Uno de los retos fundamentales de los últimos años, en realidad el principal, es la generación de empleo que permita atajar la lacra del paro y recuperar nuestra sociedad, activando la rueda que genera riqueza y bienestar compartido, y que garantiza la viabilidad de un estado del bienestar que tanto esfuerzo costó construir y tan complicado resulta mantener en medio de la crisis.

En el caso de nuestra comunidad, la situación lleva algún tiempo recuperándose, gracias a la afortunada circunstancia de que nuestra fuente esencial de riqueza, el turismo, vive un periodo muy favorable, tanto por la realidad interna como por una concatenación de hechos internacionales que benefician a nuestro mercado mientras destrozan a otros que crecían como alternativa. Hay que ser muy conscientes de la fragilidad de la columna vertebral de nuestra economía, y el conjunto de nuestra sociedad, y aprender de los problemas ajenos para poner los diques que impidan dramas similares. Ha habido además complicaciones recientes, como la amenaza de sondeos petrolíferos, que deben servir para no olvidarnos de estar en alerta permanente si queremos que perviva una calidad de vida que parecía irreal hace bien poco. Porque Balears, pese a los latigazos de la crisis económica y a las indiscutibles dificultades por las que pasan miles de ciudadanos, sigue siendo un territorio mejor situado que otros. Los datos de recuperación, tanto económica como poblacional, son inapelables, y aunque es imprescindible pelear para mejorar la calidad del empleo y las condiciones de trabajo, lo cierto es que el presente y el futuro tienen menos incertidumbres que en otras zonas, sin que esto signifique olvidarse de contrapartidas como el alto coste de la vida o la muy injusta financiación estatal que crea desequilibrios inaceptables respecto a otras comunidades.

Pero todo el complejo engranaje de nuestra estructura económica, laboral y social, precisa de una inteligencia en su dirección que no es compatible con estilos de gobierno orientados por una mezcla preocupante de prejuicios y revanchismo. Acabamos de vivir las nefastas consecuencias de una forma de gobernar autista y dogmática y sería lamentable que el futuro no estuviese orientado por la sensatez, el diálogo y el equilibrio.

Hay algunos gestos del nuevo Govern, los Consells o algunos ayuntamientos, que parecen orientados por el interés en recuperar la normalidad social, pero hay otros que resultan preocupantes porque insinúan decisiones que pueden cercenar la actividad económica con la consiguiente repercusión negativa en áreas inevitablemente vinculadas a ella, que son casi todas. Aunque hayamos padecido estrategias políticas sectoriales cargadas de sectarismo y de una tremenda falta de inteligencia y de visión de futuro, sería un error pasar factura porque, inevitablemente, pagarían justos por pecadores, y entre los justos está buena parte de los ciudadanos.

Los nuevos gobernantes no pueden poner piedras en el camino de la recuperación económica adoptando decisiones que frenen o compliquen la actividad empresarial en sectores vitales para la generación de empleo. Los mensajes, en algún caso lindantes con las amenazas, sobre la posibilidad de paralizar grandes inversiones comerciales en marcha, recuerdan desgraciadamente a etapas anteriores en las que gestores cargados de prejuicios dañaron gravemente a nuestra economía con sus políticas en contra de las inversiones y el crecimiento, que sólo sirvieron para impedir o retrasar la generación de empleo y riqueza. Si queremos un verdadero estado del bienestar, con sanidad y enseñanza públicas de calidad, entre otras muchas cuestiones, es imprescindible una actividad empresarial que aporte fondos importantes al erario público.

Hace pocos días hemos contemplado marchas teóricamente festivas en las que se pretendía criticar la actividad hotelera de calidad que, afortunadamente, está sirviendo para crear empleo, al tiempo que se recuperan espectaculares inmuebles del caso histórico de Palma, que estaban totalmente destrozados. Al parecer, hay quien añora la marginalidad y la degradación.

Los mismos que critican el turismo de masas, también censuran el que apuesta por la calidad. Es algo parecido a la incomprensible campaña contra las terrazas en el centro de Palma. Es obvio que hay que estar vigilantes para que no se cometan abusos y se cumpla estrictamente con las dimensiones y los horarios que hagan compatible la actividad mercantil y ciudadana, pero resulta evidente que el centro más atractivo de la capital, el que, por encima de absurdos prejuicios, siempre será el reclamo para el turismo, por razones comerciales, culturales y patrimoniales, ha logrado una vitalidad no sólo desconocida sino incluso discutida por quienes argumentaban que los residentes en Palma desertaban de su ciudad los fines de semana. La ampliación de los horarios comerciales, con espectaculares beneficios en algunos casos, y novedades como las terrazas, han transformado por completo tanto el casco histórico como algunas de las grandes vías de los ensanches.

Es tiempo de construir y mejorar, no de poner cortapisas o prohibiciones desde una subjetividad que los ciudadanos acabarán juzgando. La exigencia de calidad, el estímulo a pequeños comercios -como los bares con terrazas- el desarrollo de la construcción de calidad y sostenible, la apuesta por todos los emprendedores, es perfectamente compatible con el respaldo y la colaboración con quienes lideran con fuerza una trama empresarial y económica vital para que Balears siga creciendo en su calidad de vida.