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Joaquín Rábago

Humillar a Grecia

Había que humillar a Grecia, o mejor dicho a un Gobierno que había tenido la osadía de decir "no" a unas políticas que habían demostrado que hundían cada vez más al pueblo en la miseria y la desesperación.

Había que castigar al Gobierno de Syriza por las mentiras y los reiterados incumplimientos de sus promesas de los gobiernos anteriores e intentar provocar su caída o al menos su desprestigio y consecuente desgaste entre quienes le eligieron.

Nadie en Europa podía haberse llamado a engaño sobre Grecia, un país dominado por unas cuantas familias, entre ellas riquísimos armadores que apenas pagan impuestos en la convicción de que si alguien tratara de obligarlos a ello, pueden fácilmente hacer que sus barcos naveguen bajo cualquier bandera de conveniencia.

Un país en el que, como ha explicado el conocido autor de novela negra Peter Markaris, muchos agricultores se embolsaban fondos europeos mientras arrojaban a la cuneta sus superávits de producción. Pero ¿no ocurre eso en otras partes de Europa mientras en Bruselas hacen la vista gorda?

"Vivo en un país, explica Markaris, con un 30 por ciento de desempleo, pero en el que casi un 99 por ciento de ese desempleo se da en el sector privado mientras todos los partidos, incluida Syria, miran para otro lado".

Porque es cierto que el sector público está totalmente hipertrofiado: en 1961 trabajaban en él 260.000 personas, que en 2010 se habían convertido ya en más de un millón si se incluye también a los que trabajan en empresas públicas.

Todo eso es cierto, y todo eso debían saberlo perfectamente los bancos alemanes, franceses y de otros países que tan alegremente prestaron su dinero a los griegos para que continuasen una fiesta consumista a la que todos los animaban.

Hasta que llegó la hora de la verdad, y los mismos que habían estado mirando tanto tiempo para otro lado decidieron que se imponía dolorosos sacrificios para que los acreedores, entre ellos fondos buitre especializados en países en dificultades, recuperaran cuanto antes su dinero.

Y empezaron a exigirle a Atenas drásticos recortes en los servicios públicos, en sanidad, en educación, recortes que afectaban sobre todo a la parte más vulnerable de la población, es decir a quienes ninguna culpa tenían de los abusos y desafueros de sus sucesivos gobiernos: tanto el del Pasok como el de Nueva Democracia.

Así, el gasto público griego pasó de 122.000 millones de euros en 2008 a 88.000 millones en 2014, reducción tan brutal que, de haberse llevado a cabo en un país como Alemania, habría dado lugar a una revolución ciudadana, según reconocía el periodista económico Roman Pletter.

El ex ministro alemán de Exteriores Joschka Fischer, político nada sospechoso de simpatizar con Syriza, reconoce que la única salida para Grecia es una estrategia basada en el crecimiento y Alemania debe aceptar tratar lo que ha sido hasta ahora un gran tabú: los eurobonos.

Para Fischer, el Gobierno de Angela Merkel debería además proponerse un objetivo de crecimiento de entre un tres y un cinco por ciento en lugar de seguir obsesionado por el ahorro y la austeridad a toda costa.

La canciller Angela Merkel tiene, según el ex ministro de los Verdes, el mandato popular que necesita para aplicar en Europa esa política. "¿A qué está esperando? ¿A las elecciones en España? Entonces será demasiado tarde", advierte Fischer en clara alusión a Podemos.

Merkel, sin embargo, y su inflexible ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, se han salido otra vez con la suya y han conseguido in extremis que el Gobierno griego acepte este lunes un rescate que suena a chantaje.

Le dan al de Atenas los otros gobiernos europeos un ultimátum de 48 horas para que apruebe unas leyes que endurecen las reformas y recortes y le reclaman además un fondo de venta de activos públicos (privatizaciones) bajo la tutela de la UE. ¿Hay mayor humillación posible?

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