del saludable escepticismo.

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