Muy sustanciadas han de estar las sospechas sobre la prevaricación de Chaves y Griñán, para que el Supremo se apee de su acreditada pereza instructora. La consolidación de la imputación por corrupción de hasta cuatro parlamentarios socialistas ha pillado a Pedro Sánchez tomando medidas para su próxima bandera. Aunque aumente las dimensiones de la enseña gigantesca con la que se revistió el pasado domingo, le costará envolver las vergüenzas de los gobernantes andaluces implicados en el escándalo de los EREs. Por lo visto, Podemos y Ciudadanos tenían razón al dudar sobre la investidura de Susana Díaz, la sucesora dinástica de los presidentes y supuestos corruptos. Cabe preguntarse si se hubiera alcanzado el actual desarrollo procesal sin los partidos emergentes. Cabe responderse que no.
Chaves y Griñán son presuntos a dúo. Ambos apelan a la ignorancia, tan manoseada por Cristina de Borbón o por Tania Sánchez. Sin embargo, su condición de presidentes de Andalucía les obligaba a un celo suplementario debido a su "posición", por utilizar el término de la ahora reivindicada jueza Alaya. Esta "especial responsabilidad política" también golpea de lleno a Pedro Sánchez, como pastor de las huestes socialistas en las Cortes. Dado el adelgazamiento de los grupos socialistas, la proporción de parlamentarios manchados de corrupción sería insostenible en el conjunto de la población.
El volumen del fraude de los EREs permite a Sánchez presumir de un partido que compite de igual a igual con el PP, en el pugilato de la corrupción. En su próxima bandera debería quedar un hueco para este entorchado. El secretario general socialista puede ampararse en la doctrina Borbón de la ignorancia. Por desgracia, abundan los documentos que demuestran su conocimiento de los pormenores del caso, y su deliberación al mantener a los parlamentarios que arruinan su discurso regenerador. Los liderazgos están para ejercerlos. En política, la contumacia en el error se erige en el mayor de los crímenes.
