Diario de Mallorca

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Pasen y vean

La recepción real tuvo un sabor a final de una época. Allí estaba el rey, más alto que nunca, recibiendo a los súbditos que, por lo visto, ahora les toca gobernar este archipiélago. Se les veía con ganas de demostrar su republicanismo en sede monárquica. Xelo Huertas, sobre todo, cuyas exigencias fueron rápidamente desactivadas por Felipe VI, que resultó ser mucho más solidario que la susodicha, a la que se vio con cara de pocos amigos y absolutamente convencida de ser la representante de los desfavorecidos de esta tierra. Por su lado, Enseñat hizo gala del famoso salero mallorquín cuando confesó al propio monarca que los únicos reyes que él había visto en persona eran los Reyes Magos de Oriente. La carcajada se oyó a quinientos metros a la redonda. Un chiste, la verdad, poco trabajado y que sólo invita a la risa bobalicona y babosamente condescendiente. Otros políticos no se dignaron a asistir, poniendo por delante del cargo institucional que ostentan su ideología o fe. Ellos lo traducen como libertad de conciencia, pero no es más que grosería. Francina Armengol, por su parte, no cabía en sí de gozo. Tras su elección como presidenta del asunto está que se sale. Y es hermoso verla así, tan risueña y gozosa. Le hizo saber al rey que el pueblo soberano tiene derecho a visitar el palacio, como si todos estuviéramos esperando la ocasión para entrar en tromba en los jardines y en la mansión y empezar a husmear, a cotillear, a poner de vuelta y media la estética del lugar, por no decir cosas peores. En la recepción el rey, desde la atalaya que le da su altura natural, iba dando la mano a esos que nada le quieren, sabiendo que acabarán accediendo a las dependencias reales cuando la familia se encuentre en otra parte, tal vez pensando para sus adentros que a Mallorca volverá Rita y que es mejor irse a otro lugar menos congestionado, pues la isla está muriendo de éxito turístico y está poniéndose reventona y, por tanto, inaguantable. Eso, y que con toda seguridad han detectado un cierto sentimiento de animadversión en los políticos baleares, ahora en el gobierno. No se trata de un rechazo explícito, cosa que un mallorquín nunca haría. Se trata, más bien, de una forma taimada de hacerles un feo.

Se acabaron aquellas suntuosas recepciones reales. La estética y la ética de Felipe distan mucho de la que exhibía su padre, más dado a festejos y cuchipandas de peor gusto. A los reyes se les nota con ganas de cumplir el expediente mallorquín y largarse lo antes posible a otras latitudes más aliviadas. Incluso verían con buenos ojos ceder al pueblo los derechos de Marivent y que gestionen ellos los gastos. Imaginen esos domingos de tedio popular, invertidos en dar largos paseos con la prole por los jardines y, como sonsonete de fondo ese "pasen y vean y no toquen." O ya, en plan literario y al modo de Malcolm Lowry en Bajo el volcán. Recuerden: "¿Le gusta este jardín, que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!" Incluso les haría gracia sorprender a los pobres de Viridiana en plena orgía y bacanal, borrachos de vinazo, ahítos de cordero y probándose los modelos olvidados, si los hubiere, de Sofía o Letizia. Todo es ponerse. Pero no teman, nunca hemos tenido nervio ni desparpajo y Buñuel era un aragonés que bebió del surrealismo. Y los mallorquines somos uno de los pueblos más romos que se conocen. Cosa harto difícil.

Se detecta una indiferencia de fondo en Felipe VI, y una pereza explícita en Letizia. Y no saben cuánto los comprendo. Hay que respetar los ciclos, porque éstos no duran siempre y, además, es incluso saludable cambiar de registro y de aires. Su presencia en la isla obedece a la inercia. Ya no hay risas. Las carcajadas de Juan Carlos han sido sustituidas por el semblante serio y cortés de su hijo, menos dado a la cháchara, mucho más comedido y, por tanto, reacio a continuar con la farsa. Marivent para el pueblo, ya ves tú qué emoción. Que vayan Armengol, Xelo y los curiosos y entrometidos de rigor. Supongo que habrá visitas guiadas, horarios previstos y numerus clausus. Incluso, colas. Nos podemos imaginar a los visitantes con los ojos muy abiertos, cuchicheando, incluso practicando el ancestral arte de la maledicencia. Un espectáculo, oiga.

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