En la obra de reciente publicación La belleza de los monstruos (J.M. Bosch Editor, 2015), expongo que el populismo no es lo que habitualmente tendemos a pensar. Por lo general, se acostumbra a asumir que los populistas son unos demagogos algo más enloquecidos de lo normal. Políticos como cualesquiera otros que endulzan el oído de sus potenciales votantes con, eso sí, mentiras más descaradas, enloquecidas e irrealizables de lo que resulta habitual. Visto así, ser o no ser populista no dependería de la ideología de cada cual, sino de la mera superación de un impreciso límite en la mentira política.

No lo creo así. El populista no es sólo eso. Si sólo fuera eso, no supondría más que otra vuelta de tuerca en la degeneración de la democracia representativa y su existencia no supondría peligro alguno que no pudiera ser reconducido. Sin embargo, el populista es algo más. La tesis que defiendo en La belleza de los monstruos es que el populismo "es una reformulación del modelo político imperante en el presente en Occidente. Es el intento de substituir la democracia liberal por una nueva forma de gobierno que gire alrededor de la relación entre el gobernante carismático y la ciudadanía entendida como un todo uniforme (el pueblo) al que se llame a la constante acción política. El populismo es una ideología alternativa a la democracia representativa que busca eliminar o vaciar de contenido el entramado institucional de controles, garantías y equilibrios democráticos, al que considera decadente y poco representativo de los verdaderos intereses del pueblo, substituyéndolo por la preeminencia de un poder ejecutivo que, legitimado por una constante apelación al pueblo (generalmente mediante instrumentos de democracia participativa a la que, por el uso instrumental que se le da, más valdría llamar democracia plebiscitaria o populista), pasa a actuar como único poder real liberado de todo control ya parlamentario, ya judicial. Dado que la democracia moderna no surge tanto para dar poder al pueblo, sino para limitar el poder y garantizar las libertades individuales (con la propiedad a la cabeza), la demolición de la estructura de poderes interconectados y mutuamente controlados que lleva sistemáticamente a cabo el populismo no conduce a otro destino sino a la destrucción de la democracia liberal y a su substitución por un modelo caudillista carismático que basa su legitimidad no tanto en la Constitución, en la ley y en la razón, sino en la voluntad del pueblo (el constituyente siempre activo) y en los golpes de emotividad decisoria del mismo azuzados desde el Ejecutivo".

El populismo puede ser de derechas, o de izquierdas. Puede ser también nacionalista. En el norte de Europa lo descubrimos xenófobo, racista, de extrema derecha. En el sur revolucionario, descamisado, de extrema izquierda. En no pocas regiones vive tratando de romper países y crear nuevos Estados. Siempre llamando a las masas a tomar el poder que la corrupta democracia representativa les ha arrebatado, siempre capitaneado por un líder, de tan carismático, casi mesiánico, que diagnostica con claridad meridiana el problema y prescribe una sencilla solución fácilmente alcanzable si la masa actúa con voluntad y se hace con la hegemonía.

El problema es siempre el mismo: el otro. Hay un enemigo infiltrado entre nosotros. Pueden ser los políticos y ricos malvados. Pueden ser los inmigrantes y extranjeros. Pueden ser los del resto del país del cual nos queremos independizar. Nosotros, el pueblo, somos una unidad de gente buena. Y ellos son elementos esencialmente malvados que nos perjudican y frente a los cuales debemos abandonar toda división para mostrarnos unidos, organizados y bien liderados para romper el hechizo y, casi por arte de magia, sanar nuestra infectada sociedad.

Totalitarismo versión siglo XXI. Eso es el populismo. Las formas han cambiado y muchos de los propios protagonistas posiblemente ni sospechan lo que hacen. Pero las ideas están ahí. Toman fuerza. Adquieren cuerpo. Y, cuando queramos darnos cuenta, veremos lo mismo que otros ya vieron, escucharemos lo mismo que otros ya escucharon y sufriremos lo mismo que otros ya sufrieron. La regresión tribal que nos arrancará de la modernidad y nos devolverá a la oscuridad. Una vez más.

¿Por qué surge el populismo? Por los defectos y vicios del modelo capitalista-democrático. La realidad mundializada en la que nos movemos hace y hará que cada vez más gente en los países tradicionalmente desarrollados viva en la pobreza. Sin empleo, con menos derechos sociales, sin esperanzas de futuro y con muchas ganas de encontrar alguien a quien echarle la culpa de todos sus problemas. El populismo se nutre de la desesperación ajena. La azuza, la utiliza y de ella salta al poder. Ante esto, los políticos tradicionales son tan necios que no hacen nada por frenar el carrusel de empobrecimiento en el que han permitido que el capital meta a los trabajadores. Si no lo fomentan.

¿Es Podemos populista? Sí. Como lo es Convergencia. Como lo es el Frente Nacional en Francia. Cada cual en sus circunstancias todos dicen lo mismo: nosotros el pueblo somos buenos, hay otro que de todo es el culpable, dadme el poder y no habrá quebranto que no se resuelva con un gran tatatachán. ¿La Constitución, la ley, el más mínimo respeto a la realidad? Paparruchas. Unidos nadie nos parará. El milagro se obrará y nuestros problemas lejos volarán.

¿Triunfará el populismo? El buen Bobbio decía que si alguien le preguntara el futuro de la democracia (título de, tal vez, el más famoso de sus libros), el respondería tranquilamente: "No lo sé". Yo, que carezco de la finezza italiana del maestro, me daré el tan español y chulesco gesto de remitirles a mi libro. Cómprenlo. Quizá lo disfruten.

* Doctor en Derecho Constitucional