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JOrge Dezcallar

Gente buena

Estamos a mediados de agosto, de vacaciones y con ganas de pasarlo bien y de desconectar, que ya llegará la implacable "cuesta de enero" con sus apreturas anuales. Por eso hoy me gustaría escribir sobre la gente que contribuye a hacer un poco mejor el mundo en el que vivimos, gente de la que rara vez se ocupan los medios de comunicación que reservan su espacio a la noticia que "vende" como ocurre cuando, como habitualmente se dice, es el hombre el que muerde al perro.

Si uno se guía por lo que lee o lo que aparece en la televisión, se diría que solo hay guerras sanguinarias, suicidas que causan decenas de víctimas, ahogados en pateras, asesinos de cónyuges, corruptos que nos roban, o políticos que nombran a familiares y amiguetes en puestos para los que aparentemente carecen de preparación. También se publican muchas noticias de gentes que pasan a una "fama" efímera por acostarse un par de veces con éste o aquélla y vender sus exclusivas a revistas con mucho photoshop o a programas televisivos de bajísimo nivel, cuyo objetivo bien sé que no es educar sino entretener, aunque podría argüirse que hay mejores maneras de hacerlo (en el fondo reflejan la sociedad que los mantiene y revelan una preocupante escala de valores). Otras veces los políticos son noticia por decir memeces, como las que se han dicho sobre la reciente recepción real en Palma, asunto sobre el que recomiendo paciencia porque nadie nace enseñado y a todo se aprende, incluso la educación, de la que siempre es posible adquirir una somera pátina para salir del paso (no sean malpensados: el castellano "somera" y el catalán "somera" no son palabras emparentadas).

Pero a veces hay excepciones y de esas quiero escribir hoy, como los 38 condecorados por el rey en el primer aniversario de su reinado, gentes desconocidas premiadas con la Orden del Mérito Civil por sus virtudes cívicas, "compromiso personal y contribución social". O como esa pareja turca de recién casados que celebró su banquete nupcial con decenas de refugiados sirios, compartiendo el día más feliz de su vida con personas que lo están pasando muy mal lejos de su hogar y de su país. Y por eso, porque se lo merecen aunque no sean noticia, me gustaría hoy homenajear también a los bomberos que luchan contra los muchos incendios que nos asuelan este verano de calor inclemente y que para nuestra vergüenza tienen origen intencionado en muchos casos. Gentes que a pie de monte y sofocados de calor se esfuerzan hasta la extenuación por controlar las llamas de bosques que ya nadie limpia, o que se juegan la vida arrojándoles agua desde el aire. A esos marinos que rescatan a náufragos que huyen de la violencia y de la miseria, arriesgándose a cruzar el Mediterráneo en frágiles embarcaciones o en vetustos cascarones que desaprensivos traficantes abandonan luego a la deriva. Y al bebé que lloraba desconsoladamente en brazos de un cooperante sin comprender todavía que había perdido a sus padres en la travesía y que se había quedado solo en un mundo muy cruel. A las gentes de ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados) que hacen horas extraordinarias porque están desbordados de trabajo, ya que nunca en la historia ha sido tan alto el numero de personas desplazadas o que buscan refugio huyendo de hambres y guerras. A esas monjas que tan bien he conocido en mis viajes por Africa y que con muy pocos medios cuidan a niños desnutridos en Mauritania, construyen dispensarios en lugares remotos del Congo, o dirigían el único centro para invidentes que había al sur del Atlas. O los hermanos de San Juan de Dios que combaten el ébola en Liberia y se dejan la vida por el camino. A esos cooperantes de Médicos sin Fronteras que prestan servicios en estados fallidos como Somalia o Mali donde la seguridad es un concepto inexistente, así como a tantos otros practicantes de la medicina que renuncian a sus vacaciones para operar ojos y oídos dañados por las ardientes arenas del Sáhara. A todos los que, en definitiva, hacen de la cooperación una vocación más que un modo de vida. A los voluntarios que organizan comedores para los más pobres o que limpian nuestras playas de plásticos y porquería, a los inmigrantes árabes que trabajan de sol a sol en nuestros campos y en la construcción y que son mirados con desconfianza por los lugareños debido a las barbaridades que otros cometen en nombre de su religión. A los jóvenes que luchan por un trabajo al que tienen derecho que les permita independizarse y formar su propia familia. A quienes laboran incansables por la paz en el mundo y a los que protegen nuestra seguridad persiguiendo a esos traficantes de personas y de muerte que se lucran con la prostitución y las drogas. A todos aquellos, en definitiva, que con su trabajo bien hecho y su cordialidad contribuyen a crear buen ambiente en la vida de quienes les rodean, como hacen esos payasos de la Sonrisa Médica que van por los hospitales haciendo sonreír a niños que sufren graves enfermedades.

A esos héroes anónimos y a muchos otros que tampoco son noticia en los medios de comunicación, pero que hacen que nuestro mundo sea más habitable y nuestra vida más agradable, quiero dedicar este artículo. Afortunadamente existen, aunque se hable de ellos mucho menos que lo que merecen.

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