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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Septiembre ya está aquí

Un verano tras otro, las vacaciones se acortan a golpe de sacudidas bursátiles y de escándalos políticos. Este año no ha sido una excepción, con agosto acelerando el paso a medida que se aproximaba septiembre y su doble cita electoral. Época de grandes promesas, de guiños publicitarios, de compra disimulada de votos. El partido en el gobierno adelanta la aprobación de los presupuestos generales con el claro objetivo de vender entre los votantes las bondades de la recuperación. El PP sabe que su principal baza consiste en capitalizar el dinamismo de la economía que crece cerca del 4% anual frente a la anemia de los años anteriores y erigirse en el partido de la estabilidad y de las maltrechas clases medias.

En pleno terremoto preelectoral, esta última semana de agosto se ha cerrado precisamente con la actuación de la fiscalía en la sede de CDC y en la de su fundación, CatDem. Como resulta obvio, los políticos convergentes han visto en la intervención policial una clara injerencia del gobierno central en las autonómicas de septiembre. "Éstos son los tanques del siglo XXI. La guerra ha comenzado", llegó a declarar con cinismo un periodista de TV3. Se puede dudar de casi todo, pero difícilmente cabe sostener que, a lo largo de estos años, la justicia haya beneficiado por sistema al PP o a cualquiera de los partidos con responsabilidad de gobierno; y ejemplos hay tantos como uno quiera: del PER andaluz al encarcelamiento de Bárcenas. El presunto 3% catalán formaría parte de ese entramado enfermo del país, en el que se confunde la democracia con los negocios y el poder político con el Boletín Oficial del Estado: un capitalismo de amiguetes o, lo que es lo mismo, un capitalismo al servicio de las elites nacionales y regionales; un capitalismo, en definitiva, que necesita ser modernizado en clave democrática.

En todo caso, resulta difícil medir el impacto electoral en Cataluña de las últimas actuaciones de la fiscalía. La corrupción llueve ya sobre mojado y sus efectos en los votantes son escasos. Dentro del independentismo catalán se dan varias sensibilidades, no siempre coincidentes. Una parte, seguramente minoritaria, responde a los postulados antisistema de la izquierda radical y de la vieja tradición anarquista de Cataluña. Otra parte, sin duda más considerable, proviene del discurso identitario propio del nacionalismo romántico, que asocia en una misma fórmula la idiosincrasia, la lengua y la dignidad del país. A pesar de que en ocasiones se ridiculiza el nacionalismo como ideología decimonónica, no debemos olvidar que constituye una de las fuerzas centrales que recorre, para bien o para mal, toda la Historia contemporánea. Olvidarlo, creo, supone una grave ingenuidad. Finalmente existe un tercer grupo, cuyo número resulta difícil de cuantificar, que arropa al independentismo desde postulados opuestos. En este caso, el factor clave sería el hartazgo con la marca España y el descrédito actual de la Transición. Consideran que España es un país irrecuperable, todavía estamental, gangrenado por la corrupción y la baja calidad de sus elites. Para este votante, el efecto modernizador de la Constitución del 78 habría llegado a su final y el saldo sería un evidente fracaso, a pesar de algunos éxitos parciales: ni España entiende el hecho diferencial autonómico ni los partidos de la estabilidad han sido capaces de asumir los retos de la globalización. Para este grupo, el voto separatista no respondería tanto a intereses identitarios como al anhelo de poner en marcha una nueva transición que permitiese crear un país más moderno, justo y competitivo: el éxito de la marca Barcelona, en definitiva, frente al desprestigio de la marca España.

Cabe pensar que será en este tercer grupo donde la cuestión de la corrupción convergente y de la oligarquía catalana adquiera un mayor peso a la hora de decidir el sentido de su voto. El 3%, además del cráter Pujol, rompe el mito de la mayor calidad democrática de los gobiernos de Cataluña. Lo paradójico es que la posición de este votante no dista mucho de lo que propugnan los nuevos movimientos nacionales que han surgido a izquierda y derecha del espectro político: Podemos y Ciudadanos, básicamente. Y esto sugiere que, una vez superada la calentura plebiscitaria, la cuestión central de la próxima legislatura consistirá en la modernización institucional del país y la reforma constitucional.

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