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Matías Vallés

Independencia o expulsión

Las elecciones catalanas han hecho saltar la banca. Los financieros siempre taciturnos se han sumado al anuncio del apocalipsis, un acontecimiento que ya se fechaba inminente en el viejo Egipto. Una vez exaltados hasta el borde del ataque de nervios, no es aventurado predecir que la capacidad de amedrentar de los banqueros es tan limitada como su crédito. De hecho, el comunicado de bancos y cajas emitido un viernes por la tarde para evitar la represalia de un retiro de depósitos, era papel mojado al lunes siguiente. Bienvenidos a la democracia, en cualquier caso. El voto bancario es el suceso más relevante de la tortuosa senda hacia la Generalitat, pero ha sido enterrado por jugosos conatos de enfrentamiento periodístico. Sin olvidar la prosa de Rajoy que ha desbordado los bushismos de George Bush, tal que el impagable "creo que estamos de acuerdo, el pasado se ha acabado".

Las elecciones catalanas han llegado al límite del punto de ignición. Por fortuna, los votantes son más civilizados que los políticos, según se demostró el jueves en el calenturiento cruce de banderas del ayuntamiento de Barcelona ante una plaza abarrotada. Fue un instante guerracivilista, un detonante neutralizado por la masa. Si todas las autonómicas van a ser como éstas, el país sufrirá un infarto. La combustión se ha trasladado a la prosa. Se pone tanto énfasis en las calamidades que se abatirán sobre cualquier zona del planeta que no se ampare bajo el manto de Rajoy, que cuesta distinguir si se intenta evitar la independencia de Cataluña o si se pretende forzar su expulsión. Los desterradores se muestran más reticentes a enumerar los daños para el país matriz, cuando el propio ministro Guindos reconoce que dos mil de los seis mil millones de inversión extranjera en España tienen a Cataluña como destino final. Por lo visto, el gran dinero internacional tiene la mala costumbre de no leer a la prensa ni a los banqueros de Madrid.

Aun admitiendo que el catalanismo se merezca una respuesta anticatalanista de intensidad equivalente, la expulsión no creará un trauma especial a la mitad aproximada de catalanes entusiastas de la desconexión. Simétricamente, el furor punitivo gubernamental deja inerme a la otra mitad de Cataluña, que desearía como mínimo el bálsamo de la nacionalidad española compartida. Con las espadas en alto, ni siquiera está claro que el miedo vaya a llenar las urnas de los partidos que oponen un plebiscito español al plebiscito catalán. Aunque analizar el discurso de Rajoy es un ejercicio baldío, en una primera fase dramatizaba que no permitiría que los catalanes fueran extranjeros. Ahora amenaza con aplicarles la ley de extranjería, cometiendo el error dialéctico de materializar una independencia que hasta Artur Mas ve lejana. Los historiadores explicarán por qué un Gobierno enfurecido se enemistó con su principal valedor en Cataluña, el actual presidente de la Generalitat.

Entre los daños colaterales de un plebiscito estatal que solo se vota en Cataluña, sobresale la fractura intelectual. Renegar del ejercicio de libertad creativa de Fernando Trueba implica el desprecio a una tradición iconoclasta que ha alumbrado a genios como Dalí, Buñuel o Valle Inclán. El aclamado Rafael Sánchez Ferlosio tuvo suerte de declarar en marzo a El Mundo que "he pasado una vergüenza enorme viendo a los españoles demostrar su españolidad. Es algo terrible. La ostentación de la españolez me provoca náuseas". Hoy sería fusilado sin juicio previo. La hojarasca postelectoral incluirá a un pelotón de escritores de corta o larga distancia a quienes costará volver a leer tras su incursión propagandística. Las catalanas han ocultado el impacto dramático de B, la película sobre Bárcenas que recuerda dónde empezó todo.

No deben sobrevalorarse las disputas entre los descendientes de una única Eva africana. Sin embargo, la colisión entre Junts pel Sí y Separados por el No se agrava con la intromisión del poder financiero, que pretende formular una opinión sin derecho a réplica. Su planteamiento sobre la libre disposición del dinero ajeno, olvidaba el agradecimiento a los contribuyentes también catalanes que han pagado disciplinadamente el rescate de Caja Madrid, uno de los firmantes. El problema no radica en su fervorosa petición para las catalanas, sino en la proyección a futuros comicios. Si un cliente no vota a quien le indique su entidad, la banca reclama el derecho a quedarse con su depósito, aunque un cínico añadiría que lo hará de todas formas.

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