Este agosto pasé unos días en la cordillera del Harz con mi familia alemana. Visitamos el campo de concentración de Mittelbau-Dora, uno de los muchos campos satélites del terrible Buchenwald. Sólo en esta región había docenas de campos de concentración. El Estado alemán y las iniciativas privadas mantienen bastantes campos como recuerdo del horror nazi. Da igual el color del gobierno, se conmemoran fechas de ignominia como una cuestión de Estado.

Mittelbau-Dora, construida por orden de los nazis, fue la mayor fábrica de armamento subterránea de la Segunda Guerra Mundial, obligando a los prisioneros esclavos a excavar una montaña para construir veinte kilómetros de túneles. Allá trabajaban y dormían miles de hombres cuya vida era muy corta y eran continuamente sustituidos por otros miles que llegaban en trenes de la muerte hasta la misma puerta del campo A. Puedo asegurar que dentro de la montaña hace mucho frío. La temperatura es de ocho grados. Cuando hubo demasiados prisioneros, se construyeron barracones en superficie para albergarlos.

La entrada a este Memorial es gratuita, y un equipo de personas voluntarias explica a los grupos la tremenda historia. Por allá pasaron 60.000 prisioneros de 21 países: además de judios, socialdemócratas, comunistas, gitanos, homosexuales, asociales, de los cuales 20.000 fueron asesinados allá, no sólo en el crematorio hay esparcidas tantas cenizas que se puede considerar otro inmenso cementerio. Nos decía la joven guía que cada mañana, antes de salir a trabajar, había recuento; tenía que volver el mismo número para asegurarse que nadie había escapado, con lo que los vivos debían acarrear a los que habían muerto durante la jornada. A los enfermos o agotados, los metían en el tren y eran enviados a las cámaras de gas de Auschwitz o Mauthausen. No hay espacio aquí para transcribir los horrores contados, con lo que animo a buscar en internet.

En esos mismos días, había sido el aniversario de los fusilamientos de Las trece rosas, como se conoce popularmente a las jóvenes militantes republicanas fusiladas por el régimen de Franco en agosto de 1939, poco después de acabar la Guerra Civil. Al contrario que en Alemania, en el Estado español aún se conmemora como acto militante. Pensé que deberíamos aprender de Alemania en lo que respecta a enfrentarse con su pasado reciente. Con todo lo mejorable que puede ser, nos dan una lección de cómo una sociedad asume su historia y reconoce los hechos, pues sólo a partir de entonces se puede hablar de superación y de curar heridas. En nuestro país no hay aún un reconocimiento común de lo que para el resto de Europa son hechos irrefutables: nuestra guerra civil fue producto de un golpe de estado de ultraderecha contra un gobierno republicano democrático y legal; fue un ensayo general para tácticas de hostigamiento y represión a la población civil que luego desarrollarían la Alemania nazi y la Italia fascista; y que, como resultado tiene el hecho de que aún hay miles de fosas comunes en las cunetas, por toda la geografía. Que aún hay muchas familias que no tienen a sus muertos enterrados en cementerios.

La memoria histórica, dicen los de derecha, sólo sirve para despertar rencores y reabrir heridas, pero no es así. Alemania nos muestra que hay que recordar estos hechos, conmemorar fechas como una cuestión de Estado, gobierne el partido que gobierne. Como el grito de "Nie Wieder" alemán o el sonido de la campana de Hiroshima, no sirve para abrir heridas sino para recordar que nunca más debe ocurrir de nuevo, para lo que el inicio básico es reconocer el daño, reparar el dolor de las familias, devolverles sus muertos. Es el único camino para una verdadera reconciliación. Por ahora, en este país son iniciativas de activistas, como la Associació de Memòria de Mallorca: nuestro agradecimiento por su labor y nuestras felicidades por el reconocimiento que les da ahora el Consell de Mallorca.