Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

El Estado Islámico destruye Mallorca

Cuenta el Libro del Éxodo que Moisés, tras escapar de la esclavitud del faraón, se detuvo a los pies del monte Sinaí y dejando atrás a su pueblo comenzó el ascenso a la montaña, para recibir instrucciones de Yahvé. Allí pasó cuarenta días y cuarenta noches y al descender con las Tablas de la Ley, se encontró con un festorro disoluto e idólatra, presidido por un becerro de oro que encarnaba al dios Baal. Moisés, airado, estampó los mandamientos de Dios contra el suelo y mandó que los miembros de la tribu de Leví que se habían mantenido al margen pasaran a cuchillo y espada a los herejes y comenzaran con él la travesía del desierto. No todos los adoradores de Baal murieron y bastantes de los que sobrevivieron se apartaron de Moisés e hicieron camino solos. ¿Hacia y hasta dónde? No se supo, ni se sabe.

El escritor mallorquín Cristóbal Serra y el poeta vasco Juan Larrea creían saberlo y ambos se disputaban el puerto de arribada de los idólatras hebreos. Larrea, que fue el primero, aseguraba que la tribu perdida de Israel había recalado en el País Vasco y que ese era el origen último de los primitivos euskaldunes. Serra, entusiasmado con la idea e inspirado por el texto de Graves La rama muerta del árbol de Israel, la trasladó a Mallorca debido a lo que consideraba el profundo carácter semítico de los mallorquines muy superior, según él, al de los vascos. Al respecto, mantuvieron correspondencia.

Cristóbal Serra era estupendo a la hora de llevar el agua a su molino y tanto le daba hacer uso de los preceptos de la Cábala como del libro de la Torá. Y así descifraba e interpretaba los apellidos mallorquines, empezando por el suyo propio, como si fueran los nombres de la tribu perdida de Israel. O aseguraba que la celebración de la matanza del cerdo no era más que un conjuro para negar lo que, en el fondo, se era en esencia. O que la existencia de los chuetas y el más o menos larvado antisemitismo local era, también, un escudo negacionista destinado a ejercer el disimulo ante el origen común. Todo ello salpicado de citas históricas y de su cohetería humorística, tan particular y graciosa.

Lo cierto es que Baal era el dios de los cananeos y los cananeos eran, sobre todo, mercaderes, asunto del que aquí sabemos mucho. Otro poeta amigo Andreu Vidal llegó a bautizar Palma hace años como Port-Baal. De hecho databa sus libros bajo ese nombre, Port-Baal, nunca Palma, o Mallorca. Él, que fue buen lector de La rama dorada, consideraba que no había rastro de espiritualidad allí donde uno mirara y que el becerro de oro, para nosotros, no era una simple anécdota, sino algo que nos definía mejor que un buen retrato.

Antes que Nueva York se inventó Mallorca. Cuando Manhattan era una isla propiedad de los indios algonquinos y Wall Street no existía, aquí ya se sabía que el poder y el dinero eran la clave de todo. Los maestros de esta lección tan simple y tan enfermizamente arraigada que no admite otras, habían sido, durante siglos, el clero y la nobleza locales, artífices de tantas cosas que perduran. Lo continuaban siendo cuando se creó Wall Street y ya se sabe la entusiasta influencia que tienen los modelos en la sociedad. La misma que Baal, que siempre está. Como las capas freáticas.

Cuando los del llamado Estado Islámico tomaron Palmira, ya conté su conexión mallorquina, la de Palmira, a través del título de una novela de Llorenç Villalonga. Se ve que no fue suficiente. Esta semana los nuevos almorávides que se apoderaron de la ciudad han destruido el templo de Baal, dios de los mercaderes y de las celebraciones pasadas de rosca. Ellos no admiten idolatrías son de los que no se admiten más que a sí mismos y que hayan empezado por Baal debería preocuparnos bastante más que la ecotasa. Que a lo mejor tendría que servir para defender nuestras costas baalitas, tan huérfanas de protección militar, que son las mismas donde continúa el festorro que se encontró Moisés a los pies del monte Sinaí, mientras suena el tintineo de las monedas al caer. Por si quedan dudas, les diré que Baal también está emparentado con nosotros vía matrimonial. Cosa seria. Su nuera fue Tanit, la diosa de Ibiza y patrona de Cartago, de donde era Aníbal, que nació aquí al lado, dicen, en la isla Conejera y que por algo tenemos en el arrabal de Santa Catalina una calle dedicada al fenomenal guerrero que atravesó los Alpes a lomos de elefante. Siempre estamos en un punto equidistante entre la mitología y la tradición.

La pregunta es: ¿necesitamos a los almorávides del EI para destruirnos? ¿No nos bastamos solos, fieles de Baal hasta el tuétano, para dinamitarnos desde dentro? O lo que es lo mismo: ¿desde el espejismo del éxito?

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