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JOrge Dezcallar

Viernes de sangre

El titular de este artículo recuerda a otro viernes de sangre, el provocado por el IRA en Belfast en 1971 cuando la explosión simultánea de 26 bombas dejaron nueve muertos y 130 heridos. También puede tener resonancias literarias como al lorquiano Bodas de sangre o a Corpus de sangre, una novela histórica de Manuel Angelón sobre los acontecimientos del 6 de junio de 1640 en Barcelona. Se trata siempre de hechos trágicos y en eso se parecen a los que han tenido lugar antes de ayer con tres terribles atentados terroristas que han creado un triángulo de muerte entre lugares tan diferentes como Lyon, en Francia, Sousa en Tùnez y Kuwait, los tres unidos en el sufrimiento provocado por la maldad estúpida del terrorismo.

Francia ha sido objeto este año de otros ataques contra un supermercado judío en Paris o contra la sede de la revista satírica Charlie Hebdó que conmocionó al mundo civilizado por lo que, por encima de su brutalidad intrínseca, conllevaba de ataque a la libertad de expresión. Aquellos atentados produjeron 17 muertos y ahora, cerca de Lyon, una víctima ha sido decapitada en otro atentado islamista, añadiendo un toque macabro a la tragedia. Ya se sabe que el horror es un instrumento útil para provocar pánico y la desmoralización del adversario. Por eso decapitan esos salvajes escapados de la Edad Media que integran el Estado Islámico, que la semana pasada crucificaron contra una pared en Irak a dos adolescentes que fumaban en Ramadán. No es extraño que ya sean 3,1 millones los iraquíes que han abandonado sus hogares ante su avance. En el atentado de Lyon los terroristas pretendían provocar una explosión al estrellar su vehículo contra una empresa gasística. No lo han logrado pero la intención estaba clara. Francia es un objetivo del Estado Islámico por dos razones principales: porque tiene un protagonismo claro en la lucha contra la expansión de esta ideología en el Sahel (Mali, República Centrafricana) y en el Medio Oriente, y porque es el país europeo con una población musulmana más radicalizada como muestra el hecho de ser el que más voluntarios ha enviado para luchar en Irak. Gentes que luego retornan aún más radicalizados y encuentran fácil cobertura entre los seis millones de musulmanes que allí viven. No quiero ser políticamente incorrecto y reitero aquí mi opinión de que la inmensa mayoría de los musulmanes son gente normal como usted y como yo, pero también hay que reconocer que producen más terroristas per cápita que los australianos o que los mormones, pongo por caso.

Pero si Francia es un país muy sólido al que estos atentados, por terribles que sean, no pueden doblegar, no ocurre lo mismo con Túnez, el pequeño país donde el suicidio de Azizi marcó el comienzo de esa gran ilusión, hoy desdibujada, que fue la Primavera Árabe y que es el único lugar donde han fructificado cambios hacia un régimen más participativo. Eso es precisamente lo que los fanáticos tratan de abortar atacando al sector turístico, el más importante de la economía tunecina (7% del PIB). Si hace un par de meses los terroristas se dirigieron contra el museo del Bardo, donde probablemente se conservan los mejores mosaicos del mundo, matando a una veintena de personas (entre ellas dos españoles), el objetivo ahora ha sido dos hoteles ocupados por turistas europeos en Sousa (uno de ellos de la cadena Riu). Cuando escribo estas líneas, bajo el impacto de las primeras noticias, hay todavía mucha confusión aunque parece que los muertos son 37 y muchos heridos mientras se ignora la filiación de los atacantes, aunque no hace falta mucha imaginación para acertarlo. En pleno mes de junio, al inicio del verano, este es un golpe mortal para la industria tunecina del turismo (una parte de la cual está en manos mallorquinas), y un golpe muy duro para un pais que trata de avanzar por la senda de la democracia, algo que también condenan esos fanáticos. En los últimos cuatro años el número de turistas europeos en Túnez ha descendido un 45%. Es demoledor. El Estado Islámico, que se ha hecho fuerte en una amplia zona de Libia, en torno a Sirte, donde ya impone su ley, tiene una vocación expansionista y utiliza como vehículo los centenares de miles de refugiados libios en Argelia, Túnez, Egipto o los países del Sahel, entre los que se esconden los terroristas con mayor facilidad. Prueba de esa voluntad expansionista es que Boko Haram, esa organización que se opone a la escolarización de las niñas en Nigeria, ya le ha prestado sumisión.

Finalmente el atentado en una mezquita chiíta de Kuwait (25 muertos y 202 heridos) es el triplete de este viernes sangriento y tiene que ver con la lucha a muerte que desde Afganistan hasta Siria llevan a cabo los sunnitas y los chiítas y que recuerdan a la ferocidad con la que católicos y protestantes se combatían en la Europa del siglo XVI. Es lástima que la humanidad siga con la misma intolerancia quinientos años más tarde. Pero ya sabemos que en aquella región no hay día en que sunnitas maten a chiítas (los consideran herejes) o que chiítas maten a sunnitas con atentados bomba en mezquitas repletas de fieles que oran al mismo Alá. Y, como alguien ha dicho, aquí estamos nosotros con nuestros juegos de tronos mientras los salvajes ya están en el muro de hielo y nos amenazan con su odio.

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