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Camilo José Cela Conde

Viaje en el tiempo

Una de las leyendas urbanas más conocida cuenta que Steve Jobs fundó con un amigo la empresa que terminaría por liderar las de mayor capitalización del mundo, Apple, en el garaje de su casa. Ahora ese amigo, Steve Wozniak, va dando bolos por el mundo para explicar que no. En España ha sido una de esas escuelas de negocios que tanto proliferan y tan bien funcionan como lo mismo, como negocio, la que ha albergado la conferencia de Wozniak. Su fórmula del éxito es sencilla pero engañosa: cualquier joven que quiera prosperar debería tener una idea brillante que cambie el mundo en vez de perder el tiempo yendo a las aulas. Y para eso no hace falta siquiera tener garaje en casa.

Al margen de las diversas trampas que contiene el discurso del cofundador de Apple lo mejor de esa historia es que parece el guión de una película de viaje en el tiempo. Cuesta creer que esté vivo nació, de hecho, cuatro años después de que lo hiciese yo quien hizo que apareciesen los ordenadores de verdad, los personales. Mientras eran máquinas gigantescas que ocupaban casi una casa entera, garaje incluido, podían tener una gran importancia militar, e incluso empresarial, pero no habían cambiado el mundo ni un ápice. Eso lo hicieron Jobs y Wozniak con un aparato del tamaño de un televisor pequeño y RAM de 48 K.

En cuatro décadas, y gracias a los dos Steve, se pasó de las primeras máquinas de Turing que tenía el ejército americano al Apple II, la primera máquina de Turing de consumo doméstico. En ese trayecto los ordenadores se volvieron veinte mil veces más ligeros, logrando multiplicar en otras tres décadas más por dos millones su memoria de trabajo. Las cuentas ésas salen al comparar el ENIAC de 27 toneladas de peso que calculaba las trayectorias balísticas para la artillería con el MacBook que utilizo para escribir esta cuartilla. Pero la mayor diferencia, de lejos, tiene que ver con el sistema de vida que han impuesto los ordenadores personales. Sin que tal vez nos demos cuenta de que es así, se nos han metido en el bolsillo por medio de los llamados teléfonos inteligentes. Y están empeñados en acabar con los libros impresos.

Félix de Azúa, que sí que ha pasado por la universidad en sus dos facetas de alumno y profesor, y que jamás saldrá en la portada del Times como empresario modelo, publicó hace un par de días un artículo de esperanza en el que contaba que el dueño del quiosco donde compra el diario le había confesado que cada vez son más los que odian leer en la pantalla de un ordenador. Me sumo al club. Y pienso que para todos los integrantes de ese grupo de alérgicos a la pantalla habría sido mucho más interesante que el viaje en el tiempo nos lo hubiese contado Julio Verne en vez de Wozniak.

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