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Columnata abierta

La desconexión

Obama dice ante Felipe VI que quiere una España fuerte y unida, y el portavoz de Convergència Democràtica de Catalunya en el Congreso de los Diputados entiende la declaración como unas palabras de "mera cortesía". Tiene razón este señor, Pere Macias. Pero, como viene siendo habitual en el nacionalismo catalán durante los últimos tiempos, este buen hombre interpreta esa amabilidad en dirección contraria a la del resto del mundo. Obama estuvo cortés, sí, pero no con el rey de España, sino con Artur Mas, a quien no mencionó para evitar otra erección del president de la Generalitat de consecuencias imprevisibles. Me refiero al orgullo, por supuesto. Si el molt honorable fuese el presidente de Afganistán, Somalia o Liechtenstein, por citar algún Estado reconocido por la comunidad internacional, las palabras de Obama hubieran sido más directas y menos diplomáticas: ¿pero dónde vas, alma de cántaro? Fundamentar un proyecto político serio en la flagrante violación del ordenamiento jurídico de un país civilizado es un disparate que no tiene precedentes en la historia moderna. Es obvio que el independentismo catalán considera España un país de bárbaros porque no les reconoce sus derechos, pero al menos deberían tener la honestidad de admitir que les va costar convencer de esa opinión al resto de países civilizados, que también se caracterizan por defender el cumplimiento de sus leyes.

Con este primer párrafo reincido en el error más común que se comete al opinar sobre el proceso soberanista catalán. Es una pérdida de tiempo emplear argumentos lógicos para rebatir una cuestión planteada desde una perspectiva que no tiene nada que ver con la racionalidad. A quien le quede alguna duda que vea en YouTube el decuartizamiento intelectual al que se ve sometido el cabeza de lista de Junts pel sí, Raül Romeva, a manos de un periodista de la BBC, poco sospechoso de ser un mercenario de la Brunete mediática madrileña. Yo llegué a esa conclusión hace un par de años, en una conversación con un amigo no conocido, sino amigo formado, capaz y totalmente partidario, sin matices, de la independencia de los Països Catalans. Hablábamos sobre el panorama de los medios de comunicación en Cataluña, y en un momento determinado me dijo que TV3, admitiendo algún error puntual, era un ejemplo de televisión pública objetiva e independiente, como la BBC. Yo me quedé callado, esperando que acabara el chiste, pero él también permaneció en silencio. Durante unos segundos miré fijamente sus ojos miopes y amables, y entonces comprendí que todo estaba perdido, que no había nada sobre qué dialogar. Si un hombre bueno e inteligente no pestañeaba tras pronunciar ese dislate, convencido sin fisuras sobre su verdad, debíamos centrarnos en hablar sobre la familia, el fútbol y la literatura. Fue doloroso comprobar en ese instante como ambos renunciábamos a una parte de nuestra libertad de expresión para proteger unos afectos que nos importaban más que la soberanía nacional.

El planteamiento sincero es el de Oriol Junqueras, que no pierde tanta energía como Mas en rebatir lo evidente, y de esa manera insulta un poco menos la inteligencia de los electores. Para el líder de ERC estar a favor de la independencia de Catalunya es una cuestión de dignidad, cueste lo que cueste, sean cuales sean las consecuencias. Es honesto y coherente, pero también ofensivo quizá sin pretenderlo para los que no piensan como él, porque a sensu contrario supone reconocer que los partidarios de la permanencia de Cataluña en España lo que pretenden es perpetuar una situación de indignidad, una indecencia política, social, económica y jurídica. Mala gente, por tanto. En estos tiempos inciertos hace furor la definición de Rajoy como una máquina de fabricar independentistas. El presidente del Gobierno lo niega, pero si algún día se convence de sus errores seguro que se arrepiente. Pero nadie habla del gran éxito de los líderes independentistas para generar inquinas fuera de Cataluña. La diferencia está en que éstos no se van arrepentir nunca, más bien al contrario, lo celebran. Cada vez que un cafre españolista insulta a los catalanes la respuesta no se hace esperar: ¿entendéis ahora por qué nos tenemos que ir? Es la clásica lógica revolucionaria de acción-reacción-acción trasladada a la palabra, que a largo plazo es mucho más efectiva que la violencia física.

Desde que saltó el escándalo fiscal de Jordi Pujol, tengo claro que la prioridad de Artur Mas se centra en evitar su ingreso en prisión. El suyo, no el de Pujol.Y si no puede evitar esa desgracia personal prefiere hacerlo con una excusa patriótica que enfangado en comisiones y tráfico de influencias. Con unos fiscales anticorrupción como lo que disfrutamos en Balears, en Cataluña no quedaría tiempo ni espacio suficiente para tantos engaños y escenografías norcoreanas. Pero todo eso se podría disculpar porque Mas no es el primero ni el último político que inventa argucias, como esa patraña de la desconexión legal en seis meses de todas las estructuras del Estado. Lo que jamás podremos perdonar a este pillo es la desconexión emocional que su delirio está provocando entre multitud de personas de buena fe, las divisiones familiares, la erosión o el debilitamiento de amistades basadas en cuestiones mucho más profundas que la distribución vertical u horizontal del rojo y el amarillo sobre una bandera.

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