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Jose Jaume

Mariano Rajoy no defrauda

Mariano Rajoy no defrauda; ha vuelto hacer lo que de él se espera: nada. Es incapaz, está genéticamente imposibilitado de comprender lo que ha acontecido en España en los tres años y medio que lleva en la Moncloa. No le cabe en la cabeza que haber asumido con diligencia y aplicación las directrices económicas marcadas por Berlín iba a pasarle una onerosa factura. La recuperación económica, único argumento de su discurso político, no sirve cuando las clases medias han padecido una convulsión como nunca se había visto en España. Seguramente hay que remontarse a la década de los cincuenta del pasado siglo, los tiempos en los que penosamente se salía de la profunda oscuridad de la posguerra, para toparse con una situación que guarde alguna similitud con las dificultades que se están sorteando de mala manera. El informe de la OCDE es definitivo: apenas el 10 por ciento de la población española acumula el 50 por ciento de la riqueza. La OCDE no es una organización a la que se le puedan atribuir veleidades antisistema, ni tan siquiera suavemente progresistas. Dice en su informe que España es uno de los países con mayores tasas de desigualdad de Europa. Nada que con anterioridad no hayan pregonado organizaciones como Cáritas. Así que es una obviedad para todos salvo para el presidente del Gobierno que el argumento de la recuperación no sirve para obtener crédito. Más bien al contrario: cuanta más recuperación vende el PP más votos saltan de su zurrón. Añadámosle algunas de las notorias carencias que desde siempre han penalizado a los populares y obtendremos un completo cuadro para explicar el desfondamiento que están padeciendo.

Lo chocante es que en el PP no haya nadie capaz de decirle nítidamente a Rajoy que no puede ser el candidato del partido en las cercanas elecciones legislativas. El presidente del Gobierno ha dicho que quiere repetir y el PP, al final, pese a los conatos de rebelión de los llamados barones, que quedarán en nada, se plegará a sus deseos. En una organización tan vertical nadie parece disponer de la fuerza suficiente para torcer la voluntad de su presidente. En el PSOE sucede lo mismo: Zapatero rindió armas cuando comprobó que la desafección amenazaba incluso la supervivencia del partido. Cedió ante Rubalcaba dejando que fuera éste quien asumiera el estropicio. Rajoy, aferrado a los números del domingo: "el PP ha ganado las elecciones", tal vez releve a Cospedal, la pulverizada secretaria general del partido, que ni con triquiñuelas como la de modificar a las bravas la ley electoral, ha conseguido conservar Castilla-La Mancha.

Tenemos por delante un verano en el que todo será campaña electoral. Aquí ya ni tan siquiera se puede echar mano del eufemismo de hablar de precampaña. No, estamos en campaña y así seguiremos hasta que Mariano Rajoy disuelva las cámaras y convoque elecciones generales. ¿Cuándo? Es lo de menos. Da igual que sean en septiembre, noviembre o a principios de 2016. La suerte está echada. La fractura es irreversible. Lo que está por constatar es hasta dónde llegará. El secretario general del PSOE, entonando una letanía demasiado semejante a la de Rajoy, se ha apresurado a enfatizar que son el partido mayoritario de la izquierda. Su secretario de Organización, el osado y escasamente dotado César Luena, afirma que al PSOE le corresponde liderar las mayorías de izquierdas surgidas de las elecciones. No en Madrid, tampoco en Barcelona. No en muchas de las grandes ciudades españolas. La fractura también concierne al PSOE. Está tan concernido como el PP. La única diferencia se halla en que los socialistas casi han consumado su descenso a los infiernos. No pueden perder mucho más, a no ser que los dioses hayan decidido su extinción. El PP, por el contrario, ha iniciado su acelerada marcha hacia el averno.

El desalojo por parte de los populares de buena parte del poder autonómico y municipal acumulado cuatro años atrás tiene un efecto muy perverso para la estabilidad del partido. Sucede siempre que un partido de gobierno padece un descalabro electoral: se topa con una realidad que no puede ser gestionada con racionalidad. Nunca se está preparado para ello. Serán miles los cargos intermedios del partido que no podrán ser reacomodados. Constituye un elemento adicional, no de poca importancia, para la desestabilización que se augura cercana. Mariano Rajoy puede demandar serenidad a los suyos. Decirles que se han ganado las elecciones y que el discurso de la recuperación económica acabará por calar. Pero cómo les explica a muchos de los suyos que no está en condiciones de ofrecerles en nuevos destinos. La irritación, por muy sorda que se manifieste, estará presente dificultando los proyectos del presidente de concluir la legislatura con la fanfarria de ser España la que más crece en Europa. ¿Y qué? Es la respuesta de muchos.

Hay otra cuestión que se ha solventado en las elecciones del domingo: la connivencia, explícita, declarada sin complejos, de los sectores empresariales con las candidaturas del PP. Ha dado el resultado contrario al esperado. Se supone que a las organizaciones patronales les conviene mantener una cierta neutralidad, aunque solo sea aparente, para no forzar en demasía las cosas. Lo que no les está tan vedado a sindicatos y movimientos sociales la lógica sí se lo prohíbe a los grandes dirigentes de los empresarios. Pero hete aquí que en determinados territorios la irrupción de las organizaciones empresariales en la trifulca electoral ha sido estrepitosa. Balears constituye un caso llamativo: los hoteleros han hecho una incursión en el mundo político desastrosa para los intereses del PP. Cómo es posible que nadie se percatara de que la identificación de este sector del empresariado balear con los populares de ninguna manera podía ser bien recibido por buena parte del electorado.

Así estamos cuando tenemos medio año por delante hasta las elecciones generales. Parece difícil que lo que no ha hecho el presidente Rajoy en los casi cuatro años precedentes lo implemente ahora. Simplemente, no está en su naturaleza.

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