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Al Azar

La Marca Hispana de Junípero

Los historiadores pleitean sobre si Fray Junípero Serra es un santo o un criminal racista, dos títulos compatibles en los anales vaticanos y en una isla que acostumbra a canonizar a sus mayores delincuentes. No nos entrometeremos pues en las categorías, para ceñirnos a los mapas. El impacto del evangelizador mallorquín no reside en la fe, sino en la toponimia. Al renombrar enclaves como San Diego, San Luis Obispo, San Francisco, Monterey o Los Angeles (emanada de la misión de San Gabriel) en la región más opulenta del planeta, superaba en trascendencia a los Hernán Cortés, Pizarro o Sol Meliá. Cualquiera puede conquistar California, siempre que esté dispuesto a perderla a continuación. La depredación bélica es una tarea de aluvión, que retrocede igual que prosperó. En cambio, nombrar las cosas es un privilegio de dioses, el principal argumento para la santificación del franciscano.

Philip K. Dick es uno de los mayores filósofos que nos legó el siglo XX, junto a Dalí y Bobby Fischer. Al adaptar al cine uno de sus relatos en la seminal Blade Runner, la acción se sitúa en la supuesta fusión de San Francisco y Los Angeles que la realidad no ha comprometido. Sin embargo, San Angeles es la síntesis de la perdurabilidad juniperiana. La cacareada Marca España no da ni para una cocacola, el nativo de Petra implantó la indeleble Marca Hispana, el contrapunto boyante de las decrépitas Boston o Filadelfia.

Admitamos un sadismo íntimo en la toponimia de Junípero, al enrevesar el hereje idioma de Donald Trump. Contemplar la pronunciación de "San-Fran-cis-co" en labios de un anglohablante corrige el imperio de su lengua. De hecho, lo abrevian avergonzados en Frisco, del mismo modo que Los Angeles se comprime en LA o elei. Sin embargo, la mística indestructible de ambas ciudades reside en su denominación. Ojalá Fray Junípero hubiera rebautizado la anodina Palma de Mallorca, pero estaba llamado a perfeccionar el nomenclátor planetario. Su labor prefiguró los Estados Unidos de Hispania que la realidad demográfica ha acabado por imponer. Queda pues habilitado como visionario, la santidad se juzga en otro tribunal.

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