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Eduardo Jordà

Destinos personalizados

Cada vez hay más videojuegos en los que el usuario puede convertirse en el superhéroe que protagoniza la aventura, y no sólo eso, sino que el mismo usuario puede elegir cómo va a terminar la historia, y si tendrá un final feliz o no, y quién vivirá y quién no, y quién ganará o perderá. Y desde hace unos años también hay videojuegos especializados en regalos de cumpleaños para niños, en los que ese mismo niño (o niña, claro) se convierte en el superhéroe de la aventura, con su rostro y su imagen suplantando a las del superhéroe de la historia. Todo eso también es posible en libros personalizados de venta en internet en los que el lector se puede convertir en el protagonista y decidir cuál va a ser el final de la historia. No sé si esos libros tienen mucho éxito, pero los videojuegos personalizados tienen tanta aceptación que los diseñadores los consideran la clave de su negocio futuro.

Sin darnos cuenta, estamos viviendo una transformación radical en nuestra relación con las historias de ficción, y en consecuencia, con la forma de entender la vida que alimenta esas mismas historias de ficción. Para todos los crecidos en la era de la imprenta, leer significaba someterse a las leyes que dominaban una vida ajena. Y esa vida ajena estaba sujeta como todas las vidas humanas a un principio y a un final irrevocable, que se correspondían con el principio y el final irrevocables que iban a determinar la propia vida del lector. Y por eso mismo, cualquier lector de la era Gutenberg sabía que los personajes de las ficciones no tenían escapatoria, así que el Quijote moría de pena después de haber sido derrotado por el caballero de la Blanca Luna, y madame Bovary se suicidaba con arsénico, y Jay Gatsby era acribillado por un marido cornudo mientras tomaba el sol en la piscina de su mansión de Long Island. Y el lector sabía que aquellos finales formaban parte de un destino inexorable, porque eran los que el autor de las ficciones había fijado para don Quijote y madame Bovary y el gran Gatsby. Así que leer significaba sumergirse en una vida ajena aceptando su destino, con todo lo bueno y lo malo que había en ese destino.

Pero el nuevo lector de la era de internet esta nueva era que quizá podríamos llamar la era Google va a tener ideas muy diferentes sobre el destino que está reservado para cada vida humana. He dicho lector, pero quizá esta palabra ya no tenga mucho sentido en la era Google y sea más adecuado hablar del "usuario de ficciones". Y ese nuevo usuario de ficciones va a tener problemas serios y quizá ya los está teniendo para entender que cada vida humana tiene un destino ineludible del que nadie puede escapar, un destino forjado por mil circunstancias diversas y en el que cada uno de nosotros sólo puede tener una intervención parcial, porque el destino nunca depende por completo de nosotros mismos, sino de una serie de circunstancias que son ajenas a nuestra voluntad y que nunca estamos en condiciones de controlar. Y por muy bien que uno haga las cosas, y por muy previsor y cauteloso que sea, siempre hay un cúmulo de imponderables que van a determinar el final que nos ha sido asignado. Y aunque cada uno de nosotros pueda tener una cierta responsabilidad en el destino final de su vida, ese destino dependerá de tantas circunstancias aleatorias e imprevisibles que nadie podrá considerarse dueño de su destino, igual que le pasaba a don Quijote y a madame Bovary y al gran Gatsby.

En la era Google, sin embargo, se irá imponiendo la idea de que el destino puede alterarse o dirigirse al gusto de cada uno, de modo que todos estaremos en condiciones de elegir cómo va a ser nuestra vida y qué va a pasar con nosotros, de la misma manera que todos podremos decidir lo que le va a pasar a don Quijote y a madame Bovary y al gran Gatsby. Y quizá alguien elija que don Quijote le entregue toda su fortuna a Sancho y se embarque en un galeón hacia las Indias. O que madame Bovary salde sus deudas con el modisto Lhereux y abandone a su triste marido. O que el gran Gatsby recupere el amor de Daisy y se vaya a vivir con ella a una isla del Caribe. Porque de alguna manera todos habremos aprendido a engañarnos con la bonita idea de los destinos personalizados que dependen por completo de nosotros. Lo malo es que todo esto sucederá o mejor dicho, ya está sucediendo en un mundo en el que cada vez importamos menos y en el que nada o casi nada depende por completo de nosotros.

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