Han llegado las primeras lluvias de agosto a Mallorca y pronto lo harán las que anuncian la proximidad del otoño. En el clima mediterráneo es la época del año más propicia para las tormentas, del desorden en las precipitaciones, con grandes concentraciones de lluvia en espacios reducidos y el riesgo de inundaciones. Para paliar y dar salida a este eventual problema, Mallorca cuenta con un elemento orográfico que se incrusta en su propia identidad, se trata de los torrentes y en menor medida, las acequias. Se calcula que, sólo los primeros, se expanden por el archipiélago en un recorrido de 600 kilómetros.

Los torrentes son los encargados de fertilizar las tierras, devolver la vida a la vegetación tras los rigores del verano, participar en la regeneración de los depósitos de agua subterráneos y encauzar sobrantes hacia el mar.

Sin embargo, lo que desde siempre ha sido un desarrollo natural de los torrentes inseparables de la geografía mallorquina está topando, de forma progresiva, con serias dificultades para seguir desempeñando su función, la de regular y canalizar los recursos y concentraciones hídricas propias de la geografía de Balears. La sociedad y la Administración se han olvidado de los torrentes en la misma medida que el cultivo de la tierra, la agricultura y su peso económico, han pasado a ser casi testimoniales y la Mallorca turística y de servicios ha caído en el error de dar la espalda a los cauces naturales del agua pluvial. Si cabe, son todavía hoy más necesarios que antaño, pero el olvido a que están sujetos les hace cambiar de elemento de ayuda y seguridad a trampa para inundaciones y otros desastres naturales. Algunos torrentes se han convertido en tapones y han tenido que soportar sobre su lecho la construcción de núcleos residenciales y hasta urbanizaciones enteras. Por eso esta isla ya registra tragedias vinculadas a invasiones y desprendimientos en torrentes.

Un cuarto de siglo después „6 de septiembre de 1989„ parece que ya se ha olvidado la muerte de tres personas en las inundaciones de El Corso en Portocolom y todos los desastres en el Llevant de Mallorca. Hoy los torrentes no se limpian. No lo hacen los agricultores ni los propietarios de zonas colindantes porque han abandonado la tierra o su cultivo es mero ocio y tampoco lo hace la Administración que prefiere invertir en otras infraestructuras que, a lo peor, un torrente descuidado le inutilizará. Es la falta de prioridades.

La conselleria de Medio Ambiente confirma que desde 2011 las partidas presupuestarias para desbrozar y limpiar torrentes han caído en picado. Se ha pasado de más de un millón de euros a sólo 160.000. Se ha bajado hasta el linde de la irresponsabilidad en un sinsentido que delata apatía, falta de visión real y pone en peligro demasiadas cosas.

No se puede infravalorar el peso específico y la insustituible condición natural que tienen los torrentes en Mallorca. Se vuelve imprescindible recuperar de forma inmediata su limpieza y mantenimiento cotidiano. Por muchos motivos, incluidos el turístico y el de la buena imagen. Muchos torrentes transcurren o desembocan en zonas residenciales o de explotación turística. Verlos cubiertos de maleza o víctimas del incivismo del abandono de basuras no es un referente adecuado para la calidad y el atractivo de la primera industria de la isla. Mallorca necesita reconciliarse con sus torrentes para que los cauces del equilibrio natural y el microcosmos de su geografía humana esten en armonía y exentas de peligros que en buena parte se pueden evitar con un mínimo de prevención.