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José Carlos Llop

¿Qué habría dicho...?

A veces y más aún al contemplar la sociedad desarticulada y desestructurada en que nos hemos convertido los mallorquines recuerdo una pregunta habitual de Andrés Ferret: "¿Qué habría dicho Lorenzo Villalonga?". Andrés Ferret decía Lorenzo, que era el nombre del escritor Llorenç Villalonga en sus tarjetas de visita y en su placa de médico. Normalmente, Andrés hacía esta pregunta refiriéndose a algún asunto de política local o autonómica, pero hoy no toca.

Esta semana he pensado en Llorenç Villalonga por dos cuestiones distintas. Una de ellas ha sido la publicación del libro de Silvia Ventayol sobre Andrea Víctrix, o el corpus ideológico del escritor disfrazado de novela. Andrea Víctrix no es una buena novela, pero sí un pequeño y excelente tratado de la manera de pensar del escritor mallorquín y su análisis del siglo XX proyectado hacia el futuro. Utopía y distopía. Y leído sin anteojeras tiene aspectos sorprendentes para todos, se coincida o no con él en los diagnósticos. La otra cuestión por la que pensé en Villalonga fue la ciudad de Palmira, un nombre que leímos por primera vez en el título de otra novela villalonguiana: Les ruïnes de Palmira, anteriormente publicada como La novel·la de Palmira.

Palmira no es ahí la ciudad antigua sino una pariente catalana, protagonista del relato y contrapunto de la atmósfera de Bearn. Pero el nombre que Villalonga emplea, nace de las ruinas de la ciudad de la reina Zenobia, ahora a punto de caer si no han caído ya en manos del llamado Estado Islámico, sin que sepamos si para destruirlas como hicieron con los toros alados de Babilonia, para ondearlas como bandera propagandística, o para usarlas como punto estratégico de avance en su campaña militar. ¿Qué habría dicho Villalonga ante las amenazas de los islamistas radicales? Si destruyen Palmira la elegía ya está escrita. Nos servirá el canto purcelliano de Dido cuando Eneas zarpa de Cartago para siempre, mientras pensamos, una vez más, en la memoria de todo aquello que fue. Si continúan avanzando y acaban frente al mar Mediterráneo, quizá nos convenga pensar en otras cosas más prácticas.

Las ruinas de Palmira en Siria como otras herederas del imperio romano, de las que tantas hay en Libia o Túnez representan la fusión de lo mejor del Occidente Antiguo en Oriente de la arquitectura al derecho, como lo mejor del Oriente Antiguo en Occidente llegaría de mano de los griegos y judíos y primeros cristianos, tan sincréticos. No sabemos lo que ocurrirá con las ruinas de Palmira, pero si las destruyeran se destruye también el complemento de ambas latitudes culturales y eso reforzaría aún más el atrincheramiento a un bando y otro. Cuando las personas se ven obligadas a abandonar en masa sus ciudades para no ser asesinadas, o se decapita y crucifica como ocurre ahora en Siria o Irak, existe un hipócrita mecanismo de defensa que nos acaba inmunizando ante la brutalidad lejana como si fuera algo impropio, que no pudiera afectarnos. Pero cuando peligran las ruinas clásicas se produce una curiosa identificación con el drama: como si una parte de nosotros se encontrara ahí, cuando eso no es cierto. No es una parte de nosotros, pero sí una parte de lo que nos ha hecho como somos. De ahí la reacción, por otro lado tan injusta.

Antes me he referido a la desarticulación y desestructuración de la sociedad mallorquina, que no sólo es innegable, sino que se demuestra un día sí y otro también. Tampoco enumeraré ahora casos para evitar malinterpretaciones, dado el día que es, pero una sociedad desarticulada carece de anticuerpos y el engaño es su espejo. La nuestra hace tiempo que no los tiene. Los tuvo enfermizamente y en exceso en un pasado no muy lejano; ahora es un tejido oxidado y lleno de rotos donde cualquier cosa cuela y triunfa. ¿Podría defenderse, de ser Palmira? ¿Qué diría Llorenç Villalonga? ¿Y nosotros? ¿Sabríamos qué y cómo responder? Lo hacemos cada día, demostrando que la afición local más refinada es el canto de Dido ante el abandono de Eneas. Nos va lo elegíaco, como si lo perdido no fuera exclusiva culpa nuestra. De las aficiones menos refinadas que abundan mejor hablamos otro domingo, que hoy no toca.

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