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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Los defensores del himno

Considerar violencia la pitada a la canción nacional es una chorrada mayúscula - O un clavo ardiendo al que se agarran los que no han ganado las elecciones por goleada, y no saben dónde encontrar un enemigo contra el que desfogar su rabia.

Se acabó el balsámico efecto Ocho apellidos vascos en virtud del cual te podías chotear de las verdes praderas vascas, de los rebujitos andaluces o de España entera sin que viniera el ministro del Interior a pegarte con su rosario. Que una cosa es el cachondeo autonómico, y otra muy seria hacer chanzas con las esencias patrias, no hay que confundir la libertad de expresión con el libertinaje nacionalista. Una pena, con lo bien que estábamos riéndonos del titular de El Mundo Today: "Nueve de cada diez españoles se emocionaron al oír pitar el himno de España". El sonoro abucheo a la Marcha Real en la final de la Copa del Rey ha servido para que los ganadores de las elecciones del 24 M canalicen su rabia hacia los perdedores que se están agrupando para no dejarles gobernar en ninguna parte. Seguro que los de Podemos silban a Pitingo en la ducha, eso también puede considerarse violencia. Semejante desahogo se lo tienen que agradecer los conservadores a los seguidores del Barça, del Atletic del Bilbao, e incluso a aquellos que no iban con nadie pero tampoco simpatizan con Felipe VI, tan destinatario de la algarada como el himno. Justo cuando se cumple un año de su entronización, va el personal y le regala una currutaca gigante en plan antídoto a los halagos oficiales.

Como no pueden prohibir directamente que las nacionalidades históricas lleguen a la final de su competición favorita, portavoces y ministros se han aprestado a proponer la modificación de la ley para convertir en delito la ofensa a la cancioncilla nacional porque ya en 2009 la Audiencia Nacional dictaminó que no lo es. Que a lo mejor supone una falta de respeto o un ejemplo de dudosa urbanidad, pero que expulsar el aire suavemente o con bríos, con o sin la ayuda de un pito, entra en el libre albedrío de cada cual. Como no les da tiempo antes de acabar la legislatura de retocar la Constitución, Mariano Rajoy ha optado por modificar la ley de Enjuiciamiento Criminal para que no puedan hacerse más fotos como la que mostraba a su amigo Rodrigo Rato detenido por Aduanas por presuntos delitos fiscales. Evitar la pena del telediario, lo llaman a eso, y va y lo aprueba con el apoyo de los catalanes. Ahí queda eso, de extranjis, aprovechando que el personal habla de otras cosas. Para qué vas a silbar a cara descubierta si puedes actuar con silencioso disimulo.

Nadie sabe a ciencia cierta por qué se pone el himno nacional en el contexto de un partido de fútbol, un entretenimiento de masas tan solemne e institucionalmente meritorio que algunos sus próceres internacionales acaban de ser detenidos por la policía o de dimitir entre acusaciones de corrupción. Podría sonar una de Bustamante, o We are the champions, que te pone los vellos de punta aunque lo más que hayas ganado en tu vida sea un cupón de descuento en el supermercado. De esta manera se acabaría un problema más que previsible, pues el afecto de la ciudadanía por la Marcha Real es bastante magro. A mí no me molesta que la gente vibre mientras suena, pero no le tengo apego alguno, e incluso la escucho con cierta antipatía, pues me recuerda a mi tierna infancia, cuando las monjitas nos obligaban todos los lunes a saludar a la bandera brazo en alto a su son. Muy fea la canción y el gesto, mucho rato en la incómoda posición y mucho frío en el patio, vámonos ya a jugar, que solo tenemos cuatro años.

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