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A quien miedo ha...

"Aquien miedo ha, lo suyo le dan", dice el sabio refranero. Nuclear una campaña política en el mensaje del miedo no es buena estrategia en un sistema de libertades. Y agorar la catástrofe interior, el aislamiento europeo, la fuga de capitales y el final de las inversiones exteriores ante las mayorías de gobierno participadas por la "izquierda radical" de Podemos, es subestimar la fuerza de la democracia. El radicalismo respira en la marginalidad y no tiene otra vía de supervivencia que la moderación pragmática en el ejercicio de la cosa pública. Lo contrario limitaría su recorrido a una sola legislatura, o menos, porque las mayorías sociales no son radicales, ni lo son tampoco los partidos con los que han de pactar. Temer que el PSOE se radicalice abducido por los presuntos radicales es ignorar su trayectoria en la España constitucional.

Lo más propio de la democracia es la convivencia en la diversidad y el pluralismo. No está escrito que el sistema decaiga si no respeta la alternancia de dos partidos monolíticos. Es precisamente la ruptura de ese circuito cerrado lo que da consistencia a la dinámica de cambio exigida por la mayoría de los españoles. El miedo no deriva de la entrada en escena de los nuevos partidos, sino de la vigencia indefinida de dos lacras tan consolidadas como el sufrimiento de la desigualdad y la corrupción. Una política despiadada con los que menos tienen, en paralelo con el expolio de los que más nos roban, es insostenible para el hombre de bien, sea cual fuere su tendencia ideológica. La regeneración democrática sería un sarcasmo en manos de quienes la han degenerado.

Aquel miedo imaginario ha desaparecido, como indican los resultados de las últimas elecciones. Cualquier cambio sustancial conlleva un margen de error, pero lo que importa es la voluntad de corregirlo. Así revive y crece el ideal democrático, además de restaurar el objetivo central de toda política, que es el demos, el pueblo. La Unión Europea es mucho más plural que el cliché reduccionista de algunos. La "gran alianza" puede ser buena para Alemania en este momento histórico, pero no lo fue ni será en todos. Si otros países apoyan opciones diferentes, el éxito de la Unión es saber integrarlos en lo que realmente les une, no en estándares uniformes. Baste como ejemplo el esfuerzo por evitar la salida de la izquierdista Grecia y canalizar el ultraderechismo húngaro o las objeciones polacas. Nadie enarbola en esos ni otros casos la bandera del miedo. Y España ha dejado de ser "diferente".

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