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Jornada de reflexión

Hubo un tiempo en el que uno se reía de las jornadas de reflexión. Sin embargo, el invento no es malo, aunque sólo sea para descongestionar al posible votante de tanta campaña electoral. Que tal jornada sirva, si no para reflexionar, por lo menos para que el aire corra, como esos domingos o días festivos en que la ciudad permanece durante varias horas vacía, sin atropellos ni frenazos, sin atascos. Tras tanto mensaje y tanta consigna, tras tanto rostro aborrecido o aborrecible, tras tanta traca, bienvenido sea este paréntesis, esta suerte de pacto gracias al cual se omiten panfletos o presiones de un partido o de otro. Esta especie de retiro. De ahí que hasta la muy juiciosa Manuela Carmena haya tratado de convencer, con su verbo tranquilo y madrileño, a quienes pretenden montar una manifestación que conmemore el cuarto aniversario del 15M, cuando lo más natural y lógico hubiera sido que tal manifestación hubiera coincidido con el 15 de mayo pasado.

Dicen algunos que la manifestación de Sol es otra manera de reflexionar, que no todo va a ser guardar silencio, que cada cual reflexiona como quiere y puede y que nadie va a censurar su libertad de expresión. Ya empezamos con las simplificaciones. La libertad de expresión también sirve para contenerse, para decidir que uno se va a callar, para respetar en suma un día que sirve para descongestionar. Un día de reposo en el que los mensajes, los discursos, los programas, los insultos y el desbarre se quedan congelados por un día. Un día que sirve, o debería de servir, para que todo el parloteo anterior se torne algo parecido al silencio. No cuesta nada respetar ese pacto. Manuela Carmena, que bien podría haber apoyado esta manifestación, se ha declarado en su contra, con buenas y sabias palabras, plenas de sentido común. El problema aquí no es el fondo de la protesta, sino las formas y el momento. Tampoco se trata de imitar al pensador de Rodin y ponerse sesudo y mostrar un rostro circunspecto o apesadumbrado, ni ponerse un cartel en la frente que diga: "Cuidado, votante reflexionando". Pero lo cierto es que no es ninguna tontería respetar esta clase de pactos y, por otro lado, es una grosería saltárselos a la torera. Ya sabemos que no es un día fundamental en el que se diriman cuestiones de peso, aunque tal vez sí, quién sabe. Es un formalismo como cualquier otro, de esos formalismos que los ingleses, sin ir más lejos, respetarían sin rechistar, incluso los ingleses más anárquicos. Porque la libertad no tiene nada que ver con saltarse este día de cortesía, previo a las elecciones. Tiene que ver, sobre todo, con aceptar eso que en principio no nos convence, nos disgusta o, en fin, nos es indiferente. Una libertad responsable, y no de pataleta o infantiloide. Se empieza por ahí. No confundir con claudicaciones o con debilidad y, sobre todo, nada que ver con la supresión de la libertad de expresión. No por el hecho de respetar el trato seremos más mansos o borregos. Hagamos de la libertad de expresión un arma más inteligente.

Si uno quiere reventar la jornada de reflexión, acabará reventándola, pero eso dice muy poco, o nada, en favor del sujeto o sujetos que rompen el trato cuando, en verdad, pueden manifestarse cualquier día y con mayor ímpetu. La jornada de reflexión es un día frágil. Puede cargárselo cualquiera con ganas de brega. Es demasiado fácil. Lo difícil y, por tanto, meritorio es tener deseos de reventar el sistema y, sin embargo, demostrar el suficiente temple y educación como para respetar esas 24 horas de reflexión, y quien dice reflexión dice otra cosa. Irse a nadar, tocar la guitarra o entregarse a una gran siesta. Es como ese minuto de silencio que se guarda tras la muerte de alguien. Por supuesto, siempre habrá quien chille o silbe o deje caer algún comentario de mal gusto durante ese escueto minuto de silencio. Eso es inevitable. Ahora bien, ese individuo o grupo quedará como un patán.

Si lo quieren mirar desde otro ángulo o no les apetece reflexionar o pensar sobre el asunto, véanlo como un día sin humos ni ruidos, que de eso sobra durante los días restantes. Seamos tan sensatos como un punki británico, feroz los 364 del año, pero exquisito cuando se trata de respetar los pactos. Se trata sólo de un día. No nos ocurrirá nada malo ni se hundirá el país si, por un día, tan sólo un día guardamos las formas. Aunque sea a regañadientes.

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