Hace apenas unas horas, millones de ciudadanos catalanes han acudido a las urnas. En principio, esta circunstancia sólo debería ser considerada como un acontecimiento positivo y deseable en el marco de un régimen de libertades. No obstante, han existido en esta convocatoria electoral demasiadas tergiversaciones y no pocos elementos distorsionadores que han convertido lo que debería ser una celebración de la convivencia social y del pluralismo político en un acto susceptible de reflexión profunda, que ha provocado directamente el sonrojo de quienes nos sentimos comprometidos con los principios más básicos y puros de un sistema democrático. Desde los más diversos ámbitos se ha venido repitiendo con insistencia que estas elecciones del 27 de septiembre servirían para permitir que la ciudadanía se expresase, para darle voz al pueblo, y dicho mensaje convenientemente difundido por unos medios de comunicación sumisos al poder y por una clase política alineada con el concreto objetivo de la independencia e incapaz de realizar un análisis coherente y sosegado se ha vendido muy bien. Sin embargo, permanece en el olvido una cuestión esencial: la democracia es mucho más que un grupo de personas introduciendo papeletas en una urna, y reducirla a esta práctica supone distorsionar el concepto hasta hacerlo irreconocible.

De entrada, es más que criticable convocar legal y formalmente unos comicios autonómicos ordinarios para, posteriormente, interpretar sus resultados en clave plebiscitaria. Semejante alteración de fondo, reiterada además con alarde por el president Mas, supone una anomalía de tal calibre que, por sí sola, basta ya para emborronar su pretensión de convertirla en una expresión saludable de la voluntad popular. Además, al citado fraude de querer imponer el resultado de un falso referéndum, se añade el hecho de que la pregunta encubierta que se ha formulado al electorado implica una vulneración flagrante y manifiesta del orden constitucional. A todo lo anterior, se suman también innumerables irregularidades o, cuando menos, rarezas, impropias de una limpia y auténtica democracia, desde denuncias de la Junta Electoral sobre el uso partidista del dinero público para la campaña en favor de la candidatura de Junts pel si, hasta resoluciones en firme de esa misma Junta Electoral sobre la manipulación informativa de los medios de comunicación públicos, pasando por la designación de un candidato a la presidencia escondido en el número cuatro de la lista que integra. En definitiva, un cúmulo de anormalidades que desmontan cualquier intento de los organizadores por calificar la jornada electoral de pulcra demostración de democracia. Desde luego, no lo ha sido en absoluto.

Es más, si al presente análisis se añaden las acciones llevadas a cabo meses e incluso años atrás, con los cargos públicos jactándose del incumplimiento de las sentencias judiciales y alentando a la desobediencia civil, el panorama no puede estar más alejado de una sociedad madura en lo democrático y escrupulosa en lo jurídico, características ambas imprescindibles para el correcto funcionamiento de un Estado de Derecho con mayúsculas. Por lo tanto, poco o nada hay que celebrar y sí mucho que reflexionar.

Ahora bien, si queremos ser justos, debemos reconocer que se ha llegado a este extremo con la imprescindible connivencia, unas veces tácita y otras expresa, de los partidos estatales. El deterioro de la convivencia social y la degradación de las relaciones institucionales entre Cataluña y el resto de España ha contado con ayuda desde la Moncloa, personificada en los diversos gobiernos centrales que por ella han transitado. Y, por desgracia, este problema, cuyo origen se remonta varias décadas, no cuenta con soluciones fáciles ni rápidas. A la vista de los resultados obtenidos el pasado domingo, donde las formaciones políticas partidarias de la independencia han ganado en escaños mientras que las no independentistas han obtenido más votos, se impone la cordura frente al caos. Desconozco si sus líderes aún conservan un mínimo de prudencia y sensatez para abordar el futuro inmediato con garantías, pero no soy demasiado optimista al respecto.

* Doctor en Derecho