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Antonio Papell

Después de los refugiados políticos

España ha llegado tarde a la solidaridad europea con las migraciones políticas. Embotado el entendimiento por tantos años de presión migratoria desde el sur, debida al escalofriante gradiente en términos de renta y bienestar entre ambas orillas del Mediterráneo, no hemos sido capaces de ver que en esta ocasión los flujos migratorios eran políticos y no estaban formados por el lumpen africano personas sin formación que huyen de la miseria y el hambre física sino por las clases medias de Siria y de otros países en guerra que buscan refugio para no ser diezmadas materialmente por los contendientes, que se emplean con una ferocidad inusitada.

Sólo después de que Merkel anunciara su generosa disposición de acoger a los que lleguen ¿hasta 400.000 este año? y a habilitar de entrada 6.000 millones de euros a tales fines en vez de los 1.000 previstos, nuestro país ha anunciado la flexibilización de su postura? aunque García Margallo ha argumentado hasta el último momento la limitación de nuestras disponibilidades materiales? sin ver que en estos casos el dinero es lo de menos. Cuando países como Alemania, Francia, el Reino Unido e Italia han dado a conocer su disposición abierta y magnánima a pesar de que Cameron ganó las últimas elecciones con la promesa del cierre de las fronteras británicas a la inmigración, dispuestos a asimilar las riadas de sirios, afganos, iraquíes, etc., que llegan a Europa desde Asia Menor, España no puede ocultarse tras la crisis a la hora de unirse al rearme ético de una Europa que se ha percatado al fin de que no es una isla, y de que su bagaje político e intelectual no puede esconderse tras los muros infranqueables de una fortaleza.

Muchos de estos inmigrantes que solicitan asilo regresarán seguramente a sus países de origen cuando cesen las guerras; de hecho, su propia llegada a Europa constituye un acicate para la intervención de Occidente en los conflictos. Será casualidad, pero Francia acaba de decidir intervenir militarmente en Siria todavía con gran prudencia al tiempo que se apresta a recibir a los refugiados de ese país? Y los que se queden finalmente entre nosotros, enriquecerán con sangre nueva la avejentada pirámide demográfica de la UE.

Con todo este trajín, cuando se resuelva el problema nos habremos olvidado de la otra inmigración, que persiste evidentemente: la que proviene del sur y tiene móviles más socioeconómicos que políticos (aunque también hay sátrapas y guerras en África). Es presumible además que los países europeos, saturados de inmigrantes y con sus presupuestos para la integración exhaustos, opongan todavía más barreras a esta presión meridional, con lo que subirá la presión y el problema se agravará.

La emigración siria cesará cuando acabe la guerra en el país (y, como queda dicha, una parte de ella regresará a sus lugares de origen). Pero la emigración africana hacia el Norte no cesará hasta que cambien las condiciones del continente. Y esta es la otra tarea pendiente de la Unión Europea con respecto a su zona de influencia: la redención de África. Hoy existe una tímida labor de cooperación, totalmente insuficiente, para desarrollar el inmenso espacio africano, cuya desestructuración está permitiendo el surgimiento de movimientos terroristas. Este camino cooperativo es el correcto, sin duda, pero es preciso intensificarlo, elevarlo a la enésima potencia con la convicción de que tras el desarrollo llegarán también la democracia y la cultura. Jacques Delors, que tiene páginas decisivas sobre este designio, ha dado ya pautas que la UE debería seguir sin vacilar. Porque sin la resurrección de África, Europa no podrá vivir del todo tranquila.

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