Cuando una turista regresa de su semana de vacaciones en Mallorca describe la paradisíaca localidad de Capdepera como una gran edificación de color naranja con 299 confortables habitaciones dobles todas con vistas a Capdepera, un inmenso comedor en la planta baja donde saborear el típico codillo de cerdo con chucrut mallorquín, un mar no tan inmenso pero limpio que junto con el tobogán imita el perfil del aparato digestivo, guarderías con animadoras que logran que te olvides por completo de que tienes dos hijos a cambio de recordarte durante doce horas consecutivas con quién te casaste y un bingo de sobremesa. Por la noche siempre hay verbena con artistas varios en el pueblo de Capdepera, la temperatura no supera jamás los 21 grados Celsius y sus silenciosos habitantes visten siempre americana de color naranja. Capdepera es trilingüe y sus idiomas oficiales son el inglés, el alemán y el italiano, casi siempre con acento holandés o puertorriqueño. Capdepera se parece mucho a Port d'Alcúdia y es prácticamente idéntico a Alameda. Volveré.

Un nuevo turista con ínfulas ha llegado a Son Sant Joan para alterar el perfil de la isla paradisíaca. El estrafalario visitante arrenda un apartamento asombrosamente idéntico al que vio en la página web que lo anunciaba, con su ropa de cama limpia, igual que varios juegos de toallas, una cocina completamente equipada que parece recién instalada, un mobiliario mínimo pero confortable, la mesa puesta con una cesta de comestibles autóctonos salvo el chucrut, una botella de cava enfriándose en una cubitera, wifi al alcance de su tablet, un mapa de carreteras de la isla y otro de la localidad con útiles indicaciones, una lista de eventos que se celebran en toda la isla durante el período de su estancia y la recepción por parte de un amable individuo que finge ser mallorquín y que se presenta como propietario del apartamento sin lucir el atavío típico de la isla. No importa a qué hora de la madrugada llegue el extraño turista, porque este sujeto le recibirá en el apartamento para hacer entrega de llaves y darle todas las explicaciones relativas a su confort mezclando el castellano con un inglés que está muy lejos de alcanzar el first certificate pero que se entiende. Se volverán a ver el último día para despedirse y puede incluso que el turista desee abrazar al falso indígena a pesar de todo. En realidad el extraño turista apenas si habrá pisado el apartamento para dormir, habrá empleado el balcón únicamente para contemplar las vistas y puede no haber cocinado más que un café o un zumo de naranja, pero el año que viene lo quiere todo exactamente igual. Volverá.

Si la turista del primer párrafo ha logrado recalificar en una década más suelo rústico que en cien años y modernizado la obsoleta arquitectura mallorquina con multitud de arcos y ojos de buey alternando todos los colores que caben en una caja de Plastidecor, el nuevo visitante ha logrado que cien mil viviendas que estaban al borde de la ruina parezcan hoy una casa de anuncio, ha sacado a sus propietarios de las listas de morosos de los gastos de comunidad, contribución y basuras, ha desestacionalizado la oferta turística, está logrando el aumento considerable de vuelos a las islas durante la temporada baja y le ha dado al hotelero lo que afirmaba llevaba décadas anhelando: un turismo de calidad y un modelo de hospitalidad a seguir.

Pero la mayor diferencia entre uno y otro turismo reside en la contratación del hotel y el arrendamiento del apartamento. Si para encerrarse en un todo incluido sólo es necesario rellenar el formulario de reserva vía internet y disponer de una tarjeta de crédito con saldo suficiente, en el alquiler vacacional media el diálogo. Al principio se limita a unos pocos correos electrónicos donde el turista se asegura de que las prestaciones del apartamento coinciden con sus requisitos, pero después es el propietario o el agente inmobiliario quien decide si acepta o no hospedar al intrépido viajante. El proceso de selección resulta bastante sencillo: el huésped exquisito es tan exigente como agradecido, busca ocio y buen descanso, se interesa por la ubicación y los servicios más próximos, excluye de su vocabulario la expresión "barra libre" y es una garantía para el vecindario de que usará sólo las escaleras y el ascensor para llegar hasta la acera, de pie. Ahora sólo está por ver si se implanta o no la tan necesaria tasa turística. Todo apunta que será una iniciativa aplaudida por el nuevo visitante, al que los más viejos del lugar recordarán de tiempos lejanos.

Si además de desestacionalizar y diversificar los beneficios que aporta el turismo esta nueva moda no evita la sobrepoblación tal vez conviene aprobar, como primera medida, el cierre de los hoteles donde muere gente muy joven, así como privar de licencias a los hoteleros que no saben o no quieren filtrar las tendencias temerarias que son portada en toda Europa.

Amigo hotelero, si te aparece un buen rival no trates de eliminarlo de la partida, compite con él y crecerás.

(*) Empresario