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Grecia destapa las debilidades del euro

La unión monetaria corre el riesgo de fracasar si no va acompañada de un presupuesto comunitario ambicioso y de una unión fiscal

La crisis helena, además de dejar en pelota a los griegos y de rescatar para la moda las camisas floreadas (ahora llamadas Varufakis) ha puesto al aire las debilidades de la Unión Europea. La eurozona está coja. No puede seguir avanzando sólo con una pata, la monetaria, también necesita la de la unión fiscal.

Ya los conocidos como planes Werner (1970) y Jenkins (1977), que abrieron el camino hacia el euro, consideraban imprescindible que la unión monetaria fuera acompañada de políticas económicas a escala europea, de una armonización fiscal y de mecanismos de solidaridad financiera. Para ello, apuntaban, se necesitaba un presupuesto comunitario que fuera ambicioso. El que ahora tiene la Unión Europea es raquítico ya que representa el 1% de su producto interior bruto (PIB). Además, el peso pesado de la Unión Europea, Alemania, no quiere ni oír hablar de compromisos que supongan más aportaciones financieras a los países europeos menos desarrollados, sobre todo a los perezosos del sur.

La moneda única tiene sentido en regiones más o menos homogéneas en términos económicos, pero el euro se introdujo en una zona de grandes desequilibrios. Europa no es Estados Unidos, donde hay diferencias importantes de renta, pero hay una unión física y política, hay transferencias fiscales y el mercado laboral está totalmente integrado. En la Unión Europea persisten barreras nacionales, idiomáticas y culturales a la movilidad laboral. Además, la unión monetaria privó a los países miembros con la productividad más baja del instrumento de la devaluación, con lo que sólo les queda recortar salarios y gasto público. Y por si fuera poco, la inexistencia de una política fiscal común impide que haya transferencias de recursos de los países más ricos a los menos desarrollados.

No sólo los griegos tienen los deberes sin hacer. La eurozona necesita una política económica, un presupuesto propio ambicioso para llevarla a cabo, un Tesoro común que pueda emitir bonos mutualizados de solidaridad para compartir costes y riesgos, y una política tributaria que garantice la redistribución de los recursos. Al menos, la crisis helena ha servido para marcar el camino que le queda por recorrer a la Unión Europea. Sin esos pasos, los rescates financieros de Grecia seguirán siendo remiendos que se descosen una y otra vez. La Unión Europea necesita ropa nueva, con o sin estampados.

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