Diario de Mallorca

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Los diarios titulan a seis columnas que se ha alcanzado un pacto con Irán en materia de armas nucleares y a mí me de la impresión de que hablan de otro planeta, de otro universo, de otro mundo. No tenía sensación alguna de que los persas supusieran una amenaza real ni de que de conseguir hacerse con una bomba así fuera a cambiar nada. Luego, al leer los artículos de fondo, la sensación pasa de la indiferencia al alipori, palabra que mi corrector de textos rechaza, quizá por antigua, pero que en tiempos significaba vergüenza ajena. Se cuelgan todos muchas medallas, desde el presidente en Washington hasta su homólogo de Teherán, pero las más ridículas son las de los comparsas como la Unión Europea y las naciones diminutas que fueron hasta Viena a sellar el acuerdo. Todos orgullosos, todos contentos. Bueno; todos salvo uno: Israel, que debía ser al menos en el terreno de las ideas el país más feliz porque era, de hecho, el único amenazado por el programa nuclear iraní y ahora, llegado el pacto, lanza los truenos por boca del presidente Netanyahu diciendo que es un enorme error histórico, que se le abren las puertas nucleares a los persas.

El grupo de rock italiano Giganti cantaba en los años sesenta del siglo pasado que ellos no tenían miedo de la bomba y al cabo se vio que hacían bien, que tampoco era para tanto. Medio siglo después la frase suena hasta ridícula; ¿miedo? ¿Miedo de qué? La bomba abunda. La tienen los Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia por derecho propio y a través de un tratado que se llama, ¡oh paradoja!, de no proliferación de las armas nucleares. La tienen también India y Pakistán que, puestos a imaginar un riesgo de ataque mutuo con la bomba, no existe ejemplo mejor al alcance de la mano. Y la tienen hasta Israel y Corea del Norte, países poco proclives a mantener posturas sensatas respecto de sus vecinos más próximos. ¿Debemos pues felicitarnos porque los persas no se unen al club?

En realidad los miedos enormes no caducan a causa de los tratados sino porque se ven relegados ante la presencia de miedos aún mayores. El siglo XXI se estrenó con nuestras seguridades saltando por los aires gracias al terrorismo de nuevo cuño, a Al Qaeda y a su demostración de que, para extender la sensación de fragilidad y desánimo, basta con un puñado de aviones secuestrados a tiempo. La bomba es innecesaria. Nuestra seguridad desapareció para siempre el día 11 de septiembre del año malhabido de 2001aunque ahora nos la quieran devolver a golpe de propaganda. Enhorabuena a los negociadores; medallas para ellos, los grandes y los minúsculos, y todos contentos (menos Israel), que la bomba deja de ser una amenaza o, para ser más precisos en términos estadísticos, pierde un diez por ciento del peligro potencial dejando en nueve como hasta ahora los países con armas nucleares en la mochila. Qué alivio. Ya sólo nos matarán con bombas limpias como las que usaban antes los etarras.

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