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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Las cuentas de la gran Aguirre

Las comparecencias seniles de Rajoy y Esperanza Aguirre tras su triunfal derrota del domingo confirman la tesis del PP, los votantes se han equivocado. Debieron retirar con mayor crudeza los apoyos a un partido que no se da por aludido, y que remata a los parados restregándoles que el PIB crece sin su colaboración. El presidente del Gobierno es tan anodino que la mera alusión a su discurso espantaría a los lectores de esta columna, según han corroborado las urnas. En cambio, el alarde guerracivilista y la confusión numérica de la presidenta de los populares madrileños son tranquilizadores, el espectáculo debe continuar. A cada fracaso electoral o encarcelamiento de un colaborador corrupto, la condesa multimillonaria emerge con bríos renovados.

La singular entrega del PP a los brazos del PSOE para evitar la llegada de Podemos no pretende la salvación de las instituciones, sino garantizar el hundimiento conjunto de populares y socialistas. Aguirre se ha comportado como una caprichosa incorregible en el seno de su partido, cabe imaginar el apoyo envenenado que tributaría a unas siglas de izquierda. Un pacto de la socialdemocracia con los conservadores es factible con una Angela Merkel, risible con una diablesa que llama terroristas a los candidatos democráticos.

El desquiciamiento postraumático de Aguirre se suma a su obsesión por arrebatarle el protagonismo a Rajoy, para insultar directamente a la población. Nunca vigiló la contabilidad corrupta que la envolvía, y tampoco se preocupa de la fiabilidad de las cuentas que alimentan sus cuentos. Se inventa medio millón de antisistema en Madrid, más que en la Rusia de 1917 y en flagrante contradicción con la "relaxing cup of coffee". Niega a Carmena el ayuntamiento porque su medio millón de votos le parece irrelevante, pero auspicia a Carmona con 200 mil que equivalen a los emigrados de las filas de Aguirre al terrorismo. La alcaldesa frustrada ha descubierto que los antisistema son más peligrosos votando que quemando contenedores. Nadie dijo que liquidar el bipartidismo sería tarea fácil.

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