Diario de Mallorca

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Antonio Tarabini

Más allá de la foto

Nos ha impresionado la foto de un niño de tres años encontrado muerto en una maravillosa playa de Turquía. Como antes el hallazgo en Austria de una furgoneta en cuyo interior yacían amontonadas 71 personas muertas por asfixia. Y las miles de personas "enterradas" en el Mediterráneo, ahogadas o asfixiadas en las bodegas de los barcos y barcazas mientras intentaban huir de la guerra y la hambruna en sus países.

Tales "imágenes" han impactado a buena parte de los ciudadanos europeos. Pero más allá del sentimiento lógico de repulsa, resulta altamente significativo que la indignación se ha convertido en un movimiento ciudadano solidario (solidaridad que surge no de sentimientos caritativos, sino fundamentalmente de una exigencia de elemental justicia). Dichos movimientos ciudadanos inquietan a gobiernos europeos (Alemania, Reino Unido, España...) y a la UE, que hasta hace escasos días eran reacios a acoger a los miles de refugiados en busca de asilo. Europa aceptaba a lo más 40.000, que algunos estados miembros no estaban dispuestos a "recoger". España, a lo máximo, estaba dispuesta a acoger unos 1.300. Ahora, "motivados" por sus ciudadanos, están dispuestos a llegar hasta las 160.000 personas (el 0,03% de la población de la UE). Rajoy ahora está dispuesto a acoger a los que nos toquen. Las razones son claras y de índole electoral: le inquietan los movimientos ciudadanos "incontrolados" (surgidos desde distintos segmentos sociales, incluidos posibles electores del PP); y las iniciativas solidarias que surgen en diversas autonomías, especialmente desde ayuntamientos relevantes gobernados por nuevas mayorías de izquierdas, que según los populares no son más que refugios peligrosos de radicales antisistema.

Las potencias europeas han estado mirando hacia otro lado cuando pasaban las columnas de inmigrantes, mientras el populismo de derechas despliega el discurso del temor y del resentimiento, al que los gobernantes se apuntan con una irresponsable facilidad. La resolución de los problemas derivados de la inmigración económica se confió a la dinámica de los mercados. Por un lado, los que llegaban presionaban el mercado de trabajo a la baja, contribuyendo así a la devaluación salarial, al precio de enormes bolsas de precariedad y de economía sumergida: la brecha de la desigualdad. Por otro lado, se esperaba que la caída de la oferta de trabajo operara como mecanismo regulador de los flujos, y así ha sido, en parte, porque la inmigración económica ha disminuido sensiblemente. La acción del gobierno de España se redujo al endurecimiento legal, a la cruel iniciativa de rechazar la asistencia sanitaria a los "sinpapeles", y la acción represiva de las vallas de la vergüenza de Ceuta y Melilla como iconos de la fantasía de las fronteras inexpugnables).

Ahora se trata de refugiados en busca de asilo, que huyen de sus países asolados por las guerras (Siria, Irak, Afganistán, Libia...), no se trata sólo de inmigrantes "ilegales" en búsqueda de una vida mínimamente digna. Son más de 350.000 personas que, hasta la fecha, han conseguido "entrar" en Europa, no prioritariamente en búsqueda de trabajo sino huyendo de la persecución y de la guerra. Europa no sabe qué hacer con ellos, como no sabe qué hacer con los inmigrantes ilegales. Y se niega a reconocer la trágica inutilidad de poner puertas al campo.

No quiero pecar de ingenuo, ni de "buenísimo". Es cierto que nuestro país tiene sus propios problemas: altas cifras de paro, condiciones indignas de trabajo (precariedad...), la falta de expectativas personales y profesionales de nuestros hijos... Es cierto e inquietante que la "mejora económica" sigue basándose en una desigualdad creciente entre personas y colectivos. Pero también es cierto que tales problemas estructurales no tienen viso de solución sino existe un cambio radical de chip en las políticas socioeconómicas, incluidas las propias de la emigración. Ahora sufrimos una de las caras de la inmigración: los refugiados en busca de asilo.

Europa se "construyó" no sólo como un espacio común de libre circulación de personas y (principalmente) de capitales. Era (y se supone que sigue siendo) un proyecto político para sus ciudadanos en base a unos valores básicos tales como la libertad, la solidaridad y la igualdad de oportunidades... Era (y se supone que sigue siendo) un proyecto político abierto en un mundo globalizado, donde no hay soluciones (?) parciales para unos pocos. Es una utopía pensar en construir una fantástica Ítaca para los que hemos tenido la suerte de nacer en tierras europeas, mientras en el exterior de sus propias fronteras reina la guerra y el hambre. La esperanza radica en los ciudadanos europeos, incluidos victimas de la crisis y de la desigualdad creciente, que lideran también la defensa de unos derechos mínimos de centenares de miles de personas que han tenido el mal fario de nacer en un lugar equivocado.

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