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Norberto Alcover

El caballo griego

Escribo de lo sucedido en Grecia por la sencilla razón de que evitarlo sería un menosprecio a los signos de los tiempos. Pero también porque este drama todavía no concluso ni mucho menos, abre un época diferente en las relaciones de poder de la UE. Parece mentira cómo un pequeño país, sumido casi en la desintegración económica y dividido en dos porciones enfrentadas hasta el tuétano, ha sido capaz, tras un gesto entre suicida y orgulloso, de convertirse en el Caballo de Troya de un bloque tan duramente monetarista como aparece hoy Europa. Es ahora cuando la pelota aparece en el tejado de los poderosos tras el envite de los impotentes. Estábamos hartos de los jugueteos griegos, con el macho alfa de Varoufakis en cabeza, perfectamente sacrificado en la operación orquestada por un astuto Tsipras, y de golpe y porrazo se nos han subido a las barbas con un descaro democrático digno de los más agudos estudios de politología. Sin olvidarnos del nunca suficientemente reconocido Maquiavelo a la hora de interpretar el poder de los pobres encrespados y puestos contra la pared.

La verdad es que las causas del hundimiento heleno hay que buscarlas en los socialistas y derechistas anteriores que esquilmaron las estructuras griegas, con el PASOC al frente. Todos aplaudíamos, y los mismos griegos hasta un punto casi paroxístico, hasta que el tinglado se vino abajo y se encontraron con las nalgas al aire. Designar a Syriza como el causante de todo este embrollo es de una falta de honradez histórica absolutamente injusta y cínica. Syriza puede haber jugado con el fuego de la UE, es decir, con el dinero común, pero solamente ha intentado conjurar el tsunami socioeconómico que se le venía encima tras los errores culpables anteriores. O dicho de otra manera, Syriza, por medio de Tsipras y su alter ego Varoufakis, han puesto en obra sus principios políticos que ya antes habían anunciado, como partido radical de izquierda. Otra cuestión es que tal partido y sus líderes nos gusten y nos parezcan modélicos como opciones políticas. Pero ésta es otra historia diferente y que no debiera nublarnos la razón. Esta gente se ha visto ante un despeñadero y lo ha sobrevolado con una sutileza impecable: dejar el modo de saltarlo en manos del pueblo. Supongo que nada que objetar democráticamente, digo yo.

Ahora bien, una vez situado el Caballo de Troya griego en medio de la UE, comienza una etapa nuevamente nueva: ¿cómo reaccionará la UE ante tal caballo? Tal vez apreciando su significado en un gesto de suprema inteligencia política, o por el contrario, destrozándolo y quemándolo, opción que aumentaría el pánico del conjunto: si un día se nos ocurriera rebelarnos, seríamos aplastados sin piedad. Y todos podemos vernos impulsados en un momento dado a la rebelión. No solamente en el Sur, también en ese Norte obcecado a su absoluta seguridad.

No lo tiene fácil Europa, y de suyo en el momento en que escribo estas líneas, el lunes tarde, todas sus alarmas suenan ante la incertidumbre de las posibles respuestas. De momento, los próceres alemanes se muestran impasibles ante el sufrimiento ajeno, juzgado como falta de compromiso moral, económico y por supuesto racial (nunca olvidar este detalle). Pero Alemania vive un excelente momento para demostrar que sus históricas tentaciones totalitarias y dominantes a ultranza han pasado a mejor vida, y los alemanes han aprendido en propias carnes el dolor de la fragilidad y de la impotencia. ¿O siguen igual?

Los españoles, por nuestra parte, hemos jugado una carta diferente porque hemos tenido mejores gobernantes (negarlo sería ridículo), pero también porque en un momento clave ha podido la moderación, aunque esta actitud haya supuesto hasta humillaciones sin cuento. No hemos optado por montar nuestro Caballo de Troya, y a estas alturas sería un error garrafal intentar dar marcha atrás y montarlo. Otra cosa es que reorganicemos la situación actual con medidas innovadoras en España (esa cuestión fiscal siempre pendiente) y luciendo tipo en una UE a la que hemos demostrado que somos capaces de salir adelante, si bien son enormes dosis de sufrimiento. Grecia ha optado de una manera, pero es que España se encontraba en una posición más fuerte desde todos los puntos de vista. Olvidarlo de cara al futuro sería un error de gravísimas proporciones. Innovar, sí. Mantener el tipo, también. Exigir derechos adquiridos, por supuesto. Revisar en profundidad el fisco, ya es hora. Reconocer la ética de la igualdad, cuanto antes. Pero caminar en sentido contrario a lo sucedido, tras la experiencia griega, en absoluto. Y no debiéramos permitir, vía democrática, está claro, que algunos iluminados nos vuelvan a convertir en hazmerreir del conjunto. La debacle sería completa en perjuicio de todos, sobre todo de los más impotentes.

Grecia ha sido capaz de colocar su Caballo de Troya en la UE. Un gesto que merece respeto. Ahora, Europa debería tomar buena nota de lo sucedido y optar por salvar a la ciudadanía griega de un colapso de proporciones impensables. Un colapso que alguien, sin lugar a dudas, intentaría solucionar desde ámbitos completamente diferentes a los europeos? ¿Nos han marcado un gol? Puede que sí. ¿Podríamos vengarnos? Está claro. ¿Qué conseguiríamos? Solamente saciar nuestra soberbia congénita. ¿Se hundirá Europa por el caballo griego? Para nada, aunque quede tiroteada en sus alas. Es el momento de jugar la carta de la exigencia ética, es decir, de exigir a los griegos lo humanamente exigible, pero nunca llevándoles todavía más al sentimiento de desesperación y de su consiguiente humillación histórica. Y Grecia debiera contemplar la situación como la oportunidad dorada de solucionar de una vez por todas su problemática estructural heredada desde décadas. Es el momento de conversar no sólo como demócratas, porque también como herederos de aquella tradición que la misma Grecia ofreciera al mundo: el humanismo.

Escrito lo anterior, permanece la gran pregunta: ¿será posible alcanzar una justa distribución de la riqueza y la necesaria igualdad manteniendo el sistema económico de la UE? En otra intervención escribiré sobre la cuestión. Porque es la madre del cordero.

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