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Norberto Alcover

Tinto de verano

La postmodernidad es frágil y lábil, y cada vez lo será más en la medida en que el neoliberalismo siga imponiendo sus condiciones de blandenguería conceptual y dureza pragmática. Digo o escribo tal cosa porque hace días me ofrecieron "tinto de verano" y lo rechacé, pero solamente más tarde, a la noche, comprendí por qué lo había rechazado por las buenas : mi perverso subconsciente debió recordarme que no era ni vino bueno ni gaseosa recomendable, si bien el conjunto resulte agradable. Exactamente igual que los productos postmodernos y los efectos neoliberales, después convertidos en terrible compunción laboral. Pero el "tinto de verano" se está imponiendo como tantas otras cosas cuya mejor cualidad es que carecen de alguna cualidad propia y plausible. Son mediocridades. Son detalles para paladares coyunturales, pero necesitados de frescor con sabor a lo que sea. Fresquito. Suave. Repetitivo? y por supuesto barato. Tinto de verano frágil y lábil. Otra cuestión es que al día siguiente, sentado en una terracita, me descubrí solicitando al camarero el tinto de marras, y me lo pasé estupendamente. Precisamente por ser frágil y lábil. Nada pesado. Como aire.

Exactamente igual que nos sucede con el "tinto de verano" como producto postmoderno y hasta neoliberal, vivimos otras situaciones con el mismo talante, si bien somos nosotros quienes hacemos de noticias tremendas, del todo modernas y agresivas, algo sin mayor relevancia e indigno de llamar nuestra soleada atención. Convertimos el champagne francés en cava de ocho euros, en un acto circense que aplaca la posible angustia. Fuera la importancia de las muertes inmigrantes. Fuera el aumento de siniestros en carretera. Fuera las fugas de narcos que humillan a todo un país. Fuera el setenta aniversario de la gran bomba y sus 70.000 muertos. Fuera los crímenes contra los propios familiares, mujeres e hijos. Fuera los ancianos que mueren de asfixiante calor en sus casas, y en soledad. Fuera las declaraciones de ciudades antitaurinas. Fuera la eliminación de los signos constitucionales porque a cualquiera le sale de las narices. Fuera las tradiciones porque precisamente son tradiciones. Vivan los buenos, que son los míos, y mueran los malos, que son los demás. Yo a gozar de la vida con los amigos de siempre, a leerme el periódico de siempre, a dedicarle un tiempito carcajeante al maldito político de turno? porque ya lo dije yo mismo el verano anterior, afirmo sin que nadie consiga recordarlo. Y así día tras día mientras avanza este agosto caliente, y me consuelo con una cervecita en ocasiones, y en otras, cómo no, con un vasito, o dos o tres, de "tinto de verano" hasta que llega la hora de cenar y la jefa manda levar anclas.

Este agosto, mientras nuestro planeta vive uno de los agostos más socarrantes de la historia reciente, y la vida nos prepara un septiembre ardiente donde pueda haberlos, este agosto nosotros mandamos al baúl de los recuerdos lo que debería interesarnos para reflexionar muy seriamente sobre todo ello, en un gesto moderno y en absoluto neoliberal, y convertimos la "dramática cotidiana" en "tinto de verano" sociológico. Como en tantas otras ocasiones, quien esto escribe es el primero que comete un pecado cívico y cristiano de tamaña estatura, en simple falta sin importancia. Porque para eso está el verano, para olvidarse de lo importante y acuciante durante el resto del año, y entregarse al nihilismo más vacío, como vacío es el "tinto de verano". Apetitoso y suave y sin acritud, para compartir realidades sin mayor importancia y pasar un tiempo de cachondeo hasta que vuelvan las tormentas del otoño. De nuevo puñales de los árabes implacables. Y disparos injustificados de la policía yanqui sobre despreciados negros sin culpa. Y rechazo de la plaga de inmigrantes, como adjetivó el prepotente Cameron. Y dramas de alta tensión. Los inviernos siempre son modernos porque la gente muere y nos preocupa. Sentimos muy cercana la guadaña.

Pero nosotros, tranquilos. El alcohol a palo seco mata. Dejémoslo para los bravucones británicos. Nosotros, "tinto de verano", siempre neutrales. Ni chicha ni limoná. En esta isla superguay, donde el edificio de GESA se mantiene decadente pero imperturbable. Vacío, sucio, ajeno. ¿Por qué no lo dinamitan o, en fin, se deciden por alguna opción ciudadana? Vaya usted a saber?

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