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Antonio Papell

Pactos y cordones sanitarios

Los cordones sanitarios se utilizan en Europa para aislar a los partidos radicales antisistema. En Francia, el centro derecha y el centro izquierda se lo aplican a la extrema derecha del Frente Nacional, con una disciplina que dice mucho de la dignidad de los franceses y de la calidad de su democracia. Así por ejemplo, en las elecciones presidenciales de 2002, pasaron a la segunda vuelta electoral el conservador Jacques Chirac y el ultraderechista Le Pen, que sobrepasó al socialista Jospin, y toda la izquierda votó a Chirac, que obtuvo más del 82% de los votos.

En España, la democracia ha discurrido plácidamente hasta ahora, sin formaciones significativas antisistema, por lo que no han sido necesarias tales cautelas. El único incidente reseñable fue, en 2003, la firma del pacto del Tinell por los miembros del 'tripartito' catalán, en el que los firmantes excluían cualquier relación con el Partido Popular de Aznar. Un gesto inamistoso que fue claramente inapropiado a pesar de los excesos del entonces presidente del Gobierno.

El surgimiento de Podemos, una formación que irrumpió con un programa rupturista y que proponía un proceso constituyente que pusiera fin al "régimen de la transición", fue acogido con recelo y prevención por las fuerzas convencionales y por un sector relevante de la opinión pública, ya que el régimen vigente goza de un innegable y generalizado consenso. En cualquier caso, el discurso de Podemos se ha flexibilizado y aplacado, y hoy exhibe un proyecto político explícita y claramente socialdemócrata. Claro es que hay razones para desconfiar de quien ha experimentado tan prodigiosa mudanza ideológica, pero en política hay que guiarse por hechos y no mediante juicios de intenciones.

En definitiva, no se justifica en modo alguno el cordón sanitario que Esperanza Aguirre pretende interponer entre Podemos y los demás partidos del espectro. Podemos podrá estar bajo observación hasta que la sociedad adquiera certeza acerca de sus verdaderas intenciones, pero no puede ser aislado preventivamente. Y mucho menos pueden serlo los independientes que han concurrido a las candidaturas locales de integración auspiciadas por Podemos, como la exjueza Manuela Carmena, una mujer honrada y cargada de prestigio, ya virtual alcaldesa de Madrid. Así lo ha entendido un conservador tan cabal como es el ministro García Margallo, quien ha dicho que ninguna formacón amenaza la democracia.

La propuesta de Aguirre, una alianza contra natura PP-PSOE para aislar a Podemos era, sencillamente, una indecencia. Porque el éxito de Carmena y de quienes la acompañan no proviene tanto de su oferta ideológica cuanto del hastío del electorado tras los episodios de corrupción que hemos vivido en la Comunidad de Madrid, protagonizados por quien fuera número dos de Aguirre, Granados, por su exconsejero López Viejo y por numerosos indeseables de todos los colores que hoy figuran en los sumarios del 'caso Bankia'. De donde se desprende que la eventual alianza entre los dos grandes partidos se hubiera interpretado como un intento más de escurrir el bulto, de pasar de puntillas sobre los casos todavía pendientes de esclarecimiento, que como es lógico los recién llegados examinarán con especial celo.

Muchos de quienes no vemos con especial afición el fenómeno de Podemos reconocemos sin embargo que su irrupción en el panorama político, que saneará sin duda la política y la reconciliará con la ética pública, es el precio que este país tiene que pagar por la ruina moral que ha tolerado en los últimos años. Y quienes crean que el futuro pasa por otras propuestas, lo que han de hacer es trabajar para dignificar lo público y convencer a la ciudadanía de la bondad de ellas. En modo alguno se puede cerrar el paso a quienes llegan para apagar el incendio que otros han provocado. Aunque se dispongan a hacerlo a veces con herramientas incendiarias.

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