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Norberto Alcover

Para que nos entendamos

El sínodo de la familia está en marcha con el papa Francisco al frente de 270 miembros entre obispos, cardenales, religiosos/as y expertos de todo el mundo. Y resulta que la víspera, un miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, monseñor Kristof Charamsa, polaco de 43 años, también secretario adjunto de la Comisión Teológica Internacional y profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana, se declaraba homosexual y presentaba a su pareja públicamente. Lo hacía para acabar con su frustración de largos años y, especialmente, para decirle al sínodo que "el amor homosexual es un amor familiar, que tiene necesidad de la familia. Cada persona, también los gais, las lesbianas y los transexuales, llevan en el corazón un deseo de amor y familiaridad. Ese amor debe estar protegido por la sociedad, por las leyes. Pero sobre todo, debe ser cuidado por la Iglesia". Inmediatamente, el portavoz del Vaticano, el padre Federico Lombardi, respondía con unas palabras tan imperativas pero no menos sutiles: "A pesar del respeto que merecen los hechos y circunstancias personales y las reflexiones sobre ellos, la elección de declarar algo tan clamoroso en la víspera de la apertura del Sínodo, resulta muy grave y no responsable, ya que intenta someter la asamblea sinodal a una presión mediática injustificada". Y después le invalidaba para seguir ejerciendo su tarea pedagógica y vaticana.

Estos son los hechos, sobre los que se han vertido ríos de tinta y de imágenes audiovisuales en cadena, en muchas ocasiones con idéntica intención que la descubierta por Lombardi en monseñor Charamsa: incidir en el camino sinodal mediante la revelación de una situación personal de forma muy grave y no responsable. Pero tal intención, pienso, no elimina el impacto y el significado del hecho absolutamente inesperado y eclesialmente redundante. Está ahí. Y hay que tomar al toro por los cuernos.

Para contextualizar los hechos. Son muchos los católicos y en general las fuerzas más conservadoras sociales, que se vienen escandalizando de que el papa Francisco haya convocado un Sínodo de las características del que está en curso: abordar las cuestiones más acuciantes de la familia en este preciso momento de la historia, sobre todo en la medida en que tales cuestiones afectan a la Iglesia católica en su deber de evangelizar. Porque parece muy difícil, casi imposible, trasladar el Evangelio del Señor Jesús en permanente contradicción con los inquietantes sentimientos y reflexiones de los hombres y mujeres de hoy. Está claro que el Evangelio es una brutal bofetada a nuestra sociedad consumista, frívola y presentista que impone códigos de conducta rechazables por todo creyente y, en fin, por toda persona medianamente sensata y objetiva. Pero esto mismo nada tiene que ver con la urgencia y obligación eclesiales de intentar que la sociedad entienda y comprenda siquiera medianamente las razones y los medios ofrecidos por la Iglesia católica a los habitantes de un mundo que es el que es y al que se remite de forma inevitable. Aquí y ahora es el deber del pueblo de Dios manifestarse de una manera humanamente razonable y no en una permanente confrontación con su objetivo a evangelizar.

La aparición del monseñor vaticano con su sorpresiva noticia, en vísperas de la apertura del sínodo para la familia, está claro que es "muy grave y no responsable", en palabras del portavoz vaticano, que comparto, pero en momento alguno se demonizan, antes bien son merecedoras de respeto en sí mismas y en sus reflexiones complementarias, según el mismo portavoz. Es decir que, nos guste o nos disguste, una falta de exigible prudencia en el momento de la desvelación de la noticia, para nada exime al exquisito Lombardi de andarse con pies de plomo a la hora de diagnosticar el hecho en sí mismo, es decir, el contenido de la noticia. Se me dirá que son formas de hablar. Claro está, pero precisamente ahí radica la eficacia de las palabras tan medidas del portavoz. Ni desconocerlas pero tampoco extrapolarlas. Llamará la atención, pero así es. Para que nos entendamos.

Todo lo anterior nos conduce a una triple reflexión. En primer lugar, sobre la necesarísima libertad que debe imperar en las reuniones sinodales, por duras que sean las intervenciones de los presentes y no menos de sus correspondientes confrontaciones. Perseguir la verdad exige hablar en verdad. En segundo lugar, reflexión hasta el límite sobre la evidente relación entre la doctrina en cuanto tal y sus medios de aplicación actuales en materia familiar y en fin sexual. Una cosa es el núcleo doctrinal y otra muy diferente los medios adaptativos al presente. Siempre atentos al dato sustancial de la Encarnación. Y en fin, reflexionar sobre la urgencia de una Iglesia católica realmente "hospital de campaña" para las heridas del momento, y no un nuevo ejército adversario que produce todavía más dolor y mayores cotas de angustia a los hombres y mujeres de hoy. El papa Benedicto, que sigue ahí, nos recordó la urgencia de rescatar a Dios del relativismo social imperante. Su sucesor, el papa Francisco, añade a tal urgente rescate, la proposición de ese Dios como padre de la humanidad y nunca como Juez implacable de la misma. No en vano, él mismo envió a lo mejor que tenía, y tiene, para que nos rescatase de nuestro enquistado egoísmo, al que llamamos pecado teológico. Un detalle a nunca olvidar.

No debió decir lo que dijo el monseñor romano en un momento tan inoportuno? aunque lo dijo precisamente entonces por lo que después comentaría el portavoz vaticano: para incidir en la marcha sinodal. Pero una vez que ha sido así, necesario e inteligente será sacarle provecho, y admitir que la noticia nos obliga a las reflexiones que me he permitido apuntar en el párrafo anterior. Si la homosexualidad es un hecho, la homosexualidad sacerdotal también lo es. Seguramente no para apoyarla sin más, pero sí para tener el valor de enfrentarla como tenemos que enfrentar tantas otras cosas que están ahí y forman parte de la sociedad y de la vida actuales. Organizar un sínodo para la familia tiene muchos reflejos complementarios. Y una vez organizado, hay que ser valientes, es decir, hay que enfrentar tales reflejos con el Evangelio, la teología y la experiencia pastoral en la mano.

El amor a la verdad no elimina la pasión por la misericordia. Lo pienso y lo siento de corazón. Muy de corazón. Con el dolor acumulado de tantas personas que a lo largo de la vida me han abierto su conciencia. Cuánto dolor. Cuánta angustia. Y sobre todo cuánta desilusión. Para que nos entendamos desde la verdad pero sobre todo desde la misericordia.

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