Diario de Mallorca

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Dicen los científicos que llevamos a nuestro alrededor un aura de bacterias. Que trasladamos con nosotros miles de partículas de porquería. Y que esa porquería nos identifica y distingue a unos de otros. Este asunto cambia la perspectiva de algunas cosas. Si sabemos que por delante de nosotros va nuestra porquería, quizá antes de salir de casa habría que pensárselo. Ya no hablemos de política: ¿qué puede más en las decisiones sobre lo público: lo bacteriano o lo que no lo es? O de la vida: ¿son nuestras relaciones fruto de la atracción entre bacterias y microbios? ¿O lo son pese a esas bacterias y microbios? ¿Y todos estos residuos orgánicos, cómo se acumulan? ¿Lleva más bacterias encima un ser corrupto que un ser angelical? ¿O lleva las mismas? ¿Y un político en campaña?

A mí, por ejemplo, me han gustado las bacterias de Iceta y en cambio no me gustan las de Mas. Las bacterias de Iceta son bailongas y aman la vida. Pertenecen, además, a un hombre culto. Las del otro son ignorantes, las miremos por donde las miremos. Y si cito a uno y a otro y no a sus contendientes políticos es porque este artículo trata de bailes no de elecciones y son ellos dos los que han bailado durante la campaña electoral. Iceta muy bien. Como una moto y sabiéndose de memoria y feliz a 'Queen'. Artur Mas copiando el hecho de bailar a Iceta le supuso un subidón en la intención de voto y él no quería quedarse atrás, pero bailando de pena. Con el dedo índice ambos hacia arriba, como si bailara Los pajaritos o fuera un imitador del friki Leonardo Dantés. En fin, ¿cómo ha de bailar un hombre sin biografía, ni oído musical? Alguien que habla del TOP porque se lo han contado, ya que en los tiempos del TOP no salía de la mesa camilla familiar.

Lo que ocurre es que vivimos una época en la que tiene más peso la ignorancia que el amor a la vida y esto es un problema, porque la ignorancia es primaria y en lo primario reside también la pulsión de muerte. Una pulsión que revolotea por encima del país como el mal y su pandilla sobre Moscú en El maestro y Margarita, de Bulgákov. Nada peor, para cualquier sociedad, que tener un tonto de capirote al mando. No insulto: hablo de escasa o nula altura intelectual y moral. Aquí tuvimos uno gobernando en el Consolat de Mar hasta hace muy poco: contemplen el panorama que dejó, tanto en la sociedad como entre los suyos. Hay bastantes más: la época. Pienso ahora en otro que no para de hacer declaraciones aquí y allá y es también tonto de capirote: tiene mi edad y en los años 70 era de Alianza Popular. ¿Quién de mi edad era en los 70, acabado de morir Franco, de Alianza Popular? Pues este hombre, que tras toda una vida laboral calladito y cobrando de la Corona, ahora se cree George Washington, el pobre; nadie más. En fin, patatas en latín, decía mi abuelo, inventor de axiomas dadaístas.

Pero vuelvo a las bacterias que bailan a nuestro alrededor y me temo que no me he ido de ellas porque nos acompañan siempre. Somos seres bacterianos, según los científicos, y nuestras bacterias nos identifican mejor que la huella dactilar. Y si nos identifican, nos definen. ¿Votamos según nuestras bacterias? Porque a lo mejor llevamos una vida creyendo que votamos en función de nuestras ideas o de nuestro sentido práctico allá cada cual y resulta que votamos a uno o a otro porque estamos infectados. Toda una vida creyendo que nuestra manera de pensar se adecuaba a nuestra manera de ser y ahora resulta que a lo que se adecúa es a nuestras bacterias. Lo que lleva a preguntarse si existen procesos bacterianos colectivos, yo que sé, como un brote de legionella o de cóleramorbo, pero en el aura de las masas. Quizá lo tratara Canetti en Masa y poder, pero no lo recuerdo. Será que a mi edad las bacterias que desprende la memoria ya salen moribundas. Moribundas o tontas, pero no de capirote porque las mías nunca han querido organizar la vida de nadie. Ni desde la verdad, ni desde la mentira. Ni desde la fantasía, ni desde la frustración.

¿Bailamos? Porque este artículo trata de bailes y bailando es donde se nota la clase de valor que cada uno da a la vida en sí y a la propia vida también. Por eso a las mujeres les gusta bailar más que a los hombres. Yo he visto, de pequeño, a mis padres bailando en casa. Quizá por eso me guste ver bailar y si estoy contento, bailar yo mismo de vez en cuando. Cuando Iceta salió a bailar y Sánchez lo miraba estupefacto y con forzada sonrisa de no saber qué hacer era la verdad quien, más allá del pesimismo o la impostura pública, estaba bailando en ese momento. En política eso es casi imposible y en una campaña electoral mucho menos. Y sin embargo... ahí estaba y todo el mundo se dio cuenta: se convirtió en lo que ahora llaman un fenómeno viral. De sus imitadores ya sólo hemos visto las bacterias. Es decir, el aura, que está a la vista de todos y no es necesario describirla, no sea nos pase algo.

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