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Norberto Alcover

Las pasiones del hablar

Por fin se han constituido los ayuntamientos españoles y el juego de colores ha sido tan esperado como espectacular. En muchísimos casos, la lista más votada no se ha hecho con la vara de mando, lo que no deja de producirme un cierto desa- so siego por mi forma de ver las cosas, pero hay que reconocer que la democracia liberal permite estas sorpresas que, en tantísimas ocasiones, deparan ulteriores conflictos difíciles de solucionar. España se ha cubierto de un rojo militante con muy variadas matizaciones, y hay que desearle a nuestra izquierda la sensatez necesaria para no entrar en contrastes exageradamente llamativos, lo que significaría que además de la oposición desde la derecha, se monta una segunda o tercera desde las mismas filas gobernantes. Por favor, nada de noticias sospechosas de errores en los recientes pactos. En fin que nos espera un tiempo diferente, perfectamente analizado por un montón de compañeros desde estas mismas páginas. Deseo mucha suerte, pero sobre todo acierto, a los elegidos para la gloria€ desde un margen de tremenda esperanza. Que no nos defrauden. Y a los desalojados de sus poltronas, una oposición tan seria y eficaz como la desearon ellos durante la legislatura anterior. La vida es así: en ocasiones se gana, y en otras se hace lo imposible para perder. Como ha sucedido ahora.

Pero el artículo camina hacia otros derroteros, que seguramente no esperan mis queridos lectores. Visionaba hace pocos días el último film de Joaquín Oristrell, uno de los más interesantes realizadores españoles de extracción catalana. Un título atrevido: Hablar. Una película de ochenta minutos rodada en un solo plano secuencia. Casi con ausencia de un guión estrictamente dicho, pues opta por creaciones de los mismos actores y actrices protagonistas. Un sonido perfecto de Carlos Bonmatí. Una calle del barrio madrileño de Lavapiés. Situaciones absolutamente inesperadas, todas ellas entre perdedores de la vida que intentan salir a flote en un entrecruzarse espontáneo que tan cierto es y que nos pasa tan desapercibido. Y un final del todo sorprendente, que conjuga, como es y debe ser, cine y teatro con el verismo más acentuado€ todo ello en torno al sublime acto humano del "hablar", es decir, de "palabras" que nos clarifican pero también nos esconden.

Dice el realizador que ha pretendido reflejar la España de 2014, en plena crisis, en absoluta desesperación, y embargada por hipotecas que se llaman prepotencia, desprecio y muy especialmente cinismo: ahí está el fantástico personaje interpretado por Mercedes Sampietro, una actriz infravalorada desconozco por qué. Sin darte tiempo para respirar. Ni tiempo para adoptar alguna actitud crítica a pesar de los años que uno lleva en esto. Porque no se trata solamente de Lavapiés en Madrid. Se trata de una sociedad que hemos creado entre todos, mal que nos pese, y que ahora nos llama desde un cierto lumpen que no aparece exteriormente como tal pero lumpen al fin y al cabo. Con detalles de misericordia de alto voltaje. Que también los hay y todos conocemos.

Llegados aquí, me permito llamar a la palestra a todos y a todas quienes han sido elegidos para trabajar en los ayuntamientos españoles y muy en especial mallorquines/baleares. Y decirles con la mayor de las educaciones: por favor, dediquen una tarde/noche a visionar Hablar, dejándose llevar de todo lo que vean en la pantalla, de todo lo que escuchen por los altavoces, de todo lo que sientan en sus entrañas, más allá de sus imperiosas ideologías y aprioris políticos. Porque lo que pasará antes ustedes es eso maravilloso que llamamos "la gente", y además "la gente sencilla", no la de Serrano y Velázquez, que en definitiva están representados por la ya citada Sampietro. Me dirán los afectados por la sugerencia que conocen perfectamente a este tipo de personas, mucho más que yo. Puede ser. Pero aun así, insisto, porque cuando la pluralidad de nuestra vida se concentra en 80 inteligentísimos minutos, entonces la bofetada es mucho mayor. Y dejas el cine preguntándote por ti mismo, por la diferencia entre lo que dices y lo que haces. Algo así puede pasarles a todas estas personas que desde ya nos gobernarán desde los despachos de nuestros ayuntamientos: en la pantalla contemplarán tantas calles palmesanas, mallorquinas, españolas, y en definitiva mundiales. La gente.

Y queda el título de este texto: "Las pasiones del hablar". Lo he colocado con toda la intención posible. Los 80 minutos del documento cinematográfico son una letanía de palabras que sostienen el esqueleto de las sucesivas y entrecortadas narraciones que nos abruman pero también obligan a sonreír. Si el maestro inglés escribió peyorativamente "palabras, palabras, palabras", en nuestro caso, se trata de palabras creadoras del vivir humano, sugerentes de las pasiones humanas, las pasiones del hablar en el que sacamos afuera el dolor y el gozo que acumulamos y el artista es capaz de captar, de interpretar y de comunicar. Se trata de punzadas en el alma€ como sin importancia. En Lavapiés por donde tantas veces uno ha transitado. En un Madrid que casi es propio. En la vida que a todos atañe. Pero a nuestros políticos con específico énfasis porque mediante los votos la hemos puesto, todos, en sus manos. Ellos y ellas han de devolvernos en obras de esperanza las pasiones de nuestro hablar. Nos han de ayudar a vivir, en suma.

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