Hace poco hablaba con unos amigos periodistas sobre lo absurdo que es todo. De la probable llegada del caos en Estados Unidos de la mano de Donald Trump; del ridículo que hacen los medios y los políticos que persiguen a otros políticos, les fotografían en un restaurante o estando de vacaciones y muestran la imagen acusándoles de vivir "una vida de lujo"; del supuesto trastorno mental de alguna política madrileña; de la inhumanidad que reina en Siria; de los miserables salarios de los reporteros; del turismo basura que nos inunda... Nuestros temas de conversación alternan lo global y lo local, ya ven. En cualquier caso, las discusiones dan para un cuadro alegórico firmado por Goya en su época oscura.

Entre todo lo hablado últimamente, me ha llamado especialmente la atención el ofrecimiento del conseller de Justícia de la Generalitat catalana, Germà Gordó: conceder la nacionalidad catalana a los baleares, valencianos y aragoneses de la franja que la soliciten, en caso de que Catalunya se independice. Personalmente, no suelo hacer caso de estos temas. Hay días que me siento español, otros mallorquín, otros balear, otros manchego, otros del barrio de mis padres, otros del barrio en el que trabajo, otros del barrio en el que vivo, otros de la plaza en la que me tomo una cerveza, otros de mi comunidad de vecinos y otros de mi casa. Otros europeo, otros occidental, otros del norte de África... Incluso, incluso, incluso, hay días en los que me siento catalán (cuando escucho a Serrat o a Els amics de les arts, por ejemplo). Por cierto, también me siento algo norteamericano cuando miro una película de superhéroes, Israelí cuando escucho a Noa, palestino cuando veo alguna fotografía de Gaza y de Bangladesh cuando me pongo la camisa fabricada allí por no quiera usted saber quién. En fin, un desastre para algunos, aunque creo que es lo habitual para la mayoría. Sea como sea, si me pega el arrebato y la legalidad lo permite, solicitaré la nacionalidad catalana. ¿Por qué no, oigan? Cuantas más, mejor.

Sin embargo, al pensarlo mejor, reculo. ¿Saben por qué? Porque me vienen a la cabeza las imágenes de los miles de desgraciados africanos que están muriendo ahogados a no demasiados kilómetros de España, Cataluña, Balears, Mallorca, la Mancha, del barrio de mis padres, del barrio en el que trabajo, en el que vivo, de la plaza en la que me tomo la cerveza... Y siento una tremenda pena y a la vez una gran fortuna de poder pertenecer a tantos sitios, mientras ellos no pertenecen a ninguno y literalmente se matan intentándolo. Acuden a mí las imágenes de los sirios tratando de entrar en la Unión Europea con niños a sus espaldas mientras les repelen a hostia limpia, de los desesperados subsaharianos que se agarran a los pinchos cortantes de las vallas de Ceuta y Melilla... Y pienso en que ni hacemos nada ni nos proponen hacer nada. Lo vemos en la tele entre declaraciones malolientes y noticias sobre chorizos profesionales a los que hemos votado alguna vez de buena fe y políticos bulleros cuyo cometido es meter bronca barriobajera a costa, a veces, del sentimiento de pertenencia de uno.

A veces pienso que nos han gobernado y nos gobiernan psicópatas con la complicidad de unos medios de comunicación que no diré que sean impasibles ante la muerte de los que no son de los suyos (me parecería tremendo) pero sí a la sensibilidad del ciudadano estupefacto por tanta desolación clavada en la retina. Particularmente, necesito dejar de ver tanta muerte y desesperación llamando a la puerta de los sitios de los que me siento, saber que esas personas tendrán oportunidad de tener alguna nacionalidad, la que sea, que represente para ellos una oportunidad de vivir. Simplemente de vivir. Me gustaría decirle a Gordó: "En estos momentos hay cientos de miles de personas que arriesgarían su vida a cambio de conseguir la nacionalidad catalana. Si se lo ofreces a ellos, entonces puede que yo me lo piense. Mientras tanto, los debates sobre estas cosas me importan una solemne mierda". Se lo diría a él y a todos a los que nos invitan constantemente a que nos pronunciemos sobre de qué nacionalidad queremos formar parte. Sin ánimo de ofender a nadie, es así como me siento. Mientras no se resuelva lo urgente y lo vital, todo lo demás me parece accesorio y de mal gusto. En esas estamos.

(*) Periodista