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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Malas decisiones

Los padres del niño de Olot en estado muy grave por haber enfermado de difteria han declarado encontrarse consternados tras haber tomado "una mala decisión" después de recibir "una información que procesaron de manera inadecuada". Según las informaciones periodísticas los padres son encantadores y tienen un profundo sentimiento de culpabilidad que los responsables sanitarios les intentan quitar. Entre estos últimos no se ha planteado responsabilizarles de los gastos del tratamiento ni del dispositivo de búsqueda del origen del contagio.

La mala decisión fue no vacunar a su hijo. La mala decisión fue hacer caso a la cháchara de la llamada medicina "alternativa", contraria a la oficial medicina alopática, contraria a la "salvajada" de introducir elementos tóxicos en el cuerpo. El discurso, así de simple: en su momento podían las vacunas ser útiles; ahora, una vez desaparecidas esas enfermedades del panorama no tiene sentido la vacunación. Efectivamente, en algún caso, porcentualmente casi despreciable, la vacuna puede haber producido una reacción virulenta. Pero el riesgo, como se ha demostrado en el caso de Olot, es demasiado elevado como para no afrontar el mucho menor riesgo de la vacunación. Nadie puede descartar en un mundo globalizado la reaparición de enfermedades que se daban por extinguidas. Pero hay que señalar que la responsabilidad no es de un "mal procesamiento" de la información por parte de los padres. El problema es la información incorrecta de algunos de los profesionales de la medicina, con título oficial, que militan en el campo alternativo, tan trufado de predicadores antivacunas como la monja Forcades, libertadora nacionalista de Cataluña. A mí también me han ilustrado con su discurso. Y es en ellos en quien recae la principal responsabilidad. Dado que la medicina ni es infalible ni lo cura todo, ni siempre la práctica médica se ha ajustado al juramento hipocrático y ha estado en muchos casos mediatizada por el dinero y también por el poder de la industria farmacéutica, y el temor ante la enfermedad es un invariante humano, desde siempre han existido inclinaciones a lo alternativo, sea la magia, la cura por el ayuno, el curanderismo o la extravagancia homeopática de que dosis infinitesimales de un veneno que mata, cura. He podido experimentar el caso de un herido en accidente doméstico para el que un jefe de servicio de Son Dureta, una vez aplicadas las terapias oficiales, recomendó los servicios de un curandero de Manacor. Con nulos resultados claro. Lo verdaderamente alarmante no es que alguien profundamente racional, afectado por el peligro, se eche en brazos de la irracionalidad y la magia (con probar no pasa nada), es una reacción emocional a la que no nos podemos sentir completamente inmunes. Lo alarmante de verdad es que los responsables públicos de la salud no alerten con exhaustividad de los peligros a los que pueden verse sometidos los individuos y la comunidad en su conjunto por prácticas de riesgo como ignorar las, por el momento, voluntarias vacunaciones.

Las declaraciones de un protagonista de las páginas del corazón sobre la actualidad política, retransmitidas por muchos medios de comunicación, reflejan la anormalidad y la patología en la que se desenvuelven los propios medios y el público al que se dirigen. El protagonista era el torero Ortega Cano, el viudo de Rocío Jurado, a la salida de la cárcel con situación de tercer grado. El diestro, condenado por homicidio por provocar en estado de embriaguez un accidente de tráfico con resultado de muerte del ciudadano Juan Parra, del que no pareció estar demasiado afectado durante el juicio ni demostró especial arrepentimiento de corazón por el dolor causado, al ser preguntado por sus sensaciones al recuperar parcialmente la libertad, consideró preciso y necesario hacer una acotación especial en su comparecencia para pronunciarse sobre la grave, a su entender, situación del país. Dijo dirigirse a Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, para "decirle que, ante los pactos con los partidos emergentes (tras las elecciones municipales y autonómicas) tiene un momento muy crucial; que lo que haga lo haga con templanza, por el bien de España". Aunque precisó "no soy ni de uno ni de otro y desde aquí le mando mi mensaje ya que son muy importantes las decisiones que tome" es obvio que le está previniendo para que no tome una mala decisión. Muy avispado no se necesita ser para ver que le está alertando para que no pacte con Podemos.

Una primera impresión es la de una bochornosa y risible patochada más de un famoso de la televisión, un delincuente en fase de delirio maníaco con derecho y deber a manifestarse sobre el destino de la nación. Pero a poco que se reflexione sobre el espectáculo, la risa y el cachondeo se transforman en mueca de perplejidad y de preocupación. Ya la información sobre la credibilidad de otra famosa de la televisión, Belén Esteban, muy por encima de personalidades de la vida pública y política sancionaba el descrédito irremisible del espacio público. No es que deba temerse que Podemos o Ciudadanos puedan verse afectados negativamente por tales delirios; ni Pedro Sánchez o el PSOE condicionados por tales admoniciones lanzadas desde el corazón de lo grotesco del esperpento nacional. No, lo que constituye un espanto es la rendición del elenco informativo de las televisiones y las radios (ay, también de algunos periódicos) a la servidumbre de lo más casposo y visceral de la audiencia.

Ya sabemos que en las democracias el populismo y la mediocridad son compañeros inevitables del resto del pasaje. Pero de la misma manera que en la cultura americana se distingue entre lowbrow y highbrow, en Inglaterra entre el Daily Mail y el Times o en Alemania entre el Bild y Die Zeit, y así también, aunque menos, en las televisiones, debería ser posible en España distinguir entre medios que aspiran a dirigirse a la inteligencia de los ciudadanos de los que sólo aspiran a satisfacer la demanda de carne fresca de sus vísceras.

Pero no, aquí lo único que interesa es la distinción entre los que son de los míos y los que son de los otros. En algún momento llegué a pensar que la división y el odio entre seguidores y votantes de PP y PSOE (y de los comunistas), que se consideran entre sí como enemigos y no como adversarios, era una herencia no superada de la guerra civil en la que hubo vencedores y vencidos y cuyo general vencedor murió en la cama en 1975. Ahora estoy tentado a pensar que todo viene de más lejos. Que la propia guerra civil no fue sino el episodio más cruento y salvaje y cruel de una larga historia de opresión, odio atávico e intolerancia a la sombra de las luces que iluminaron Europa.

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