El puerto de Palma es una pieza clave en el urbanismo de la ciudad. El Grup d'opinió ya se manifestó (Diario de Mallorca 11/06/14) en relación a la enorme plataforma que, entre 1995 y 2010, apareció a los pies de la catedral y que es una bomba de relojería. Pero últimamente han surgido otros tres asuntos candentes. Empezaremos por estos últimos:

1. La zona de Sant Elm. La Autoridad Portuaria convocó, hace algunos meses, un concurso para la explotación comercial de dos edificios sitos en el encuentro de la calle Contramuelle Mollet con el Paseo Sagrera, junto al oratorio de Sant Elm. Al parecer, estos dos edificios están vacíos y en desuso. El concurso quedó desierto, pero se ha vuelto a convocar. Bien. ¿Algún día apreciaremos en Mallorca el dignísimo oficio de la demolición? ¿Seremos capaces de aceptar el beneficio que supone para la comunidad derruir ciertos volúmenes construidos? Los edificios ahora sacados a concurso forman parte de un conjunto edificado en las primeras décadas del siglo XX invadiendo el mar. En aquel momento no se valoraba la superficie marina como elemento paisajístico fundamental para la ciudad, pero si hoy estos edificios no existieran y a alguien se le ocurriera edificarlos, nos echaríamos las manos a la cabeza. En origen estaban destinados a diversos usos de la actividad portuaria, y se ubican en un punto estratégico desde el punto de vista del paisaje urbano: interrumpen las vistas hacia la catedral y la Almudaina desde un largo tramo del Paseo Marítimo. Si hoy estos edificios, cuyo valor arquitectónico es escaso, se encuentran en desuso, es obligado que la Autoridad Portuaria considere la oportunidad de atender a criterios más relacionados con la calidad urbanística que con un supuesto beneficio económico inmediato. Es en estas situaciones donde las instituciones públicas deben dejar clara su jerarquía de valores y su apuesta por el bien común de los ciudadanos. Demoler la ristra de edificios de escaso interés que colmatan esta zona que fue mar, supondría tres mejoras para el paisaje urbano: 1. Abriría las visuales desde el Paseo Marítimo hacia la Lonja, catedral y Almudaina. 2. Dejaría el club náutico este sí, un edificio con apreciables valores a la vista, exento. 3. Dejaría asimismo visible y exento el pequeño y magnífico oratorio de Sant Elm. Hay que pedir a la Autoridad Portuaria que considere la oportunidad que si se adjudican estos edificios no volveremos a tener para reordenar este sector demoliendo lo inadecuado.

2. El puerto pesquero es probablemente el último reducto a escala humana que queda en el antiguo moll. Pues bien, al parecer, existen presiones por parte de ciertos grupos para reconvertir este pequeño reducto en puerto deportivo. Los amarres de yates en un lugar tan céntrico (al pie del Paseo Sagrera) son sin duda un negocio apetecible pero, de nuevo, hablamos de un plato de lentejas. La superficie de agua ya escasa que hoy nos ofrece este pequeño puerto quedaría cegada por la inevitable acumulación de yates. Vender el alma que le queda al moll vell, el último ambiente marinero a escala humana, sería sin duda un buen negocio para algunos. Y un pésimo negocio para los demás habitantes de la ciudad. Un error urbanístico y paisajístico más en una ciudad que, si nadie lo remedia, se dispone a morir de éxito.

3. Los cruceros. Del famoso texto del premio Nobel Paul Samuelson, Economía general, recordamos una de las leyes elementales: la de los rendimientos decrecientes. Pero no hace falta recurrir a este texto, porque cualquier economía doméstica aplica esta sencilla ley. Ejemplo: para alguien que está pasando hambre, una barra de pan tiene un gran rendimiento. Pero si a esta misma persona le damos otra barra, su rendimiento ya es menor. Y si le damos siete barras le estaremos creando un problema, porque tendrá que pensar en cómo almacenarlas, qué hacer para que no se deterioren, etc. Un conocido refrán catalán viene a resumir esta ley cuando dice "tots els masses fan mal", concepto equivalente a la famosa consigna que podía leerse en el frontón del templo griego de Delfos: nada en exceso.

La ciudad de Palma, como les está ocurriendo a otras del Mediterráneo, está soportando una presión demográfica creciente por causa de los cruceros. Una considerable población, dispersa y brujuleante, que al parecer deja escaso beneficio económico, invade la ciudad en las horas centrales del día. El primer crucero era interesante; el segundo tal vez también. Pero la ley de rendimientos decrecientes ha encendido sus luces rojas: es evidente que el proceso tiene un límite y, a partir de una cierta cantidad de cruceros diarios, los inconvenientes (colapso urbano, contaminación marina, etc.) superan a las ventajas. Fijar este límite es, a nuestro juicio, una obligación urgente de la Autoridad Portuaria y también del ayuntamiento de Palma.

4. La plataforma. Ya hablamos en otro artículo del peligro urbanístico que esta plataforma significa para la ciudad. Esta gran explanada tal vez surgió respondiendo a la necesidad de almacenar contenedores de carga en superficie, pero esta función ha quedado hoy en día obsoleta al ser sustituidos los contenedores estáticos por camiones que viajan en los barcos. Aún así, la Autoridad Portuaria presentó en 2014 un nuevo proyecto de ampliación mastodóntico del puerto. El Colegio de Ingenieros Navales, aportando datos numéricos concretos, afirmó que los actuales problemas funcionales del puerto de Palma no son achacables a una cuestión de espacio disponible en mar o en tierra sino a una deficiente organización de las actividades portuarias y de los espacios que las acogen. Sostuvo que no era necesaria una gran ampliación, tal como preveía el proyecto presentado por la Autoridad Portuaria, y sería suficiente con una discreta ampliación y remodelación del actual dique del oeste. Pero hay que entender que en ningún caso es ya necesaria la enorme plataforma que hoy invade la bahía a los pies de la catedral y a lo largo de casi todo el Paseo Marítimo; y la prueba es que esta plataforma solares en primera línea, en el centro de la ciudad, con inmejorables vistas al mar y a la ciudad antigua permanece hoy casi desierta. El hecho de que se encuentre vacía la convierte de inmediato en objetivo para edificar en ella, y sigue a la espera de que algún plan urbanístico le dé vía libre. Sería el mayor negocio de la historia de Mallorca, y, si nadie lo remedia, la mayor aberración urbanística. Esta plataforma dispone de unos 200.000 m2 de solares en el centro de la rada comprendida entre la ciudad vieja y Portopí. De momento su aspecto es el de una desolada superficie. En el futuro, si se construye, significará una barrera que impedirá gran parte de la visión desde el Paseo Marítimo hacia el mar abierto. Este paseo quedará relegado a una segunda línea, al fondo de una ensenada, y desde muchos de sus puntos no podrá verse ni la catedral ni la Almudaina ni Cap Enderrocat. Pero, en cambio, los nuevos solares serán sin duda los más codiciados de Mallorca: vistas a mar, catedral y castillo, y a un paso del centro. ¿Quién da más?

Pero seamos sensatos. ¿Qué hacer con esta ya inútil plataforma? Alguien ha defendido que podría mantenerse si se destina a usos portuarios. Pero ¿qué se entiende hoy en día por usos portuarios? Olvidémonos de los antiguos estibadores, de los boteros y los mestres d'aixa. Todo esto ya no existe; ya no hay cantinas marineras ni cordeleros. Las modernas actividades portuarias han cambiado por completo de escala, como ha ocurrido con los aeropuertos. La escala humana escasea: todo ha aumentado de tamaño y han variado también los usos. Hasta tal punto es así, que las ciudades europeas que tuvieron puertos memorables Marsella, Génova, Nápoles, Barcelona, etc. han reubicado sus actuales megapuertos de mercancías, astilleros y cruceros, alejándolos del centro urbano, separándolos de sus ciudades históricas. Y la razón es sencilla: la gran escala es incompatible con la escala humana de las viejas ciudades. Las modernas actividades portuarias tienen más que ver con un polígono industrial pesado (grandes camiones-contenedor, grandes barcos cargueros o petroleros, enormes cruceros, grandes burbujas de los astilleros), incompatibles con la escala que debe prevalecer en el entorno de la ciudad antigua o de nuestro Paseo Marítimo. La agresión que esta plataforma de 200.000 m2, una vez construida, significaría para la ciudad de Palma y su actividad turística es evidente. Para que se hagan una idea del tamaño: en ella se podría edificar la mismísima catedral de Palma. Pero 46 veces. Su longitud es mayor que la que separa el puerto de la plaza de España y su superficie equivale a un tercio del actual centro histórico.

Desde el ayuntamiento de Palma y desde la Autoridad Portuaria se argumentó en su momento como mera excusa para incautos que este enorme espacio en el centro de la bahía se destinaría a un espacio de ocio en beneficio de la ciudad. Es un argumento falaz. A nadie escapa que el objetivo es el beneficio económico que algunos promotores, y la propia Autoridad Portuaria, obtendrían. Los solares aparecidos en primera línea de la ciudad serán con diferencia los más valorados de Mallorca, y su destino futuro, si no se elimina la explanada, será, sin ninguna duda, ser construidos en mayor o menor medida. Si no es en esta legislatura, será en otra. Esta será la nueva primera línea. Así empezó a verse en el reciente avance del plan general de Palma. Centros comerciales y hoteles de lujo que ya han hecho ofertas millonarias podrían ser considerados, por hábiles abogados, como "usos portuarios".

Tal vez el cambio político que estamos viviendo traiga en su programa una visión más práctica y más realista, que preserve de esta agresión al paisaje de la bahía y al centro histórico de Palma, presidido por la muralla, la Almudaina y la catedral. Por otra parte, la "pequeña ampliación" propuesta por los ingenieros navales en el dique del oeste (donde la profundidad del mar es el triple que en la explanada) obligaría a buscar otra montaña para extraer el material, generar otra cantera como la de Génova o Establiments, y aceptar que, durante dos o tres años, circularan centenares de camiones por la vía de cintura o por el Paseo Marítimo. Pero, en el caso hipotético de que fuera necesario el acopio de tierras para obras portuarias, habría una solución mucho menos costosa y sin duda más ecológica: utilizar como material de relleno el material existente en la ya obsoleta plataforma. Esto evitaría dos desastres, uno medioambiental y otro paisajístico: evitaría la apertura de una nueva cantera y devolvería el mar al área hoy ocupada por la plataforma.