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Antonio Papell

Políticas frentistas

Ya se ha dicho reiteradamente pero no es innecesario repetirlo que la mayor perversión de la lista soberanista, que antepone la febril utopía de la independencia al bienestar y a la felicidad de la ciudadanía, es que, en el supuesto de que gane, quien se haga con el poder tendrá carta blanca para aplicar las políticas que le vengan en gana ya que la relación de integrantes de la candidatura representa una mezcla inmanejable de opciones ideológicas. La ideología habría cedido por tanto ante la presión exorbitante del independentismo. Daría lo mismo el modelo de sociedad siempre que Cataluña fuera un país soberano.

Los catalanes tendrán ocasión de confirmar o desmentir este último enunciado. Más bien parece que en Cataluña los electores son en su inmensa mayor parte demócratas de buena fe, liberales abiertos, europeístas convencidos, partidarios de regímenes políticos abiertos como la mayoría de los de la Unión Europea. Y todo indica que quienes han interiorizado la pertenencia a CDC, pongamos por caso, no se sentirán cómodos votando una lista electoral en la que también estén ERC o algún tránsfuga ultranacionalista de ICV pongamos por caso. Y viceversa: los radicales de ERC no verán con agrado la oferta de sumarse a una opción en la que la CDC de Jordi Pujol y su familia es hegemónica.

En definitiva, la lista unitaria del soberanismo chirría por su heterogeneidad chocante y disfuncional, y todavía más porque, unitaria o no, no deja de mostrar sus limitaciones intrínsecas: no se sostiene ni jurídica ni políticamente la pintoresca tesis de que una mayoría absoluta en esas elecciones autonómicas legitimaría la declaración unilateral de independencia.

Así las cosas, parece claro que no tiene sentido que los partidos que no plantean la independencia caigan en la tentación de formar, ellos también, un bloque no soberanista para contrarrestar el ímpetu de sus adversarios. El hecho de que el independentismo opte por una política frentista no justifica, por razones de puro sentido común, que sus antagonistas hagan lo mismo.

Muchos observadores de la realidad catalana pensamos que la lista unitaria proporcionará un chasco a sus promotores. Los ciudadanos de Cataluña han votado históricamente con exquisita delicadeza, distinguiendo a la perfección cada tipo de consulta las generales de las autonómicas y de las municipales, y han castigado ya con progresiva severidad a Artur Mas por su creciente desvarío, que le ha hecho perder apoyos de forma tan notoria que sólo un necio no se preocuparía por ello. Y si se cumple el pronóstico y el soberanismo se estrella, habrá que encontrar una fórmula de gobernabilidad que, además de incluir algunas dimisiones inexorables, ya no podrá basarse en el binomio entre independentismo y unionismo sino en afinidades ideológicas. Y si el frente soberanista ganase, la solución no sería my distinta, una vez desactivada la pretensión secesionista por los medios que sean pertinentes: también en este caso, la reordenación de fuerzas para formar una mayoría deberá ser más ideológica que identitaria.

En definitiva, es lógico que Ciudadanos, Unió Democràtica de Catañunya, Partido Popular y Partido Socialista mantengan una relación cómplice en estas vísperas, sin olvidar que Catalunya si que es pot, que incluye a Podemos y a ICV, tampoco es una fuerza secesionista. Pero la posición cabal de los demócratas no nacionalistas no es que la obedezca a la lógica del independentismo sino la que, tras rechazar la ruptura, trate de recuperar los equilibrios clásicos entre progresistas y conservadores.

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