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Uniones y Reinos desunidos

Ni el Reino Unido está tan unido como declara su nombre, ni la Unión Europea anda a salvo de la desunión. La UE no sabe muy bien qué hacer con Grecia y con la amenaza de fuga de Gran Bretaña, que nunca estuvo demasiado cómoda en este selecto club de democracias gobernado por Alemania. Y a su vez, el país de Isabel II afronta las tendencias secesionistas de Escocia, que quiere hacer rancho aparte con el petróleo encontrado en las costas del héroe cinematográfico Braveheart. Aquí nadie está contento con lo suyo.

Cuando un político quería aparcar indefinidamente un problema, lo habitual era que formase una comisión para resolverlo. Esa fórmula de probada eficacia ha sido sustituida ahora por la del referéndum, al menos en el Reino Unido.

Gran aficionado a ese tipo de consultas, el primer ministro David Cameron ganó hace poco por los pelos el referéndum sobre la independencia escocesa. Ahora va a reincidir en la convocatoria de otro de más ancho alcance en el que preguntará a los británicos sobre la conveniencia de que el Reino todavía Unido siga o no formando parte de la Unión Europea.

Curiosamente, Cameron es partidario de que su país se mantenga dentro del euroclub; pero dará libertad a los miembros del partido que comanda para que hagan campaña a favor de lo que consideren más adecuado. Quizá el resultado de Escocia le haya inclinado a pensar que estas decisiones extremas excitan el fondo conservador de la gente. En la duda, el votante prefiere seguir como está antes que adentrarse en una aventura de consecuencias inciertas.

Algo parecido sucedió en España con el referéndum sobre la OTAN. El partido socialdemócrata de Felipe González había centrado su campaña en el abandono de esa organización, si bien lo hizo bajo el ambiguo lema: "OTAN, de entrada no". De salida fue que sí, naturalmente.

González cumplió al igual que ahora Cameron su promesa de convocar el referéndum, pero lo hizo con el suficiente desparpajo como para abanderar el voto afirmativo de la población. Asombrosamente, los que le habían elegido para que retirase a España de la Alianza Atlántica, cambiaron de opinión cuando se lo pidió su líder. Y a nadie extrañó ya que el socialista español Javier Solana fuese elegido años después para dirigir la misma OTAN contra la que se había manifestado en tiempos preelectorales.

Lo que Cameron pretende hacer ahora es, más o menos, lo mismo. Si González usó el espantajo de la OTAN para ganar unas elecciones, el premier británico no dudó en explotar el sentimiento antieuropeo de sus votantes con la promesa de un referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en la UE.

Naturalmente, no pretende abandonar el barco comunitario, sino renegociar unas condiciones de adhesión más ventajosas. Ya lo hizo en los años ochenta Margaret Thatcher, cuando presionó exitosamente a sus socios para que le pagasen una especie de cheque-descuento a cambio de que Inglaterra les concediera el favor de seguir perteneciendo a la Unión Europea.

Siempre existe, eso sí, la posibilidad de que los británicos, en su rareza, opten por refrendar con sus votos la salida del Reino Unido de la Unión; lo que obligaría a un nuevo referéndum para saber si los escoceses quieren o no seguir siendo comunitarios. Nunca los conceptos "Unido" y "Unión" tuvieron menos sentido en Europa.

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