Creo recordar que fue mi muy admirado Antonio Pizá quien en uno de sus artículos de opinión de hace algunos años (y digo "creo" porque, sintiéndolo mucho, no he podido encontrar el artículo en cuestión en la hemeroteca) contaba que un conocido suyo solía decir que no volvería a ir a misa hasta que el cura de su parroquia le regalara su vespa "a los pobres". Pizá, con su ácido y habitual sarcasmo, contestaba a su conocido que si no quería ir a misa no fuera, faltaría más, pero que no buscara excusas tontas.

Sabe el lector informado (y que conoce la célebre anécdota de la campaña electoral a la presidencia de Estados Unidos de 1992, en la que, con la frase "It's the economy, stupid!", Clinton puso en evidencia a un desafortunado Bush respecto a lo que realmente importaba al país), que en el "estúpido" del encabezamiento no hay ánimus injuriandi, sino únicamente de centrar temas y debates en los que algunos gustan de marear la perdiz haciendo de paso una demagogia bastante vulgar. Individuos que, por falta de sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, se posicionan contra la futura abolición de las corridas de toros, agarrándose a argumentos tan banales como falsos. El colmo de tales intentos de justificar lo injustificable se está dando últimamente en quienes haciendo uso de la falacia ad hominem tratan de desacreditar (o al menos de meter en un mismo saco al que no pertenecen) a todos y cada uno de los que estamos en contra de la aberración de torturar a un animal para diversión de unos pocos. Me refiero a quienes tratan de presentar al movimiento que defiende la ilegalización de dicha tortura, como un ataque organizado contra todo lo español. Algo que permite a dichos partidarios de las corridas de toros postularse como circunstanciales guardianes de las esencias de España. Son los que pretenden que detrás de las acciones encaminadas a su erradicación estarían únicamente los seguidores de los partidos secesionistas, separatistas y antiespañoles en general.

Pues bien, puedo hablar por mucha gente a la que conozco y que piensa como yo. Pero, sobre todo, puedo hablar por mí. Y quienes me conocen bien, saben por ejemplo que a mí (como a muchos de los que estamos en contra de corridas de toros y otros espectáculos de tortura animal, como el toro de la Vega, correbous, etc.) probablemente se me podrá acusar de muchas cosas, pero en ningún caso de antiespañol. Más bien al contrario, ya que (aunque respeto todas las ideas que se expresen pacíficamente y respetando la legalidad) simpatizo tirando a poco con separatismos y/o nacionalismos radicales que van contra los tiempos de una unión que al final hace la fuerza de todos los ciudadanos españoles (y europeos) en un objetivo de convivencia común.

Aclarado lo anterior (parece mentira que haya que aclararlo todavía), me avergüenzo de que las corridas de toros sean llamadas "fiesta nacional" de mi país. Porque no hace más que reafirmar que en muchos aspectos seguimos siendo una nación atrasada e incivilizada. Lo decía Gandhi: "La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados según la forma en que trata a sus animales". Por lo que, al menos según el Mahatma (persona, por cierto, poco sospechosa de no preocuparse por los humanos), nos deja en muy mal lugar.

Una idea no es buena o mala en función de quién la defienda. Una idea es buena o mala per se. Que en el deseo de erradicar legalmente las fiestas en que se martiriza animales coincidimos personas con ideas políticas de muy distinto signo (nacionalistas y no nacionalistas, independentistas y no independentistas, gente de izquierdas, de derechas o de centro, etc.) es un hecho innegable hoy día. Y demuestra que, por encima de otras cuestiones, cada vez más españoles estamos sensibilizados contra esa tortura.

Si a alguien todavía sigue teniendo dudas, le recomiendo leer a Mariano José de Larra (a quien ya me he referido en alguna ocasión sobre este tema). Larra, escritor y periodista madrileño (al que no puede acusarse precisamente de militante del separatismo catalán o vasco), publicó durante el primer tercio del siglo XIX sensatas columnas en las que se avergonzaba públicamente de las corridas. De entre ellas, quiero destacar de nuevo el fragmento en el que se refiere a la plaza de toros como "circo, adonde van a ver a un animal tan bueno como hostigado, que lidia con dos docenas de fieras disfrazadas de hombres, unas a pie y otras a caballo, que se van a disputar el honor de ver volar sus tripas por el viento a la faz de un pueblo que tan bien sabe apreciar este heroísmo mercenario. Allí parece que todos acuden orgullosos de manifestar que no tienen entrañas, y que su recreo es pasear sus ojos en sangre, y ríen y aplauden al ver los destrozos de la corrida". Otras citas de relevantes ciudadanos sin sospecha de antiespañolismo son abundantes. Por ejemplo, Santiago Ramón y Cajal: "Me enorgullezco de no haber figurado nunca entre la clientela especial de las corridas de toros"; o Félix Rodríguez de la Fuente: "Ni como naturalista ni como biólogo puedo ser partidario de las corridas de toros. Los carnívoros matan porque no saben alimentarse de otro modo, matan porque lo necesitan para vivir. Es asombroso que exista un público que disfrute y sienta placer viendo como un hombre mata a un animal en la plaza de toros. La mal llamada fiesta nacional es la máxima exaltación de la agresividad humana".

Para la inmensa mayoría de españoles que nos declaramos públicamente detractores de esa muy mal llamada "fiesta nacional" no se trata de otra cosa que de compasión y piedad (sin más consideraciones políticas o patrióticas). Por ello, quienes sean partidarios de las corridas de toros, porque son personas crueles y que disfrutan con el sufrimiento de un animal inocente, que lo hagan mientras puedan. Pero que no busquen excusas.

* Fundador y vicepresidente de la Asociación balear de abogados por los derechos de los animales