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Norberto Alcover

Francisco, entusiasmo y distancia

Lo vengo observando desde hace meses, y cada vez lo percibo con mayor claridad. Al comienzo, era un interrogante, pero ahora mismo es una certeza absoluta. Y me ocupa y me preocupa y me llena de malestar. Este papa, al que tanto quiero y admiro por razones obvias, y a su vez suscita una reacción casi iracunda en muchos sectores del catolicismo más tradicional y conservador. En esta apreciación, incluyo personas de reconocido talante agnóstico y ateo, pero también a obispos y cardenales que dedican sus esfuerzos previos al sínodo de la familia, a escribir textos que se convierten en torpedos dirigidos a la más delicada línea de flotación de la persona de Francisco. Y de esta manera, nos demuestran que no están dispuestos a ceder ante ese signo de Dios que es el argentino que nos llegó de tan lejos y sustituyó la ley pura y dura por la cercanía y la misericordia. Hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia. Lo tengo absolutamente claro, como escribí antes. Y me ocupa y me preocupa cada vez con mayor intensidad sobre todo por las consecuencias a medio y largo plazo que pueda tener tal actitud, que se aprovecha del clima de libertad suscitado por el mismo pontífice. Algunas personas rechazan esa libertad. Sencillamente porque pone en tela de juicio el intocable poder sobre las conciencias. Suena a ya vivido.

Quienes militan en este batallón de alérgicos a nuevo tiempo, escudarse en que los agnósticos y ateos a quienes gusta Francisco no dan el paso esperado a una fe asumida y permanecen en un cierto entusiasmo coyuntural, que podría desaparecer en el momento en que este papa desapareciera y tal vez nos llegara otro un tanto diferente. Desaparecido su motivo de entusiasmo eclesial, desaparecería también su percepción diferente de la iglesia en cuanto tal? "y quedaríamos los de siempre", como decían las viejitas de Mingote cuando las innovaciones conciliares. Y puede ser que tengan alguna razón. Puede ser que muchos entusiasmados apenas se plantean repensar la imagen de la Iglesia, olvidando que las medidas y el talante de Francisco "es eclesial" y por lo tanto tiene que ver con la misma estructura histórica del pueblo de Dios. Sucede y sucederá.

Ampararse en esta posibilidad es cicatero y malintencionado. Cicatero porque pone en tela de juicio que Dios se manifiesta como quiere y cuando quiere, sin excepción. Y malintencionado porque saben muy bien que este papa recoge la voluntad del Vaticano II, al que siempre han menospreciado y ahora le niegan el pan y la sal presente en Francisco y su todavía pequeña revolución eclesial. Repito que su cicatería y su mala intención solamente se apoyan, de verdad, en su visión monolítica de una Iglesia que, precisamente ahora, tiene la oportunidad de optar por un "dinamismo bíblico", basado en el "discernimiento ignaciano" que es el propuesto por Jesucristo en el Evangelio cuando se enfrenta con los leguleyos del judaísmo enquistado. Esta es la única razón de su actitud, dispuesta a llegar a donde sea e impedir que el cuerpo de Cristo recorra los nuevos caminos que lo llevarán a donde solamente Dios sabe y quiere, pero que se están trazando por medio de su vicario eclesial y de quienes le seguimos desde la fe más honda y consciente.

En su momento, tuvimos que inclinarnos ante la reacción frente al Vaticano II, una reacción implacable y auspiciada desde los vértices, y entonces demostramos una obediencia que fue menospreciada por tradicionales y conservadores a ultranza. Pues bien, ahora sabemos que es nuestro momento y trabajaremos como sea oportuno para que los necesarios cambios eclesiales se produzcan, cueste lo que cueste. Nos va en ello nada menos que la obligación de evangelizar y de hacerlo en este concreto momento de la historia. Para estos hombres y estas mujeres, en los que se manifiesta misteriosamente el signo de Dios, historizado precisamente en la encarnación de Cristo, su hijo. Negar el dinamismo eclesial, y por lo tanto los cambios eclesiales permanentes, significa negar también las consecuencias de la introducción de Dios en la historia humana y cósmica, como ya advirtió el siempre vivo Teilhard de Chardin. En estas cuestiones, es preciso andarse con mucho cuidado, porque el colmo del conservadurismo acaba engendrando el colmo del dogmatismo regresivo. Tenemos suficientes pruebas fehacientes de esta deriva demoledora.

No es éste el camino. Ni el de quienes están entusiasmados con Francisco pero permanecen sin interrogarse por la realidad eclesial, con valentía y decisión existenciales y conceptuales, ni el de éstos otros que reniegan del dinamismo histórico eclesial, arrastrando consigo la manifestación plena del misterio de Dios en Jesucristo para los hombres y mujeres todos del tiempo y del espacio actuales. Ambos caminos conducen a la inoperatividad en la fe, en la esperanza y en el amor. Ambos caminos no acaban de llenar, en absoluto, las expectativas del papa Francisco, que ofrece su mano abierta como signo de que quien la acepta caminará hacia el verdadero rostro del señor Jesús, y desde tal rostro al misterio de Dios. Sabemos que todo es don, regalo, gracia, pero estamos llamados a recibirla mediante los intermediarios regalados. Ni vale solamente entusiasmarse, pero tampoco poner troncos en el camino. Ni un entusiasmo inoperante ni una distancia totalitaria. Acoger esa mano de misericordia, esa mano de un Dios bueno.

¿A dónde vamos a parar con lo anterior? Muy sencillo. Una vez que hemos desterrado las dos actitudes que acaban por ser involutivas, se hace preciso actuar en el sentido de la "alegría del Evangelio", sobre todo. Cambiar tantas cosas como este papa permite que se abran paso en esta liturgia anquilosada, en pastoral matrimonial, en lucha por la justicia, en diálogo con las realidades temporales, en las responsabilidades laicales, en la relación entre fe y cultura, y en tantas cosas más, que la carta papal desarrolla de forma tan luminosa como concreta. Si no damos muestras de cambios perceptibles por cuantos nos rodean y por nosotros mismos, es que estamos haciendo inoperantes las intenciones de Francisco. Y en muchas ocasiones y situaciones nos persigue una tremenda alergia al cambio que cambia la realidad, rechazando nuevos odres para estos vinos siempre nuevos. No actuar por cambiar lo que nos indica Francisco, en una palabra, es mostrarnos cicateros y malintencionados con el designio de Dios hoy y ahora.

Este curso que ahora comienza nos permitirá percibir qué caminos concretos elegimos todos los miembros del pueblo de Dios, pero también quienes nos contemplan. "El año de la misericordia" y el sínodo de la familia, serán excelentes momentos para ver lo que llevamos en nuestro interior. Ni entusiasmo inoperante ni distancia pagana. Coger la antorcha del don de Dios que es Francisco para entregarla en evangelización a los compañeros de la historia. No perdamos ocasión.

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