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Antonio Tarabini

Tiempos nuevos, acuerdos y pactos

En estos momentos de vértigo, en el momento de formar mayorías que garanticen la estabilidad y la gobernabilidad, es difícil adivinar dónde se detendrá el carrusel, pero lo que es cierto es que se ha incrementado el número de actores políticos y que los pactos serán inevitables. No en vano, y no solo en nuestra comunidad, los ciudadanos y ciudadanas a través de sus votos han optado en contra de las mayorías absolutas y del bipartidismo clásico. Además, han aparecido nuevos partidos emergentes con vocación de quedarse. Los viejos y nuevos partidos, ¿serán capaces de adaptarse a los nuevos tiempos?

Vivimos en una sociedad abierta, plural y diversa, que no quiere renunciar a ser ciudadanos y ciudadanas. Una de las cosas más improductivas de los tics de la vieja política es endiosar el desacuerdo, cuyo modelo estándar hemos podido visualizar en nuestro finiquitado Parlament: apisonadora de la mayoría, descalificaciones e insultos como ley y norma. La dificultad de los acuerdos procede de que casi siempre exigen renuncias y, en muchas ocasiones, también sacrificar algún tipo de principio. Mantenerse fiel a los propios principios es una actitud muy noble en política, pero forma parte de las obligaciones de un buen político tratar de descubrir las oportunidades para el acuerdo y sus límites.

En este contexto tiene pleno sentido la gradualidad, la paciencia democrática que sabe renunciar al maximalismo de los mismos principios, pero también a la grandilocuencia de retóricas "unanimidades". Vale más delimitar la voluntad de acuerdos a unos espacios concretos y especialmente decisivos. Muchas experiencias históricas ponen de manifiesto que los partidos dan lo mejor de sí cuando tienen que ponerse de acuerdo, constreñidos por la necesidad de entenderse. Ser fiel a los propios principios es una conducta admirable, pero defender sin flexibilidad es condenar al estancamiento. La política democrática no puede producir cambios en la realidad social sin algún tipo de cesión mutua.

Los partidos que participan en los distintos gobiernos (PSOE, Més y los dioses dirán si Podemos) también deberán adaptarse a los nuevos tiempos. Gobernar desde la diversidad, a pesar de haber consensuado un programa y organigrama común, no resulta tarea fácil. Para garantizar la estabilidad y la gobernabilidad, y en definitiva sus compromisos electorales, es imprescindible trasmitir coherencia y eficacia en la gestión. Sus gobiernos no pueden ser unos reinos de taifas donde cada partido haga de su capa un sayo. La coordinación es básica. A pesar de ciertas sobreactuaciones parece configurarse un gobierno de coalición que garantice coherencia, estabilidad y gobernabilidad. Con Podemos o sin Podemos.

Podemos también deberá adaptarse: ¿quieren ser un partido de gobierno o no? ¿Siguen con sus tics, sí quieren pero va de retro con los sociatas presidiendo? ¿Comprenden que participar en un gobierno supone gobernar para todos los ciudadanos y no sólo para los que les han votado, lo que no implica renegar de sus objetivos estratégicos? Es lógico y comprensible que las decisiones estratégicas (contenidos básicos y programáticos de los pactos) se consulten con los afiliados, pero no tiene porqué llevarse a la aprobación de las asambleas tal o cual decisión del gobierno en que participan o apoyan. La participación ciudadana es articular instrumentos de colaboración de los ciudadanos y sus plurales y diversas organizaciones cívicas, no sólo de los simpatizantes o afiliados a tal o cual partido.

En referencia a los populares, se perciben ciertas vibraciones peculiares y su dirección balear sigue traumatizada. No han comprendido el mensaje de las elecciones y su análisis, siguiendo la pauta de Rajoy, irónicamente se centra en formular "la autocrítica del PSOE", léase liderar la extrema izquierda radical y no dejar gobernar a la lista más votada. Los sectores conservadores más lúcidos, hoy todavía silenciosos, comienzan a comprender y asumir que las mayorías absolutas y el bipartismo clásico pierden terreno. Y en consecuencia habrá que "entrenarse" en practicar la cultura del acuerdo y el pacto. Pero para ello, además de voluntad política, han de tener empatía y complicidad con los ciudadanos. De momento, la soledad de los populares es absoluta. A nivel español les queda Ciudadanos que, jugando a una de cal y otra de arena, les permite gobernar en minoría en algunas comunidades y ayuntamientos. Pero en nuestra comunidad ni eso.

Los tiempos pasados fueron otros tiempos. Vivimos tiempos nuevos. O adaptarse o morir.

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